DEMONOLOGIA

EREBO

EREBO

Río del infierno; tómase algunas veces por una parte de este, y aun por el in­fierno mismo.

Había un sacerdote particular para las almas que estaban en él.

DEMONOLOGIA

ENCRUCIJADAS

ENCRUCIJADAS

Parajes donde se cru­zan cuatro caminos. En ellas se reunía ordinariamente los brujos, para tener sus asambleas y orgías; en muchas provincias.

Muéstranse aún algunas de estas temibles en­crucijadas, en medio de las cuales había co­locados palos altos que los brujos o los demonios rodeaban de linternas durante la fiesta nocturna.

Se hace notar también sobre el suelo un gran círculo donde danzaban los demonios, y se cree que la yerba no puede crecer en él.

DEMONOLOGIA

EXORCISMO

EXORCISMOS Fórmulas de que se va­len los exorcistas para ahuyentar del cuerpo los malos espíritus.
En Cesario de Hesterbach se observa que Guillermo abad de Sta. Águeda, de la diócesis de Lieja, habiendo ido a Colonia con dos frai­les de su orden tuvo que exorcisar a una mu­jer que estaba poseída de un demonio muy travieso. Hizo el abad al maligno espíritu al­gunas preguntas incoherentes a las que res­pondió este como mejor le pareció y por boca de la paciente, como sucede la mayor parle de las veces: mentía el diablo más que ha­blaba, y conociéndolo Guillermo le conjuró a que le dijese la verdad en todas las pregun­tas que iba a hacerle. Prometiólo el diablo y sostuvo su palabra dando nuevas al buen abad del estado de algunos difuntos de quienes de­seaba tener noticias; nombróle los que se ha­llaban ya en el cielo, y los que estaban purgando sus pecados. Al oir esto el abad se puso a rezar con fervor por los últimos; en­tre tanto uno de los frailes que le acompañaban quiso entablar conversación con el dia­blo “cállate, le dijo este, ayer le robaste a tu abad doce sueldos que aun tienes escondi­dos en un andrajo que llevas en la cintura… Aun podría nombrarte algunas otras picar­días de esta especie de las que te has guar­dado bien de confesar.
Oyendo el abad estas razones despidió de su lado al fraile; después mandó al diablo libertase de su presencia a la poseída “y a donde quieres que vaya? le replicó el demo­nio. — Mira abriré mi boca, añadió el abad y entrarás en mi cuerpo si puedes. — Hace mucho calor en él, dijo el espíritu de las ti­nieblas; hace poco que has recibido en él a tu Señor. — Pues entonces ponte a horcajadas sobre el pulgar de mi mano derecha. — Tus dedos están santificados y si me atreviese a hacerlo me arrepentiría más de una vez. — Pues yo te ordeno que abandones el campo y vayas a parar a donde más te acomode.
-¡Cachaza! contestó el diablo; he alcan­zado permiso para permanecer aquí dos años aun, y pasado este tiempo veremos…”
Al ver el ministro de la iglesia que no po­día sacar partido. — Al menos muéstrate, le dijo a nuestros ojos, en tu forma natural. —¿Me lo pedís? — Sí. Pues mirad”. Al mis­mo tiempo empezó la mujer a crecer de un modo tan extraordinario que la vieron como una torre de trescientos pies en el intervalo de dos minutos; alumbraban sus ojos con una luz rojiza, semejante a dos fraguas. El fraile que quedaba en su compañía sintió erizársele los cabellos y cayó desmayado; asustóse tam­bién mucho el abad, pero no tanto que el te­mor le impidiese mandar al diablo que vol­viera la poseída a su estado natural: obede­cióle diciendo has echo bien en mudar de pa­recer pues ningún hombre puede verme cual soy, sin que se muera de susto—”
Modo de exorcisar un espíritu. Ante todas cosas es preciso ayunar tres días consecutivos, mandar decir algunas misas y orar mucho;
despues llamar a cuatro o cinco sacerdotes devotos, aún mejor si son monjes que estén bien desengañados y libres de lodos los cargos ; este mundo, a fin de soportar con más serenidad el horror de que han de ser espec­iares. Tómese una vela bendita del día de la Candelaria, la imagen de Nuestro Señor, agua bendita y el incensario. Se acerca al lugar en donde dicen que aparece el espíritu re­citando los salmos penitenciales y el evangelio de san Juan, se arrodillan, y con voz tan humilde como fervorosa se pronuncia la si­rviente oración.
“Señor mío Jesucristo, que estáis en todos los secretos; que siempre concedéis a estos miseros pecadores las cosas que por vuestra dina bondad creéis serle provechosas, y que habeis permitido que un espíritu aparezca en estos lugares, suplicamos humildemente a nuestra benigna misericordia y poder infinito, por lo que padecisteis al expirar en la cruz, rira salvar al pecador, por vuestra preciosa sangre, que tengáis a bien mandarle que sin herir ni asustar a ninguno de los presentes manifieste a vuestros fieles servidores quien es, porque ha venido, y que pide, a fin de que con más razón podáis vos ser venerado por vuestros fieles subditos. En nombre del padre, del Hijo, y del Espíritu-Santo, Amén Jesus .
Siguen después las preguntas. “Rogárnoste en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que nos digas ¿quién eres? ¿de dónde vienes? ¿qué
quieres? ¿a quién deseas hablar? ¿cuántas misas. ayunos, limosnas, etc., exiges?” El espíritu acostumbra a responder excepto en las cues-
tiones que cree fuera del caso.
Esta especie de exorcismos no sirven mis que para los aparecidos y los espíritus de buen agüero; los demonios son gente más difícil de
tratar; y aquellos que hacían su danza nocturna en la imprenta de Lahart (Véase espíritus )daban de mojicones a los exorcisias capuchinos con menos miramiento que hubiera podido hacerlo un maestro de escuela con sus chiquillos.
Se atribuye a san Cipriano, obispo de Cartago, el modo de conjurar los cuatro diablos más principales. Exige muchas ceremonias, continuadas plegarias, fumigaciones de azu­fre. Las oraciones se hacen en el ritual.
Conjurando a un pobre hombre que tenía la desgracia de estar poseído, mostrábase el ángel rebelde muy pertinaz, y ni los oremus,ni el agua bendita, ni los exorcismos le deci­dían a alejarse.
No obstante, el fraile que hábilmente le atormentaba, no perdió las esperanzas, y al ca­bo de constantes esfuerzos viose el reprobo obligado a desalojar suplicando como por últi­ma gracia, que le permitiesen al menos entrar segunda vez en el cuerpo del paciente para castigarle de ciertos desacatos cometidos re­cientemente. Muy razonable era esta demanda, y él minisro del altar que apreciaba los bue­nos modales, y que nada negaba cuando se lo pedían cortesmente, continuó desde luego en las piadosas intenciones del espíritu, regoci­jándose interior y caritativamente de poder dar una leccioncita al paciente; pero sólo ac­cedió con la condición de que había de intro­ducirse por el trasero. Temblando el paciente fue a sentarse al momento en la pila del agua bendita, y apoderándose del hisopo exclamó: “Entra ahora si te atreves; pariente de Judas; ya te preparo el pago” de modo que no pu-diendo salirse el diablo con la suya se retiró murmurando.
ALQUIMIA, DEMONOLOGIA

