DEMONOLOGIA

Deumus o Deumo

DEUMUS O DEUMO. Divinidad de los habitantes de Calicut, en Malabar.

Este dios, que no es otra cosa que un diablo adorado bajo el nombre de Deumo.

Lleva una triple corona, cuatro cuernos en la cabeza y cuatro dientes torcidos en la boca, que es muy grande; la nariz puntiaguda y arqueada, los pies como patas de gallo y entre ellos una alma que parece pronto a devorar.

ALQUIMIA, DEMONOLOGIA

FLAQUE, Luis Eugenio

FLAQUE Luis Eugenio, Hechicero, juzgado en 1825, de 56 arios de edad. Acusósele de socaliña y de magia por medio de signos cabalísticos; fue también acusado de complicidad en la causa que se siguió contra un tal Bory, tintorero, de 47 años de edad, natural de Amiens, y estuvo también envuelto en la causa de Francisco Russe, trabajador de Con-ti, de 43 años de edad.
En el mes de marzo de 1825 la real audiencia de Amiens confirmó una declaración por la cual se decía que los tres individuos susodichos, valiéndose de medios fraudulentos, habían persuadido a algunos particulares la existencia de un poder sobrenatural; y que para obtener este poder uno de éstos había entregado a Bory la cantidad de 192 francos, y entonces Bory presentó el consultante a un compañero suyo que estaba disfrazado de demonio, y se hallaba oculto en el bosque de Naours. El demonio prometió al incauto, que poseería ochocientos mil francos, pero lo cierto es que el tal hombre jamás se vio dueño de semejante suma. Bory, Flaque y Russe no conservaron por mucho tiempo los ciento noventa y dos francos, porque el tribunal les persiguió y Bory fue condenado a quince meses de reclusión, y Flaque y Russe a un año de encierro, debiendo además pagar la multa de cincuenta francos y las costas.
He aquí en sustancia lo que se desprende de las alteraciones. Bory ejercía el oficio de cirujano en la villa de Mervaux, y como no tenía mucho acierto en sus curaciones persuadía a sus enfermos que se hallaban hechizados y les aconsejaba que se presentasen a un sabio adivino; hacía que le pagasen sus visitas y se retiraba. Estas estratagemas sólo eran preludio de fechorías más graves. En el año 1720 el carretero Luis Pague, necesitando dinero, se dirigió a Amiens y le pidió prestado a un carpintero. Bory dijo que le procuraría el dinero con mayor rebaja mediante algunos adelantos; el carretero le fue a encontrar y Bory le declaró que el mejor medio era venderse al diablo, y le pidió 200 francos para reunir el consejo infernal; dióselos Luis Pa-que y Bory se arregló de modo que con aquella cantidad pudiese lograr de siete a ocho mil francos.
Finalmente conviniéronse en que dando cuatro luises más, Pague obtendría cien mil francos, pero por desgracia sólo pudo darle dos; partieron sin embargo con Bory, Flaque y un señor de Noyencourt hacia el bosque de San Gervasio donde Bory sacó de una de sus faltriqueras un pedazo de papel escrito que hizo sostener por los presentes; era media noche; Flaque hizo tres conjuros pero el diablo no apareció, por lo que Noyencourt y Bory dijeron que el diablo estaba sin duda ocupado aquel día y así se dieron nueva cita para el bosque de Naours; Pague llevó consigo a su hija porque Bory le había dicho ser necesario llevara su primogénito para asistir a la operación. Flaque y Bory llamaron al diablo en latín y el diablo apareció con un redingot rojo azulado, un sombrero galoneado y llevando un enorme sable. Su estatura era de cerca cinco pies y seis pulgadas, Ilamábase Roberto y el criado que le acompañaba Saday.
Bory dijo al diablo: “Aquí te presento un hombre que desea tener cuatrocientos mil francos por cuatro luises, ¿se los puedes dar?” El diablo respondió: “El los tendrá”. Pague le presentó el dinero y el diablo le hizo rodear el bosque en 45 minutos con Bory y Flaque antes de soltar los cuatrocientos mil francos; uno de los brujos perdió un zapato en la carrera; y así que Flaque percibió una mesa con velas encendidas encima, no se pudo contener y lanzó un grito: “Cállate, le dijo Flaque, todo lo has perdido”. Pague huyó a través del bosque y volvió ante el diablo, quien le dijo: “Malvado, has atravesado el bosque en vez de rodearle. Retírate sin volver la cabeza o te tuerzo el cuello”. Otra operación tuvo todavía lugar en el mismo bosque, y cuando el infeliz Pague pidió el dinero, el diablo le dijo: “Dirígete al arca”. Era una mata… Como no había nada en ella el demonio le prometió que la cantidad la encontraría al otro día en la bodega de Flaque; dirigióse allá Paque con su mujer y el buen hombre que había adelantado los ciento noventa y dos francos para el primer negocio, pero Bory, que estaba allí, les enseñó la puerta anunciándoles que se iba a quejar al procurador del rey. Paque comprendió que le habían engañado y se retiró dando por perdido su dinero. — Estamos sin embargo en el siglo XIX.

