El hombre es un animal lo bastante sorprendente como para intentar buscar el sosiego de pasiones y sentidos en el sufrimiento y la crueldad. Los buenos pretextos que le incitaban a sacrificar a sus semejantes en nombre de la justicia o en honor de las divinidades desaparecen ante la búsqueda desenfrenada del placer. El erdugo, consciente o inconscientemente, siente cierta voluptuosidad en martirizar, al igual que el sacerdote goza con la vergüenza y las ofensas al pudor. En el vasto terreno del erotismo, la libertad recupera sus derechos y la Bestia se muestra al desnudo. Su rostro carece de atractivo, pues el hombre, malvado por naturaleza, dirige su furia contra el objeto amado, le exige sumisión y pasividad. Llega incluso a someterse a las peores abyecciones, a la esclavitud y el terror. Y todo para depositar un poco de semen a merced del viento y de sus fantasías. La educación, la prudencia y la voluntad no son nada comparadas con las exigencias genitales, sobre las que nuestro mundo hipócrita se complace en correr un tupido velo, prefiriendo con mucho — ¿por cuánto tiempo aún? — la aberración a la catarsis. Nadie se atreve a abordar el fondo del problema con tanta franqueza como lo hace Noirceuil cuando se dirige a Juliette:
«No existe objeto en la Tierra que no esté apuesto a sacrificarle. Para mí, es un dios; que lo sea también para ti, Juliette. Adora a ese déspota, adula a ese dios soberbio. Desearía que hubiese un hombre encargado de matar, con espantosos suplicios, a todos los que se negaran a inclinarse ante él… Si fuera rey, Juliette, nada me causaría más placer que hacerme seguir por dos verdugos que exterminasen al momento todo aquello que me resultara repugnante a la vista… Caminaría sobre cadáveres y me sentiría feliz; eyacularía en la sangre, que correría a chorros por mis pies» (Juliette, I, p. 244).
Para Sade, el placer es primordial. La única realidad del hombre, solo en un universo de individuos que le son indiferentes, está en función del goce que le proporcionan sus semejantes, sin que importe si éste va acompañado de dolor, tortura y muerte. «El mayor dolor de los demás cuenta menos que mi placer», señala Maurice Blanchot al resumir las opiniones de Sade:
«Si debo comprar el más leve goce a cambio un cúmulo de inusitadas atrocidades, eso no [ene ninguna importancia, porque el goce me deleita, está en mí; en cambio, la sensación de crimen no me afecta, está fuera de mí.»
A excepción de las alusiones a los suplicios. de las que Sade no sabría prescindir, fuerza es reconocer que sus héroes se expresan con una franqueza absoluta. Las aspiraciones de Noirceuil son las de los machos bien dotados, aquellos a quienes no repele el «amor vulgar» y que desearían decir de su amante:
¿Qué soberbia está, en su desorden,
cuando cae con los senos desnudos
y la vemos, con los labios entreabiertos,
retorcerse en un beso de rabia
y mascullar, aullando, palabras desconocidas!
Efectivamente, el amor implica fantasías cuya exageración podría conducir a una especie de locura. ¿Qué apasionado no devora a su pareja a besos, no mordisquea sus pezones y sus axilas, no muerde sus labios o su cuello? Un sadismo menor, si se quiere, en el que el paroxismo del placer lleva a perdonar un dolor pasajero. Pero auténtico sadismo cuando la búsqueda del dolor por el dolor es el elemento predominante en aquellos que encuentran placer en desflorar, o en los impotentes que se ven obligados a recurrir a medios mecánicos para provocar el espasmo. Según Octave Mirbeau, la sangre es un precioso estimulante para la voluptuosidad; es el vino del amor para todos esos seres que no pueden gozar sin hacer sufrir a su prójimo o sufrir por él.
La manía de la desfloración ha existido en muchos pueblos. Para llevarla a cabo, los sacerdotes egipcios ocupaban el lugar de sus dioses en la oscuridad propicia de los santuarios; los de Babilonia preferían la violación colectiva; y en Roma se sacrificaba la virginidad en elinmundis-simum fascinum, que horrorizaba a san Agustín. La violación es una tortura que siempre ha hecho las delicias de los orientales. El placer que proporciona no reside tanto en la sangre y las lágrimas vertidas como en la sorpresa de la virgen estrecha o el muchacho esquivo, que no esperaban tan triste suerte. Ésa es la razón que explica la existencia de todo un comercio de adolescentes, al que aluden tanto el Satiricón como los informes de la ONU. Es, asimismo, la causa de la invención de artilugios apropiados para destrozar hímenes e ingeniosos mecanismos capaces de reducir la resistencia más pertinaz. Estos aparatos que siembran la obra de Sade, y que Fernando de Ñapóles perfeccionaría, existieron en China hasta época reciente. Georges Soulié de Morant nos cuenta que un príncipe chino, muy aficionado a los jóvenes, encontró un medio para tenerlos a su merced:
«Cuando un visitante llegaba inesperadamente, el anfitrión lo conducía al lugar de honor y hacía que se sentara junto al instrumento sobre el que ya estaba dispuesta la ritual taza de té, que debía coger con ambas manos. ¿Quién hubiera sospechado una traición? El visitante, sin embargo, al levantar la taza accionaba un mecanismo oculto. Súbitamente, con la rapidez del rayo, surgían unas esposas de acero que aprisionaban las muñecas del desdichado, el cual quedaba completamente indefenso y a merced de la voluntad de su anfitrión» (Bijou de Ceinture,París, 1926, pp. 162-163).
Los violadores son simples viciosos a quienes sólo interesa la rareza del placer. También podrían obtenerlo con muchachas nubiles o con individuos de más edad, si no fuera porque quieren realizarlo con los aderezos del servilismo y el terror. Por otra parte, no tienen ninguna excusa, al contrario de aquellos que, debido a su incapacidad o a excesos sexuales, buscan en ciertas coacciones un medio de conseguir el orgasmo. Según la intensidad de los deseos a satisfacer o el estado psicopatológico, estas coacciones pueden revestir tres formas principales, que incluyen una amplia gama de variantes: la flagelación, el ahorcamiento simulado y las mutilaciones, con su gama infinita.
Te habras dado cuenta que muchas de estas manifestaciones morbozas y sadismo placentero las estuvimos comentando esta semana.