BASILIO VALENTINO, alquimista

BASILIO VALENTINO Célebre alquimis­ta que ocupa entre los alemanes el mismo lu­gar que entre nosotros Nicolás Flamel. Su vida está mezclada de tamañas fábulas que algunos creen que jamás ha existido y algunos le ha­cen vivir en el siglo XII, otros en el XIV y aún en el xv. Añádese que era benedictino en Er­furt. Con sus experimentos químicos descubrió el antimonio, unos cerdos que comieron de este residuo de metal, engordaron prodigiosa­mente; Basilio le hizo tomar a los monjes, y reventaron.

Cuéntase que mucho tiempo después de la muerte de este benedictino, se abrió como por milagro una de las columnas de la catedral, encontrándose dentro de ella sus libros sobre la alquimia. Las obras de Basilio, o a lo me­nos las que llevan su nombre, están escritas en alemán, del que fueron traducidas al latín y algunas del latín al francés. Los adeptos bus­can principalmente de él el Azoth Aurilia; Philosophorum, impreso en Francfort el año de 1613, y traducido al francés en 1660; Las doce llaves de la Filosofía del hermano Basi­lio Valentino, tratando de la verdadera Medi­cina metálica; Apocalipsis químico, impreso en Herfurd el año de 1624; La revelación de los misterios de las tinturas esenciales de los siete metales y de sus medicinales virtudes, impreso en París en 1646; Del Microcosmo, el gran misterio del mundo y de la Medicina del hombre, impreso en Marpurg el año de 1609; El tratado químico filosófico de las co­sas naturales y sobrenaturales, de los minera­les y metales, impreso en Francfort el año de 1676, y la Aliografía, de la preparación, del uso y virtudes de todas las sales minerales, animales y vegetales, sacadas de los manus­critos de Basilio Valentino por Antonio Sal-mincio, impreso en Bolonia el año de 1644. La mayor parte de estas obras han hecho ade­lantar mucho a la química útil.
DEMONOLOGIA

PROSERPINA, Demonio

PROSERPINA
Esposa de Plutón según los paganos y reina del imperio infernal.
Segun los demonómanos Proserpina es archiduquesa y soberana princesa de los espíritus malignos.
DEMONOLOGIA