DEMONOLOGIA

Alastor, gran demonio

ALASTOR Demonio severo, gran ejecutor de las sentencias del monarca infernal.

Ocupando casi casi el mismo destino que Nemesis.

Zoroastres le llama el verdugo, Orígenes dice ser el mismo que Azazel y otros le confunden con el ángel exterminador.

Los antiguos llamaban Alastores a los genios malévolos. Plutarco dice que Cicerón, por odio contra Augusto, había ideado matarse junto al hogar de este emperador para ser su Alastor.

MONSTRUOSIDADES, TORTURA

Del Museo de los Suplicios, El empalamiento

El empalamiento
En las antípodas de la cabeza, el empalamiento afecta una parte determinada del cuerpo que se considera vergonzante. Si la decapitación impresiona, el palo hace sonreír, pues no se ve de él más que su aspecto agradable. Voltaire, en quien otros suplicios suscitaban la más viva irritación, lo ensalzaba. Y su opinión es ampliamente compartida, gracias a los cuentos obscenos y las historias escabrosas. Muchas personas piensan que el empalamiento no debe desagradar en absoluto a los sodomitas, cuya perversidad les lleva a utilizar rábanos o mangos de escoba. El Gran Diccionario (tomo XII, p. 45) dice:
«El suplicio del palo o empalamiento, uno de los más horribles que la crueldad humana haya inventado, consiste en atravesar al condenado con un palo de madera, cuya punta se hace penetrar por la base. Para empalar, se tumba a la víctima en el suelo, boca abajo, con las piernas atadas de modo que queden separadas y las manos sujetas a la espalda. Para impedir cualquier movimiento que pueda molestar al verdugo en el cumplimiento de sus funciones, se le colocan unos arneses de asno, sobre los que se sienta uno de los ayudantes. Tras haber untado los conductos con grasa, el verdugo empuña el palo con ambas manos, lo hunde tan profundamente como puede y, con ayuda de un mazo, lo hace penetrar unos cincuenta o sesenta centímetros. A continuación, se clava el palo en el suelo y la víctima es abandonada a sí misma. Sin tener donde asirse, el desdichado es arrastrado sin cesar por el peso de su propio cuerpo, de modo que el palo penetra cada vez más, hasta que acaba por asomar por la axila, el pecho o el vientre. La muerte tarda en poner fin a los sufrimientos del torturado. Algunos vivieron hasta tres días en esta posición; la rapidez en morir varía, según la constitución del individuo y, sobre todo, la dirección en que se haya introducida el palo. Este hecho tiene una explicación muy sencilla. En efecto, debido a una crueldad espantosamente refinada, se procura que la punta del palo no esté afilada, sino que sea más bien roma, pues de no ser así, al atravesar todos los órganos que encuentra a su paso provocaría una muerte rápida; en cambio, al ser redonda, en lugar de atravesar los órganos los empuja y desplaza, y penetra sólo en los tejidos blandos. De este modo, como los órganos vitales resultan poco lesionados, es posible mantener a la víctima con vida por cierto tiempo, a pesar de los horribles dolores que produce la compresión de los nervios. La dirección que se da al palo también influye en gran medida en la duración del suplicio, ya que es evidente que si, en lugar de clavarlo en el sentido del eje del cuerpo, penetra en dirección ligeramente oblicua, en vez de salir por el pecho o la axila no hará más que atravesar el abdomen; además, si no penetra en la cavidad torácica no puede lesionar los órganos vitales, y la existencia puede entonces prolongarse por mucho más tiempo que en caso contrario.»
El origen del palo es indiscutiblemente oriental. Para aterrorizar al enemigo al que asediaban, los asirios solían empalar a los prisioneros por el centro del cuerpo, justo por debajo del esternón. El palo se presentaba entonces como un largo poste que se veía desde lejos, tal como más adelante se verían las cruces de cartaginenses y romanos. Todos esos pueblos practicaban la táctica del terror para sembrar el pánico entre la población civil; táctica que luego sería utilizada en las matanzas de prisioneros.
El empalamiento podía obedecer a otros móviles, como, por ejemplo, una interpretación errónea de los sueños, que hizo merecedores de este tipo de muerte a los magos culpables de haber permitido a Ciro que partiera de la corte de Astiages (Herodoto, I, 128); la traición, por la que fue castigado el rey de Libia, Inaros (Tucídides, I, 90); o la venganza, que motivó los suplicios infligidos a Leónidas, a Eduardo II de Inglaterra y al asesino de Kléber.
Tras la batalla de las Termópilas, Jerjes ordenó que le cortasen la cabeza a Leónidas y empalaran su cadáver. Según Herodoto (VII, 238), Leónidas fue, en vida, el hombre que más suscitó la cólera de Jerjes, y «de no haber sido por ello, éste jamás hubiera hecho que su cadáver sufriera semejantes ultrajes sacrílegos, pues, que yo sepa, no hay hombres que superen a los persas en el respeto tradicional a la virtud guerrera». Pausanias, vencedor en Platea, se negó a infligir el mismo ultraje al cadáver de Mardonio, sólo para no actuar como los bárbaros (Herodoto, IX, 78).
El pobre Eduardo II, que tuvo la desgracia de casarse con una mujer enérgica sin dejar por ello de frecuentar la compañía de bellos muchachos, fue empalado vivo. Como resistía los ultrajes y se negaba a suicidarse, sus asesinos lo atravesaron con un cuerno que contenía una barra incandescente. «Lo afeitaron con agua fría —escribe Michelet — y lo coronaron con heno; por último, como se obstinaba en vivir, le echaron encima una pesada puerta y presionaron con fuerza sobre ella; luego, lo empalaron con un hierro al rojo metido, dicen, en el interior de un asta, para matarlo sin dejar rastro. El cadáver fue expuesto a la vista del pueblo; se le entregó con honores y se celebró una misa en su honor. No se veían las huellas de ninguna herida, pero los gritos se habían oído, y el rictus del rostro denunciaba la horrible invención de los asesinos.»
El tío del rey de Iraq, cuyos gustos eran similares a los de Eduardo II de Inglaterra, fue castigado también «por do más pecado había» en 1958.

