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La muerte
MUERTE La muerte, tan poética porque toca a las cosas inmortales, tan misteriosa por su silencio, debía tener entre el pueblo mil maneras de anunciarse. Unas veces se dejaba prever por el sonido de una campana, que tocaba por ella sola ; otras, el que debía morir oía pegar tres golpes en el techo de su cuarto. Un religioso de san Benito pronto a abandonar el mundo encontraba en el suelo de su celda una corona blanca. Una madre que perdía a su hijo en lejanos países era en seguida advertida de ello por sueños. Los que niegan el presentimiento, no conocerán jamás los secretos caminos por los cuales se comunican de un extremo al otro del mundo dos corazones que se aman.
De todos los espectros de este mundo. la muerte es el más horrible. En un año de carestía, un labrador se encontraba en medio de cuatro niños que llevan sus manos a la boca, que piden pan, y que nada tiene para darles… La desesperación se apodera de él; coge un cuchillo y degüella a los tres niños mayores; el menor, a quien iba a herir también, se arroja a sus pies y exclama: “¡Oh, no me ma• téis, padre mío, ya no tengo hambre!”
En los ejércitos persas, cuando un simple soldado estaba muy enfermo, llevábanlo a al• gún bosque vecino, con un pedazo de pan, un poco de agua, y un palo para defenderse contra los animales feroces, mientras tuviese fuerza. Estos infelices eran de ordinario devorados. Si escapaba alguno y volvía a su casa, todo el mundo huía de él, como de un demonio o una fantasma, y no se le permitía comunicar con nadie hasta ser purificado por los sacerdotes. Persuadíase que tenía estrechos lazos con el demonio, pues las fieras no le habían devorado, y había recobrado sus fuerzas sin socorro alguno.
Los egipcios antes de tributar a los reyes los honores fúnebres, les juzgaban ante el pueblo, y les privaban de sepultura si se habían portado como tiranos.
En Bretaña se cree que los muertos abren los párpados a medianoche; y en Plonerden, cerca Landerneau, si no se cierra el ojo quierdo de un muerto, uno de sus más cerca• nos parientes está amenazado de dejar de exis• tir dentro de poco.
Difícil será enumerar las supersticiones que los diferentes pueblos se han formado sobre la muerte, pues cada uno las tiene diferentes y cada uno a cual más ridículas.