AZRAEL

AZRAEL
Ángel de la muer­te. Cuéntase que este ángel, pasando cierto día bajo una forma visible junto a Salomón, miró fijamente a un hombre que estaba sentado a su lado.
Este hombre preguntó quién era el que le había mirado de aquel modo, y ha­biéndole contestado Salomón que era el ángel de la muerte, le dijo: “Parece que me quie­re para sí, por lo que os suplico mandéis al viento que me lleve a la India”, llízolo al mo­mento, y el ángel dijo entonces a Salomón: “No es de admirar que haya observado a este hombre con tanta atención, puesto que tengo orden de ir a recoger su alma en la India, y me sorprendió encontrarle junto a ti en Pales­tina.
Véase Muerte, Alma, etc.
Mahoma contaba esta historia para probar que nadie podía escapar a su destino.
DEMONOLOGIA

BEL, demonio

BEL Divinidad suprema de los caldeos.

Vierio dice que es un viejo demonio cuya voz es hueca.

Los pueblos que le hicieron su dios contaban que al principio el mundo sólo era un caos habitado por monstruos, a los cuales mató Bel, arregló el universo, hízose cortar la cabeza por uno de sus servidores, mojó la tierra con su sangre, y de ella formó los animá­is y los hombres.

 

DEMONOLOGIA

Dance of sabbath o junta de Brujos

JUNTA DE BRUJOS
Llamábase así y también sábado la asamblea de los demonios y de los brujos y brujas, en sus orgías noctur­nas. En ellas se ocupan de ordinario en hacer o meditar algún mal, a dar temores y miedo, en preparar los maleficios y en misterios abo­minables.
La junta se verifica en una encrucijada, o en algún lugar desierto y salvaje, cerca de un lago o de un estanque, porque en él hacen el granizo y levantan las tempestades. El lugar que sirve para estas nocturnas reuniones reci­be tal maldición que no crece en él ni hierba ni planta alguna. Strezzi dice que ha visto en un campo, cerca de Vicenza, un círculo alre­dedor de un castaño, y cuya tierra era tan árida como las ardientes arenas de Libia, por­que los brujos danzaban en él y tenían allí su sábado. Las noches ordinarias para la convo­cación de la junta son la del miércoles al jue­ves, o la del viernes al sábado; algunas veces se reúnen los brujos al medio día; pero es muy raro. Todos llevan una marca que el diablo les ha impreso en las nalgas o en otro lugar secreto; esta marca, por un movimiento inte­rior que les causa, les advierte la hora de la junta. En caso de necesidad, el diablo hace aparecer en una nube a un carnero (que nadie más que los brujos pueden ver) para reunir a la asamblea en un instante. En los casos ordinarios, llegada la hora de la partida, luego que los brujos han dormido, o al menos cerra­do un ojo, que es de obligación, se trasladan al sábado montados en palos, o en mangos de escoba, untados con un ungüento hecho de. la gordura de un niño recién nacido; o bien diablos subalternos los transportan, bajo la forma de machos, de cabríos, de caballos, de asnos, o de otros animales. Este viaje lo hacen siem­pre por los aires. Cuando las brujas se untan las ingles para montar en el mango de escoba que debe llevarlas al sábado, repiten muchas veces estas palabras: Emen-hetan!, emen-he-tari!,que significa, según Delancre, ¡aquí y allí!, ¡aquí y allí!
Había sin embargo en Francia brujas que iban a la junta nocturna sin palo, ni grasa, ni montura; sólo pronunciando algnnas palabras. Pero las de Italia han tenido siempre un chi­vo en la puerta que les esperaba para condu­cirlas a ella. Es de notar que deben todos ¡salir por el cañón de la chimenea, a no ser que ten­gan un permiso especial, lo que es bastante difícil obtener. Eos que faltan a la cita pagan una multa, pues el diablo gusta de la disci­plina.