John Maltravers, que dirigió la ejecución de Eduardo, aplicó a éste una variante del suplicio empleado en China, donde colocaban la barra al rojo en un estuche de bambú. ¿Usaban quizá los orientales el bambú para crear cierta ilusión en la víctima?
No se tuvieron tantas delicadezas con el sirio Solimán, ejecutado en El Cairo en 1800, tras el asesinato de Kléber. El Consejo de Guerra francés lo condenó a que le quemaran la mano y a morir empalado. El verdugo Barthélémy, que hubo de estudiar la mejor manera de proceder, «tumbó a Solimán boca abajo, se sacó un cuchillo del bolsillo, le hizo una amplia incisión en el ano, acercó el extremo del palo y lo hundió a mazazos. Luego, ató los brazos y las piernas del reo, levantó el palo y lo introdujo en un agujero previamente preparado. Hasta aquel momento, Solimán no había dicho ni una palabra. Entonces, dirigiendo su mirada a la multitud, comenzó a pronunciar en voz alta la fórmula musulmana: “¡No hay más Dios que Alá, y Mahoma su profeta!”. Recitó unos versículos del Corán y pidió que le dieran algo de beber. Un soldado, que permanecía al pie del palo, se dispuso a darle agua. “Guárdate mucho de hacerlo —le dijo Barthélémy, reteniéndolo — , moriría en seguida.” Solimán vivió aún cuatro horas, y tal vez habría vivido más si, después de irse Barthélémy, el soldado, movido por la compasión, no le hubiera dado de beber. A los pocos momentos, expiró». (Relato de Claude Desprez.)

Turcos, persas y siameses aplicaron este suplicio casi siempre de este modo. En Argel, en cambio, los dey hacían colgar a los condenados de unos ganchos clavados en los muros de sus palacios. A falta de murallas, los colonos británicos erigían horcas provistas de ganchos en los que colgaban a los esclavos rebeldes. Por su crueldad, este castigo recuerda mucho al famoso «barco» de los persas de la antigüedad:
«El hombre al que se tortura es colgado por la axila o por el hueso del pecho a un gancho clavado en una horca. Está prohibido, y se castiga con duras penas, procurarle ningún tipo de alivio. Durante el día permanece expuesto, bajo un cielo sin nubes, a los rayos candenes de un sol casi vertical; y por la noche, al frío y la humedad propios de este clima. La piel desgarrada atrae a enjambres de insectos que acuden para alimentarse con su sangre, y el desdichado expira lentamente, atormentado por el hambre y la sed… Estos infortunados africanos tienen una constitución tan robusta, que algunos soportan diez o doce días esos horribles tormentos antes de que la muerte acabe con ellos… Si se necesita semejante código, las colonias son la vergüenza y el azote de la humanidad; si no se necesita, supone la vergüenza de los propios colonos» (Bentham, Théorie des peines et des récompenses, 2.a ed., 1818, tomo 1, p. 281
Los rusos eran menos crueles, pues, hasta finales del siglo XVII, aproximadamente, en vez de dirigir el palo hacia la axila, atravesaban al condenado desde el ano hacia el corazón, con lo cual la muerte sobrevenía con mayor rapidez.

DEMONOLOGIA

Abigor, demonio

ABIGOR Gran duque de los infiernos.

Le representan bajo la figura de un gallardo caballero, con lanza, estandarte y cetro.

Es un demonio de clase distinguida, que responde muy bien sobre cuanto se le consulta tocante a secretos de la guerra, adivina el porvenir y enseña a los jefes el modo de atraerse la voluntad de los soldados. Tiene a sus órdenes sesenta legiones infernales.

(Wierius in Pseudomanchia doem.)