Las brujas conducen frecuentemente al sá­bado, por diferentes usos, niños que ellas ro­ban. Si una bruja promete presentar al diablo en el próximo sábado el hijo o hija de algún mendigo de la vecindad y no puede encon­trarle, se ve obligado a presentar a hijo o a otro niño cualquiera. Los niños que tienen el honor de agradar al diablo son admitidos en­tre sus servidores, del siguiente modo: Maese Leonardo, el gran negro, presidente de las nocturnas orgías, y el diablillo Juan Mull in, su segundo, dan primeramente un padrino y una madrina al niño; luego se le hace renun­ciar a Dios, a la Virgen y a los santos, y luego que ha renegado sobre el gran libro, Leonar­do le señala en el ojo izquierdo con uno de sus cuernos. Lleva esta marca todo el tiempo que duran las pruebas, al cabo del cual, si se ha portado gloriosamente, el diablo le pone el grande signo entre las nalgas; esta marca tiene la figura de un cabrito, de una pata de sapo, o de un pie de gato negro.
Durante todo el noviciado, encárgase a los niños admitidos a guardar los sapos con una vara blanca en las orillas del lago, todos los días de la asamblea, cuando han recibido la segunda marca, que es para ellos una especie de certificado de su recepción, son admitidos a la danza y al festín. Los brujos iniciados en los misterios del sábado acostumbran a decir: He bebido tamboril, he comido címbalo y soy profeso. Lo que Leloyer explica de esta suer­te: Por el tamboril se entiende la piel de chi­vo hinchada, de la cual sacan el zumo para beberlo; y el címbalo, el caldero que usan para cocer sus manjares. Los niños que no prometen adelantos en la carrera de la brujería son condenados a ser cocidos en él. Bru­jas hay preparadas para destrozarlos y pre­pararlos para el banquete.
Luego que se llega al sábado, lo primero que se hace es tributar homenaje a Maese Leo­nardo. Está sentado éste en un trono infernal, ordinariamente bajo la figura de un gran chi­vo, con tres cuernos, de los cuales el de enmedio despide una luz rojiza que alumbra toda la asamblea; algunas veces se ve en forma ele un lebrel, o de un buey, o de un tronco de ár­bol sin pies, con una figura humana muy som­bría; de un pájaro negro, o de un hombre ne­gro o encarnado. Pero su forma favorita es la primera, la de un gran chivo. Entonces tie­ne en la frente el cuerno luminoso, los otros dos en cada lado del cuello, una corona ne­gra, los pelos herizados, la cara pálida y tor­va, los ojos redondos, grandes y muy encendi­dos y asquerosos, barba de cabra, las manos como las de hombre, excepto los dedos que son todos iguales, coitos como las garras de un ave de rapiña y terminando en punta, los pies como patas de ganso, la cola larga como la de un asno; tiene la voz horrible y sin tono, una gravedad soberbia y el continente de una persona melancólica; pero lo más particular es que tiene bajo la cola una cara humana ne­gra, que todos los brujos besan al llegar al sábado.
Preguntada una bruja sobre el particular, sí había besado la parte posterior del diablo, contestó que había una cara entre el trasero y la cola del gran maestro; que en esta cara de detrás era donde se besaba y no en el trasero, que los chiquillos estaban exceptuados de esta ceremonia, y que Leonardo les besaba el tra­sero mientras recibía los homenajes de sus ser­vidores. Semejante testimonio debe quitar to­das las dudas.
Leonardo da en seguida algún dinero a cuantos le han besado el trasero, y luego se levanta para el festín, en el que el maestro de ceremonias va colocando a todos según su clase, con un diablo al lado. Algunos brujos han dicho que los manteles son dorados, y que se sirve toda clase de exquisitos manjares con pan y vino delicados; pero el mayor de los brujos más entendidos confiesa que sólo se sirven sapos, carne de ahorcados, recién na­cidos no bautizados y mil otras cosas horro­rosas, y que el pan del diablo es hecho de mijo negro. Se cantan, durante la comida, can­ciones impúdicas y después que se ha comi­do se levantan los manteles, adoran al gran maestro, y luego cada uno se entrega a los placeres que más le acomodan. Unos se ponen en camisa y bailan a la redonda, teniendo cada uno un grueso gato ahorcado a sus es­paldas; otros dan cuenta de los males que han hecho, y los que no han hecho bastantes son castigados como merecen: algunos brujos responden a las acusaciones de los sapos que les sirven; cuando se quejan de no ser bien alimentados por sus amas, éstas son castiga­das; los correctores del sábado son diablillos sin brazos que encienden un gran fuego en el que arrojan a los culpados, sacándolos cuan­do es menester.