ALQUIMIA, DEMONOLOGIA

Flamel, Nicolas

FLAMEL (Nicolás) Célebre alquimista del siglo xlv de quien no se sabe el lugar ni la época de su nacimiento porque no es cierto que naciese en París o en Poutosie. Fue al principio alternativamente escritor público, librero jurado, poeta, pintor, matemático, arquitecto; y por fin de pobre que era llegó a ser sumamente rico por haber tenido la suerte de hallar la piedra filosofal. Una noche, dicen, estando durmiendo se le apareció un ángel con un libro harto original, cubierto de bronce bien trabajado, las hojas de unas plan-chitas muy delgadas grabadas con mucho arte y escritas con una punta de hierro. Una inscripción en gruesas letras doradas contenía una dedicatoria a los judíos por Abrahamm el judío, príncipe, sacerdote, astrólogo y filósofo.
“Flamel, le dijo el ángel, ¿ves este libro escrito con caracteres ininteligibles? Tú leerás un día en él lo que nadie podrá leer.”
A estas palabras Flamel alarga las manos para tomar aquel regalo precioso, pero el ángel y el libro desaparecieron y vio salir de sus huellos arroyos de oro.
Despertó Nicolás, pero el sueño tardó tanto en cumplirse, que su imaginación se había ya amortiguado, cuando un día en un libro que acababa de comprar sin siquiera mirarlo reconoció la inscripción del último libro que había visto en sueños con las mismas cubiertas, la misma dedicatoria y el mismo nombre del autor.
El libro tenía por objeto la trasmutación de los metales y sus hojas en número de 21, que forman el misterioso número de tres veces siete. Nicolás se puso a estudiar pero no pudiendo comprender las figuras, hizo un voto a Dios y a Santiago de Galicia pidiéndoles la interpretación de aquéllas, la que sin embargo no pudo obtener sino de un rabino. La peregrinación a Santiago se verificó en seguida y Flamel volvió de él iluminado. Ved ahí la oración que había hecho para obtener la revelación:
“Dios Omnipotente, Eterno, padre de la luz de quien proceden todos los bienes y todos los dones perfectos, yo imploro vuestra misericordia infinita; dejadme conocer la eterna sabiduría que rodea vuestro trono, que todo lo ha criado, que todo lo guía y conserva. Dignaos enviármela del cielo, vuestro santuario, del trono de vuestra gloria a fin de que ella sea quien trabaje en mí porque ella es la muestra de todas las artes celestiales y ocultas que posee la ciencia y la inteligencia de todas las cosas; haced que me acompañe en todas mis obras, que por medio de su espíritu posea yo la verdadera inteligencia. Que yo proceda infaliblemente en el noble arte al cual me he consagrado, en busca de la maravillosa piedra de los sabios que habéis ocultado al mundo, pero que acostumbráis descubrir a vuestros elegidos; que esta grande obra que voy a emprender aquí en la tierra la empiece, la continúe y la acabe y que goce de ella felizmente para siempre. Os lo pido por Jesucristo, piedra celeste, angular, milagrosa y fundamento de toda eternidad que reina con vos, etc.”
Esta oración surtió el efecto deseado, pues que por inspiración de la bendita Virgen, Flamel convirtió al principio el mercurio en plata y luego en oro.
No bien se vio en posesión de la piedra filosofal cuando quiso que monumentos públicos diesen testimonio de su piedad y riqueza. No se olvidó de hacer colocar por todas partes su retrato y su estátua esculpidos, acompañados de un escudo o de una mano con un escritorio en forma de armario. Igualmente hizo gravar en todas partes el retrato de su mujer  Pernelle, que le ayudó en sus trabajos de alquimista.
Flamel fue enterrado en la iglesia de SaintJacques la Boucherie; después de muerto muchos se imaginaron que aquellas pinturas y esculturas alegóricas eran otros tantos signos cabalísticos que encerraban un sentido del que se podría sacar provecho. Su casa, situada en la calle vieja de Maribaux, núm. 16, infundió sospechas de que podrían hallarse en ella muchos tesoros.
Un amigo del difunto se obligó con este intento a restaurarla gratis; lo registró todo y no encontró nada.
Otros han supuesto que Flamel no había muerto y que tenía todavía mil años de vida; aún podría vivir mucho más en virtud del bál. samo universal que él había descubierto. Sea de ello lo que fuere, el viajero Pablo Lucas afirma, en una de sus relaciones, haber halla• do a un Derviche o monje turco, el cual había visto a Nicolás Flamel embarcado para In. dias.
No se han contentado con representar a Ni colás Flamel como un adepto, sí que se le ha hecho autor. En el año 1561, 143 después de su muerte, Santiago Gohorry publicó en 18.°, bajo el título de Trasformación metálica, tres tratados en rima francesa: La fuente de los amantes de las ciencias; con los avisos de la naturaleza al alquimista errante, con la recon• testación para Juan de Meung, y el Sumario filosófico, atribuido a Nicolás Flamel. Dice también ser suyo El deseo deseado o tesoro de la filosofía, dicho de otro modo El libro de las seis palabras, que se encuentra cc n el Tratado del azufre, del cosmopolita, y la obra real de Carlos IV, en París, de los años 1618 y 1659, en 8.° Hácésele también autor de las Grandes luces de la piedra filosofal para la trasmuta• ción de todos los metales. El editor prometía La alegría perfecta de yo, Nicolás Flamet, y Pernelle mi mujer, la cual no ha salido a luz, y finalmente ha dado la música química opúsculo muy raro, y otros trabajos que no son buscados. En resumen, Flamel era un hombre laborioso que se hizo rico trabajando con los judíos, y como esto lo hacía ocultamente, atribuyéronsele sus riquezas a medios maravillosos.
El abate de Villars, en su Conde de Gabalis, dice ser Nicolás Flamel un cirujano que comerciaba con los espíritus elementales. Se han referido de él mil cuentos singulares, y en nuestros días un truhán, o por mejor decir un chancero, en el mes de mayo de 1818 esparció por los cafés de París un aviso en el que declaraba ser él el famoso Nicolás Flamel, que buscaba la piedra filosofal en un rincón de la calle Marivaux, que más de 400 años había viajado por todos los países del mundo y que había vivido por el espacio de más de cuatro siglos, por medio del elxir de vida que él había tenido la felicidad de descubrir. Cuatro siglos de pesquisas le habían hecho muy sabio, el más sabio de los alquimistas. Hacía oro a su voluntad y los curiosos podían presentarse en su casa de la calle de Clery, número 22, y tomar una inscripción que les costaría trescientos mil francos, por medio de la cual quedarían iniciados en los secretos del maestro y se harían sin mucho trabajo un millón ochocientos mil francos de renta. Algunas personas han advertido que las proposiciones del supuesto Flamel no han tenido buen resultado, atribuyéndolo al espíritu del siglo; pero más bien se debe atribuir el no haber logrado su efecto este charlatanismo, al excesivo precio de la iniciación. Porque en todas partes y en todos tiempos siempre que se presentan impostores pueden estar seguros de que encontráis tontos que los crean.
El que quiera adquirir más detalles puede consultar la historia crítica bastante estimada de Nicolás Flamel y de Pernelle su mujer, por el abate Villain, París 1761.