Allí se bautizan sapos vestidos de tercio­pelo encarnado o negro, con una campanilla al cuello y otra en los pies; un padrino les sostiene la cabeza y una madrina la parte opuesta, y después que se les ha dado un nombre se les envía a las brujas que han me­recido bien de las legiones infernales. Aquí una mágica celebra la misa del diablo para los que la quieran oír; allí una mujer se en­trega al adulterio a vista de su marido, sin que se ofenda, y aún se cree honrado. Empero, lo más abominable: el padre deshonra a su hija sin vergüenza, la madre se abandona a su hijo y la hermana al hermano. La mayor parte bailan desnudos, y las mujeres en este estado se paran de cuando en cuando para be­sar el trasero del maestro del sábado, con una candela en la mano; otros forman cuadrillas con sapos vestidos de terciopelo y cargados de campanillas, cuyas diversiones duran has­ta el canto del gallo, pues en este momento todos se ven obligados a desaparecer; enton­ces el gran negro se mea en un agujero, rocía con sus orines a los circunstantes, les despide y cada uno vuelve a su casa.
Cuéntase que avisado un carbonero de que su mujer iba al sábado, resolvió acecharla, y una noche que fingía dormir levantóse ella, frotóse con una droga y desapareció. El car­bonero, que lo había visto, hizo otro tanto y fue inmediatamente trasportado por la chime­nea al subterráneo de un conde, hombre de consideración en el país, donde encontró a su mujer reunida con todos los demás brujos, para una sesión secreta. Habiéndole ella vis­to hizo una seña y al momento todo voló, que­dando solo en el subterráneo el carbonero, que al verse preso por ladrón, confesó cuanto había pasado y lo que había visto en aquel subterráneo.
Encontrándose un labriego en una reunión de brujos, le dieron de beber, pero él lanzó el licor y huyó llevándose el vaso que era de un materia y color desconocidos, cuyo vaso fue entregado a Enrique el Viejo, rey de In­glaterra, si creemos el cuento. Empero, a pe­sar de su valor y extrañeza, el vaso habrá sin duda vuelto a su primitivo dueño.
También un leñador alemán oyó, pasando una noche por un bosque, el ruido de la dan­za del sábado; tuvo atrevimiento para acer­carse y todo desapareció, pero pudo tomar unas copas de plata que trajo al magistrado, quien mandó prender y ahorcar aquellos cu­yos nombres llevaban las copas.
Un brujo llevó a su vecino al sábado, pro­metiéndole que sería el hombre más feliz del mundo. Llevóle muy lejos, donde había una numerosa reunión en cuyo centro descollaba un gran chivo cuyo trasero iban a besar. El aprendiz de brujo, a quien no gustaba esta ceremonia, llamó a Dios en su auxilio, y al momento vio un horroroso torbellino: todo de­sapareció, quedó solo y tuvo que andar tres años para regresar a su país.
El sábado tiene lugar, dicen los cabalistas, cuando los sabios reúnen a los gnomos, para obligarles a casarse con las hijas de los hom­bres. El gran Orfeo fue el primero que evocó estos pueblos subterráneos. A su primera amo­nestación, Sabasio, el gnomo más antiguo, se inmortalizó aliándose con una mujer. De Sa­basio, pues, ha tomado su nombre esta reunión, sobre la que se han dicho mil cuentos imper­tinentes y que los sabios no convocan sino para mayor gloria del soberano ser. Los demonó-manos suponen también que Orfeo fundó el sábado, y que los primeros brujos que se re­unieron se llamaban Orfeotolestes;pero el verdadero manantial de estos cuentos imper­tinentes que se refieren del sábado, procede de las bacanales, en que se invocaba a Baco, exclamando: ¡Saboé!