 

MONSTRUOSIDADES, TORTURA

Del Museo de los Suplicios, LA DECAPITACION

Al contrario de lo que sucede con los castigos precedentes, la decapitacion se ha considerado siempre como un suplicio elegante, al menos en-nuestro entorno. El hacha estaba reservada a los nobles y los aristócratas: a los hijos de Bruto, a san Pablo en su calidad de ciudadano romano, a Ana Bolena, a Carlos I, al conde de Egmont, a Cinq-Mars y a Thou. Es un instrumento que resulta bastante difícil de manejar, pues requiere rapidez visual y unos brazos tan hábiles como fuertes. En el curso de la Historia abundan las ejercuciones frustradas debido a la deficiencia física de los verdugos y a su repugnancia a cortar determinadas cabezas. El mariscal de Biron, que conspiraba con Saboya y España, en ningún momento creyó (ni aun estando en el cadalso) que el rey quisiera su muerte. El verdugo tuvo que decapitarlo por sorpresa, tras haberle asegurado que no lo haría antes de que acabara su plegaria.
«Si el verdugo no hubiese utilizado ese ardid, aquel miserable e irresoluto hombre se habría incorporado de nuevo; de hecho, la espada le seccionó dos dedos al levantar él la mano para aflojarse la venda de los ojos por tercera vez. La cabeza cayó al suelo, de donde fue recogida para ser envuelta en un sudario blanco junto con el cuerpo, que aquella misma noche fue enterrado en Saint-Paul» (L’Estoile, Journal, año 1602).
Cuarenta años más tarde ejecutaron a CinqMars por las mismas razones; él también estaba convencido de que la amistad, o más bien el amor, que le profesaba Luis XIII lo salvaría del cadalso. Un testigo ocular escribe:
«El señor de Cinq-Mars, sin venda en los ojos, colocó cuidadosamente el cuello sobre el tajo; dirigió el rostro hacia la parte anterior del cadalso, asió fuertemente el tajo con, ambos brazos, cerró los ojos y la boca y se dispuso a esperar el golpe, que el verdugo le asestó lenta y pausadamente… Al recibir el golpe, profirió en voz alta una exclamación que quedó ahogada por su propia sangre; alzó las rodillas como si quisiera levantarse y volvió a caer. Como la cabeza no había quedado totalmente separada del cuerpo, el verdugo pasó por detrás a la derecha del condenado, tomó la la cabeza por los cabellos con la mano derecha y sesgó con su cuchilla la parte de la tráquea y de la piel del cuello que no estaban cortadas; después arrojó sobre el cadalso la cabeza, que desde allí saltó al suelo, donde observamos que dio media vuelta y siguió palpitando durante cierto tiempo.»
En la antigua China, la decapitación presentaba un aspecto diferente. La ejecución se efectuaba de pie, y no de rodillas ante el tajo y los ayudantes del verdugo, y se decapitaba a los personajes influyentes, los altos magistrados y todos los que habían tenido el honor de inclinarse ante la sagrada persona del emperador. Este procedimiento resultaba tan eficaz como impresionante: baste pensar en la cabeza girando por los aires y en los borbotones de sangre brotando del cuello. En algunos países de Oriente continúa practicándose este método. En marzo de 1962, dos hombres que habían intentado asesinar al rey de Yemen fueron ejecutados así en la gran plaza de Taez.
El advenimiento al trono de los reyes de Dahomey iba acompañado de ceremonias monstruosas, entre las cuales la decapitación desempeñaba un papel importante e incluso preponderante. Un tal Euschard, comerciante invitado a la coronación de Behanzin, nos dejó este palpitante relato de las principales ceremonias:
«Me hicieron subir a una alta plataforma, ante la cual se alineaban dos hileras de cabezas humanas: ¡todo el suelo del mercado estaba bañado en sangre! Aquellas cabezas eran las de cautivos con los que habían practicado el arte infernal de la tortura… ¡Pero eso no era todo! Trajeron veinticuatro cestos; en cada uno de ellos había un hombre al que sólo se le veía la cabeza. Los alinearon por unos momentos ante el rey y, a continuación, los arrojaron uno tras otro, desde lo alto de la plataforma, a la plaza, donde la multitud, cantando, bailando y vociferando, se los disputaba, al igual que en otros lugares los niños se pelean por coger las golosinas de los bautizos. Todos los que tenían la suerte de atrapar a una víctima y cortarle la cabeza podían ir a cambiar su trofeo por una ristra de cauris que entregaban como prima. Por último, se celebró un desfile militar en el que participó todo el ejército, compuesto por cincuenta mil combatientes, diez mil de los cuales eran amazonas. Una vez finalizado el desfile, fueron martirizados tres grupos de cautivos, a los que les cortaron poco a poco la cabeza con cuchillos sin afilar para alargar el suplicio. De todos los espectáculos, ninguno tan espantoso como éste.»

La «humanidad» de la guillotina
Lo que incitó al doctor Guillotin a solicitar la supresión de la decapitación, no fue la práctica de semejantes horrores, sino un deseo de igualdad republicana. La idea en sí de la abolición de la pena capital ni se la planteaba este filántropo, que simplemente deseaba situar al mismo nivel el infamante colgamiento de los plebeyos y la decapitación de los gentileshombres. En Actes des Apótres, diario monárquico, se publicó:

Guillotin, médico, político, ¡una hermosa mañana imagina
que colgar es inhumano
y poco patriótico! Necesita
un suplicio
que, sin cuerda ni poste, despoje al verdugo
de su oficio.

El duque de Liancourt hizo que la Asamblea Constituyente votara la proposición de instaurar ese suplicio único al que el nombre del médico continúa vinculado. Guillotin afirmaba que con su máquina se podía hacer saltar la cabeza de un hombre en un abrir y cerrar de ojos y sin infligirle ningún sufrimiento. Y ensalazaba las ventajas de este sistema aduciendo unos argumentos que, a grandes rasgos, se puden resumir así:
—delitos iguales son castigados con una pena igual, sean cuales fueren el rango y la situación del culpable;
—el suplicio no varía jamás;
—como el crimen es personal, la familia del que padece el suplicio no es perseguida;
—nadie tiene derecho a reprochar a otro el suplicio sufrido por algún pariente;
—no se lleva a cabo confiscación de bienes;
—el cuerpo de la víctima podrá ser devuelto a la familia.
Cierto que la guillotina, en la que se debería haber pensado antes, señala un enorme progreso en comparación con la gama de suplicios aplicados con anterioridad. Sin embargo, por desgracia, se hizo un uso excesivo de ella durante la época del Terror. Desde que existe, esta curiosa máquina ha fascinado a los criminales. ¿Será la visión de la sangre lo que les atrae? ¿O quizá el brillo de la cuchilla? Lo cierto es que numerosos émulos de Lacenaire, sobre el que la cuchilla se abatió a indecisas sacudidas, han deseado dormir con la Viuda:

Te saludo, mi bella prometida,
a ti, que muy pronto debes estrecharme entre
[tus brazos! ¡A ti dedico mi último pensamiento,
pues contigo estuve desde la cuna!
¡Yo te saludo, oh, guillotina, expiación

último artículo de la ley,
que sustrae el hombre al hombre y lo
[devuelve, limpio de crimen, al seno de la nada, mi esperanza y mi fe!

DEMONOLOGIA

Flauros o Flauro

FLAURO

General mayor de los infiernos.

Se presenta bajo la enorme figura de un leopardo, y cuando toma la figura humana es horrible su rostro y tiene los ojos encendidos; conoce lo pasado, lo presente y lo futuro, subleva a todos los demonios y espíritus contra sus enemigos los exorcistas y manda veinte legiones..

DEMONOLOGIA

Samael

SAMAEL Príncipe de los demonios, según los rabinos ; el fue quien montado en una serpiente sedujo a Eva. Tiénenlo también por el ángel de la muerte al que representan ya con una espada, ya con un arco y flechas.