DEMONOLOGIA

BELAAM, demonio

BELAAM

Demonio de quien no se sabe otra cosa sino que el 8 de diciembre del año 1632.

Se entró en el cuerpo de la hermana Jua­na de los Angeles, religiosa de Loudun, con Isaacaro y Behemoto, cuyo lugar le precisa­ron a dejar.

MONSTRUOSIDADES, TORTURA

Del Museo de los Suplicios, el mundo animal en los suplicios

El mundo animal en los suplicios
La evocación del toro de Fálaris nos lleva a los animales considerados por el hombre como instrumentos vivos de suplicio. Al referimos a ellos, se piensa en seguida en las fieras y los grandes carniceros, pero ésta es una visión incompleta. En realidad, los animales menos evo­lucionados se han utilizado en las torturas más sutiles: el elefante aplasta, el león devora y el ti­burón asesta dentelladas, pero la mosca y la hor­miga son capaces de excitar los nervios, de picar mil veces, de prolongar dolores insoportables. Por transgredir la ley persa para adorar a su Dios, Daniel fue arrojado al foso de los leones. Sin embargo, el destino quiso que las fieras de­vorasen a los enemigos del profeta:
«Mandó el rey que los hombres que habían acusado a Daniel fueran traídos y arrojados al foso de los leones, ellos, sus hijos y sus mujeres. y antes de que llegasen al fondo del loso, los leo­nes los cogieron y quebrantaron todos sus hue­sos» (Daniel. VI. 24).
En Cartago. los mercenarios que se rebela­ron contra Amflcar. así como ciertos criminales, fueron dejados a merced de los leones, aunque también es cierto que se crucificaba a los leo­nes… Se utilizaron en el anfiteatro para devorar cristianos, aquellos cristianos que les representa­ban atados a postes, envueltos en redes o cubier­tos con pieles de animales. Entre otros muchos. Atulo y santa Tecla, completamente desnuda, perecieron bajo sus garras, mientras que Blandina murió corneada por un toro. Por fortuna para ella, Perpetua no resistió durante mucho tiempo los ataques de una vaca furiosa y alcanzó en se­guida la palma del martirio. En la India y en Ceilán, así como en Cartago. la pata de un elefante, sabiamente guiada, trituraba el cráneo de los condenados. Ptolomeo Filopátor ordenó que ex­citaran a un grupo de paquidermos para que aplastaran a los judíos, pero Yavé no permitió este bárbaro designio y los elefantes atacaron a sus amos. En América del Norte y en Sumatra arrojaban a los condenados a los saurios. Tam­bién han sido muy útiles los tiburones. Schoelcher condena a los colonos que «para ejercitarse en el tiro, lanzaban al mar a esclavos maniatados y se aplicaban en alcanzarlos antes de que se hundieran en el agua y fueran devorados por los tiburones». Esta muerte era más rápida que la causada por las aves de presa en las Indias o en Dahomev. donde enterraban a los condenados hasta el cuello en una fosa, o los descuartizaban para que los buitres, con su pico voraz, hulearan en sus ojos y sus entrañas.
En las leyes borgoñonas. escribe Fernand Ni-colay, el que robaba un gavilán era condenado al castigo siguiente: le dejaban el pecho desnudo y colocaban sobre él seis onzas de carne fresca de cualquier animal, cortada en finas lonchas. Luego, acercaban al condenado un gavilán al que habían dejado en ayunas todo un día. y el animal, hambriento y furioso, clavaba su pico acerado en los trozos de carne que habían pues­to a su alcance, destrozando dolorosamente el pecho de la víctima.
También se utilizaban musarañas, lirones y ratas. El historiador Théodoret afirma que un rey de Persia hizo cavar unas zanjas en las que metió a los cristianos encadenados y a conti­nuación arrojó sobre ellos un ejército de musa­rañas. Lo que sigue puede adivinarse fácilmen­te, teniendo en cuenta que las musarañas a las que se recurría estaban hambrientas… Según Gallonio. los protestantes fueron los primeros que. en 1591. utilizaron lirones para torturar a los católicos:
«Los echan boca arriba, los atan y les colocan sobre el vientre un recipiente invertido en cuyo interior hay un lirón vivo y encienden fuego so­bre dicho recipiente, de tal modo que el lirón, atormentado por el calor, desgarra su vientre y penetra en sus entrañas.»
Como podemos observar. Octave Mirbeau no inventó nada. En su Jardín de los suplicios, se limitó a colocar a la víctima de espaldas, de modo que presenta a los dientes acerados del roedor la región anal, pero el resultado es el mis­mo. Por otra parte, la rata puede atacar cual­quier otra zona del indefenso prisionero, pues todas son igualmente buenas. Antaño, cuando subía la marea, una legión de roedores invadía las celdas de la Torre de Londres y los desdicha­dos, fuertemente atados, sufrían sus mordedu­ras. Este sufrimiento, que se añadía a tantos otros, precedía a la decapitación en tiempos de Isabel.
En Turquía sumergían algunos gatos, que no soportan el agua, y luego los introducían en los pantalones bombachos de las mujeres infieles o desobedientes. Ea batalla que libraban en aque­lla trampa oscura originaba un divertido espectá­culo y profundos desgarrones de los que los hombres se burlaban. Los perros, por su parte, no eran menos útiles. Llevaban a cabo una espe­cie de servicio de limpieza, engullendo con avi­dez los restos de los desdichados culpables. La nuera de la cruel Amestris fue presa de ellos, así como la reina Jezabel. que se había maquillado en vano para seducir a Jehú. Al verla, las únicas palabras de éste fueron:
«”Echadla abajo”; y ellos la echaron, y su sangre salpicó los muros y los caballos: Jehú la pisoteó con sus pies… Fueron para enterrarla: pero no hallaron de ella más que el cráneo, los pies y las palmas de las manos. Volvieron a dar cuenta a Jehú. que dijo: “Es la amenaza que ha­bía hecho Yavé por su siervo Elias… Los perros comerán la carne de Jezabel en el campo de Jezrael, y el cadáver de Jezabel será como estiércol sobre la superficie del campo, en el campo de Jez-rael. de modo que nadie podrá decir: “Ésta es Jezabel”» (// Reyes, IX, 33-37).
Los perros bien adiestrados pueden ser mal­vados, como bien saben los cuerpos de policía cuando los envían contra huelguistas y manifes­tantes. Los dogos que despoblaron Perú se azu­zan hoy contra los negros, igual como sucedió durante la guerra de Santo Domingo, en que un tal Noailles adquirió perros por centenares a los colonos españoles de Cuba. ¿No se vio en Buchenwald correr desesperadamente a unos des­graciados para evitar los colmillos de los molo-sos? Extenuados, muchos perecieron y a otros los obligaron, por pura diversión, a ladrar meti­dos en una caseta de perro. A veces, el animal que creemos sumiso deja de obedecer. La alego­ría de Acteón ejemplifica este caso:
«Acteón quisiera en verdad estar ausente. pero aquí: y querría ver, pero no sentir en sus carnes. los ataques feroces de sus perros. Le cer­can por todas partes y, con los hocicos hundidos en su cuerpo, desgarran a su amo bajo la aparen­te figura de un ciervo; y se dice que hasta que no escapó su vida por las mil heridas sufridas, no se aplacó la ira de Diana, portadora del carcaj» (Ovidio, Las metamorfosis. Libro III versos 247 a 253).
La más hermosa conquista del hombre pue­de volverse en su contra y devorarle las entra­ñas. En Gascuña, dice Gallonio. los protestan­tes le abrieron el vientre a un sacerdote, se lo llenaron de avena y lo dieron como alimento a los caballos. Sin embargo, no hace más que ci­tar el Teatro de las crueldades de los herejes,cui­dándose bien de añadir que los católicos no ac­tuaron de modo muy diferente y que horrores de este tipo se vieron con asiduidad. En tiempos de Juliano el Apóstata ya se había colocado ce­bada en el vientre de muchachas vírgenes que luego eran ofrecidas a los cerdos. San Gregorio escribe que los hombres de Heliodoro «cogían castas vírgenes que, despreciando los atractivos del mundo, apenas se habían mostrado a los hombres hasta aquel momento, y tras condu­cirlas a una plaza publica, las hacian despojarse de sus vestiduras para que se avergonzaran al verse expuestas a las miradas de todos. A conti­nuación, haciendo que les cortaran y abrieran el vientre (¡Oh. Cristo! ¿Cómo imitar en esta épo­ca la paciencia con que soportaste tus largos su­frimientos? ). comenzaban a masticar su carne con los dientes y a engullirla, pues resultaba agradable a su abominable ansia: también devo­raban su hígado crudo y después de haber pro­bado semejante alimento, hicieron de el su sus­tento habitual. Luego, mientras su vientre aún palpitaba, lo llenaban con el alimento de los cer­dos y haciendo que éstos entraran, ofrecían a la muchedumbre el horrible espectáculo de ver la carne de las jóvenes desgarradas y devorada jun­to a la cebada…»
Encontramos también la intención sádica de descarnar en la muerte de la reina Brunilda, ata­da a la cola de un caballo sin domar por orden de Gotario II. Y también en el suplicio frustrado de Mazepa que, atado a un corcel salvaje, debía pe­recer víctima de los dientes de los lobos y las ga­rras de las aves rapaces:
Corre, vuela, cae… ¡y se levanta rey!
exclama Victor Hugo en sus Orientales, cele­brando el adulterio que no resultó fatal.
El campo que se abre a los endebles insectos no es ni menos grande ni menos bárbaro. Impli­ca recurrir a ejércitos de agentes destructores que. con el tiempo necesario, llevan a sus vícti­mas al borde la locura o las reducen a un puro esqueleto. En la India se introducían coleópteros (en lugar de lirones) bajo un coco colocado sóbre­la piel de la víctima. La agitación de los insectos, centuplicada con ayuda de un palo, no tardaba en volverla loca. En el África negra, las ordalías en caso de adulterio se practicaban —y se practi­can aún— utilizando hormigas rojas que, en la mayoría de los casos, devoran al presunto cul­pable:
«Uno de los refinamientos más crueles pare­ce ser la prueba de las hormigas. Hombres y mu­jeres se reúnen y comen juntos; luego, los hombres bies dicen: “Si no tenéis hijos es porque sois infieles. ¡Decid el nombre de vuestros amantes!. Entonces, atan a todas las mujeres, las cuales, sean o no infieles, confiesan. Las desatan, pero cada una debe pagar una multa: 10 francos si la infidelidad ha sido con un hombre del pueblo y 20 si ha sido con un extranjero, pues puede traer la desgracia a la comunidad. Las mujeres se van. Los hombres encienden un gran fuego y uno de ellos, un iniciado, hace beber un brebaje mágico a un gallo y le corta la cabeza; el ave, con un últi­mo aleteo, cae a los pies de un hombre, que es declarado culpable. Una vez maniatado, se le cu­bre el cuerpo de hormigas cuyos mordiscos son como pequeñas quemaduras. A continuación, se le somete a interrogatorio: “¿A quién has mata­do? ¿A quién le has provocado alguna enferme­dad? ¡Dinos los venenos que conoces!” Al límite del sufrimiento y de la muerte, el hombre aún puede salvarse dando a una de sus mujeres o pa­gando una multa muy crecida. Si no puede, se le añaden más hormigas. El cuerpo, hinchado, se vuelve insensible. Y entonces empiezan a llover los golpes hasta matarlo, porque si quedara con vida, sin duda traería desgracia a lodos los habi­tantes» ( J. Milley. La vie sous les Tropiques. Pa­rís. 1964. pp. 208-209).