Samael (demonología) Ángel de la muerte y del envenenamiento, casado con el ángel de la prostitución, Iset Zemunin. Los cabalistas afirman que no solo se ocupan de la sexualidad humana ciertos ángeles, como Aniel, Anael, Saquiel, Sarabotes, Amaniel, Abalidot y Flaef, sino que hay también ángeles malos con la misma dedicación. En una de las escrituras rabínicas Samael aparece identificado como el ángel de la muerte. Para ciertos comentaristas de los textos hebreos es la gran serpiente con doce alas que arrastró consigo el sistema solar, el demonio que ayudó a seducir a Eva y debió ser el verdadero padre de Caín.

DEMONOLOGIA

El culto a los Muertos , Vodeau, vudu, voodoo

Ya durante el período esclavista, los misioneros quedaron sorprendidos por la energía que los esclavos eran capaces de desplegar para apoderarse de los ritos mortuorios católicos, a pesar de la voluntad de los administradores de celebrar funerales sumarios a los esclavos muertos. Más tarde, desde la abolición hasta nuestros días, una de las demandas más importantes del seguidor del vudú a la Iglesia católica sigue siendo la misa de difuntos. Más que el bautismo, la comunión y el culto de los santos, aparece no como una ceremonia destinada a hacer agradable a Dios el alma del difunto, sino como un rito integrado en el vudú, que expresa una demanda de reconocimiento social. Sobre todo porque en ella están presentes la mayoría de los medios sociales, la iglesia resulta el lugar de acogida privilegiado.
CUIDAR A LOS MUERTOS POR LA PAZ DE LOS VIVOS
Toda muerte reconocida tiene, pues, efectos beneficiosos para el reconocimiento social de los vivos. El esclavo aferrado al culto de los muertos percibió perfectamente que la relación con los difuntos determina las formas y conductas sociales. En este sentido, no es el miedo a la muerte física lo que justifica lo que parece ser una pasión por los muertos en el culto del vudú, sino que es la voluntad de recobrar y afirmar la dignidad humana lo que empuja al esclavo a utilizar todos los medios a su disposición para rendir homenaje a los muertos. En definitiva la muerte real del individuo, puesto que de otro modo éste seguiría persiguiendo a los vivos y les haría la vida insoportable. La muerte deja de ser una fuente permanente de angustia; sólo cabe hacer frente a su realidad bajo la acción del grupo social o de la comunidad.
Por supuesto, hoy en día los comportamientos tradicionales tienden a desaparecer a medida que se produce el trasvase del campo a la ciudad, así como de las clases populares a la clase media y la gran burguesía, más afectadas por la modernidad.

EVITAR LA CONTAMINACIÓN
Cuando muere un individuo, uno de los familiares presentes lanza un grito (o ré) que anuncia el fallecimiento a todo el vecindario. Amigos v parientes no tardan en reunirse v da entonces inicio una operación de alejamiento de todo cuanto recuerda al muerto, empezando por los vestidos y los bienes. En otras palabras, el acto real del fallecimiento se convertirá poco a poco en una producción de la propia comunidad. Se trata de separar al muerto de la compañía de los vivos, trazar una línea de demarcación entre él y su comunidad, y eso no se logrará en un solo día.
Al ser la muerte la separación del cuerpo de los diferentes elementos espirituales que hacen de él un ser humano, habrá que velar para que cada uno de esos elementos se disperse y encuentre nuevos espacios en los que fijarse. Durante los primeros momentos del fallecimiento, el alma del muerto sigue rondando alrededor del cadáver, circula incluso por la casa. Es capaz de contaminar a los vivos; es fuente de peligro, ya que puede arrastrar a otros a la muerte con ella. Todos los preparativos y cuidados que rodearán los funerales tendrán por objeto organizar la partida definitiva del muerto, tras lo cual se pondrá en marcha un proceso de reintegración del difunto en el seno de la comunidad, en calidad de ‹< protector potencial»

LOS ESPÍRITUS SE DESPEGAN
Antes de los funerales, si el muerto era un iniciado del vudú, debe someterse a un rito llamado dessoimen, una degradación para despegar al espíritu protector (loa uiét-tél) al que había consagrado su vida. Hasta que no se lleve a cabo ese rito, el muerto se considera todavía como vivo. El ott/tr;an (sacerdote vudú) empieza por alejar a parientes y amigos y luego con el assou (sonajero que simboliza el poder sobre los espíritus) llama al twa mél-lét, que se aloja aún en la cabeza del difunto. Según dicen, éste amaga un movimiento con el tronco, y ése es el signo de que el loa ha huido del cadáver Entonces es posible que acuda a poseer a un familiar cualquiera de la casa, que se convertirá de ese modo en heredero de ese loa. En cuanto al alma propiamente dicha del difunto se la puede atrapar en un recipiente: se procede a cortar algunos mechones de cabello o algunas uñas que, colocados un pote, constituyen una garantía contra cualquier utilización con fines maléficos del alma del muerto.
Estas prácticas y creencias explican que, con motivo de la limpieza del cadáver, el encargado o, más a menudo, la encargada de la operación pueda entablar conversaciones con el muerto, como si estuviera vivo.

Así, el difunto partirá hacia el mundo invisible cargado de mensajes que recordará al final de su viaje. La tradición del interrogatorio, muy común en el África negra, se ha conservado en Haití no sólo durante el lavado, sino también durante la vela del muerto.

EL FORTALECIMIENTO DE LOS LAZOS COMUNITARIOS
Familiares, amigos y vecinos se reúnen durante toda la noche hasta el alba. Se preparan mesas de juego para los hombres; las mujeres preparan té y café.
La velada está puntuada por los gritos de las plañideras, los reproches y las peticiones dirigidas al muerto, por las plegarias y los cánticos.
Sin embargo, la vela no deja de ser un tiempo de diversión colectiva: se relata la vida del difunto, se narran historias, cuentos y adivinanzas para divertir a la concurrencia. El éxito de la vela constituye, no cabe duda, un signo de la importancia de la categoría social del muerto, pero el objetivo es sobre todo superar la desesperación ante el carácter irremediable de la muerte mediante una reafirmación de la vida.
Todas las precauciones tomadas en torno al lecho mortuorio tienden a mostrar que la retirada del mundo de los vivos tiene que organizarse y representa un proceso largo, complicado y peligroso. El aseo del muerto,   la tarea de vestirlo y colocarlo en el ataúd, el traslado desde la casa a la iglesia al cementerio deben respetar unas reglas de orientación muy estrictas destinadas a desorientar al muerto, impedirle que retorne a su punto de salida para que no inquiete a los ivos. En este sentido, la inhumación es otra etapa más en la producción de la partida definitiva.
El duelo tiene como función hacer participar al vivo en la condición del muerto, hasta que éste acabe por corresponderse con su categoría de invisible. Su duración varía entre los seis meses y los dos años, segun el grado de parentesco o alianza con el difunto. Cuando el luto se levanta significa que el muerto ha culminado por fin su retirada de la compañía de los vivos.

«MAME-TEMO»: EL VIÁTICO

Una Vez cumplimentados los ritos de separación, se ofrecen periódicamente a los muertos comidas llamadas nunde-lénzó, en las cuales participan amigos y miembros de la familia. En efecto, cl muerto necesita alimento y bebida durante el viaje por el mundo invisible que está situado bajo las aguas. En un primer momento siente frío y tiene que calentarse. Con este propósito se lleva a cabo el rito del boule-zen, consistente en pasar por el fuego el espíritu presente simbólicamente en los potes, por medio de los mechones de cabello o las uñas cortados antes de introducir el cuerpo en el ataúd. Se untan de aceite los potes o las ollas y luego se enciende un fuego que significa la retirada del alma del difunto de las aguas en las que permanece.
Sin embargo, lo más importante sigue siendo el interrogatorio al que es sometido de nuevo el difunto. A partir de ese momento puede atender las peticiones que se le dirigen. Se dialoga con él, porque ha accedido a una nueva vida en la cual conoce el secreto de la vida y la muerte. Al ser alimentados, los muertos resurgen hacia los vivos. Cercano a los espíritus vudú y pronto espíritu titular él mismo, un muerto bien alimentado puede dar consejos en sueños, transmitir dones o conocimientos sobre plantas y hojas medicinales, a veces incluso predecir el número ganador de la lotería o la borlette (juego de azar popular), o conceder toda clase de favores y riquezas.

Los GEDÉ, UNOS «LWA» DE LA MUERTE FÁLICOS Y BROMISTAS
Una de las ceremonias más importantes del vudú es la ceremonia en honor de los Aya de la muerte, los lwa Gedé, que, en la mayor parte de los oufb, tiene lugar los días 1 y 2 de noviembre. Todos los cementerios, tanto los públicos como los privados creados en las propiedades familiares del campo, se llenan de visitantes. Las tumbas se limpian de malas hierbas, y se aprovecha la ocasión para blanquearlas. Durante las ceremonias, es posible encontrar en mercados y calles a personas poseídas por los Gedé, puesto que esos lira se adueñan durante unos días del espacio, y resulta una imprudencia negarles el saludo. De todos modos su aparición, el día de los muertos, provoca risas con facilidad; en efecto, los Gedé son lira fálicos que cuentan historias

subidas de tono, ejecutan danzas lúbricas y se dedil a star bromas a los participantes, a robarles el dinero o los objetos. Asimismo, les gusta beber ron y comer bien. A veces, sobre el altar del oufo se encuentra expuesto un enorme falo de madera, su principal atributo, que es ofrecido al «poseído» en el momento del trance. En realidad, el comportamiento excentrico de los Gedé es un arte de convertir la muerte en burla. Representar el papel de muerto para eiluivar la muerte, tal es quizá el destino de los Gedé, porque si bien la muerte sigue siendo una necesidad, la reafirmacion de la vida permite afrontar con exito. Su llegada siempre es acogida con alegria por los asistentes. Siempre es posible contar con los para introducir una nota de franca alegría en el desarrollo de las ceremonias más serias. Su voz gangosa basta para producir un efecto comico.
(Alfred Metraux).