Estas costumbres que nos gustaría creer pri­mitivas las aplicaban con los indígenas los colo­nos franceses de la Martinica. Un informe del administrador Phelypeaux dirigido a Versalles en 1712 no deja duda al respecto:
«Para hacerles confesar que envenenan y practican la brujería, algunos habitantes efec­túan en su casa unos interrogatorios más crueles de lo que Fálaris. Busilis y los peores tiranos hu­bieran podido imaginar… Atan a la víctima, completamente desnuda, a un poste cercano a un hormiguero y. después de frotarla con azúcar. le van echando hormigas a cucharadas desde el cráneo hasta la planta de los pies, introduciéndo­las cuidadosamente en todos los orificios del cuerpo…»
En el suplicio del ciíonismo se unta el cuerpo de las víctimas con miel o leche azucarada v se las deja a merced del aguijón de las abejas o de las picaduras de las moscas. San Marcos, obispo de Arctusa. pereció de este modo, y existía una traba de madera, a modo de picota, especial­mente confeccionada para aplicar esta pena, que los persas, al inventar lo que Plutarco y Zonaras denominan pila o barco, perfeccionaron hasta convertirla en obra maestra de la aberración mórbida. Los persas, escribe Gallonio, que sigue a estos autores, aplicaban este suplicio a los regi­cidas:
«Tras construir dos barcos del mismo tamaño y forma, tumban en uno de ellos al condenado y lo tapan con el otro, de tal modo que las manos y los pies quedan fuera, mientras el resto del cuer­po, excepto la cabeza, permanece aprisionado. Le dan alimentos, que se ve obligado a ingerir ante la amenaza de unas agujas dispuestas ante sus ojos. Mientras come, le vierten en la boca un líquido compuesto por una mezcla de miel y le­che, y le embadurnan el rostro con la misma mezcla. A continuación, orientando el barco de modo adecuado, vigilan que el hombre tenga constantemente los ojos frente al sol. y cada día cubren su cabeza y rostro una legión de moscas. Además, como hace en el interior de los barcos cerrados esas cosas que los hombres se ven obli­gados a hacer por necesidad después de haber comido y bebido, la corrupción y la podredum­bre que resultan de ello provocan la aparición de multitud de gusanos que penetran bajo su ropa y le devoran la carne. Cuando el hombre ha muer­to, retiran el barco superior, y entonces puede verse que su cuerpo está completamente roído y que sus entrañas aparecen plagadas de infinidad de gusanos e insectos cuyo número aumenta a diario. Sometido a este suplicio. Mitrídates pa­deció esta agonía durante diecisiete días, al cabo de los cuales entregó por fin su alma.»
Así se expresa Plutarco, cuyo relato difiere poco del de Zonaras:
«Los persas superan el resto de bárbaros pol­la horrible crueldad de sus castigos, en los que aplican torturas interminables…»
Sacie, de quien nos podemos fiar en este cam­po, exclama lleno de admiración:
«¡Qué sublimes invenciones! Eso es el arte: consiste en hacer morir un poco cada día durante el mayor tiempo posible» (Juliette, TV, 269).
Por último, otro suplicio consiste en coser al condenado en el interior de la piel de un animal. San disanto fue expuesto a los rayos de un sol ardiente metido en la piel fresca de un ternero. Otros fueron entregados a las fieras metidos en una piel de asno o un camello. Debemos a Apuleyo y Luciano de Samosata descripciones satíri­cas de este suplicio. En El asno. Luciano dcscribe el terror de una muchacha a quien unos ban­didos quieren castigar con una muerte larga y dolorosa:
«Tengo una idea que os gustará —dijo uno de ellos — . Hay que matar al asno, que por pereza finge cojera y que se ha convertido en cómplice de la fugitiva. Lo mataremos, pues, mañana por la mañana. Luego lo destriparemos, le sacare­mos las entrañas y colocaremos en su interior a esta encantadora niña, de modo que la cabeza quede fuera para que no se asfixie; pero el resto del cuerpo debe quedar perfectamente encerra­do. Entonces, una vez que hayamos cosido la abertura con cuidado, los arrojaremos a ambos fuera para ofrecer a los buitres un nuevo manjar. Obsevad, amigos míos, el horror de semejante suplicio: en primer lugar, estar metida en el ca­dáver de un asno: a continuación, ser cocida en el interior del animal por el ardor del sol de vera­no, mientras la acucia un hambre atroz sin poder quitarse la vida: todo eso por no hablar de la muerte que sufrirá a causa de la infección de esta carroña, ni de los gusanos que vendrán a comér­sela… Y. por último, los buitres llegarán hasta ella a través del asno y la devorarán con él. quizácuando aún esté viva.»