Cuando el cardenal Lotario Conti accedió al trono pontificio el año 1198 con el sobrenombre de Inocencio III, contaba
sólo treinta y seis años de edad y ya había dado una muestra de su pensamiento político en la obra Del desprecio del mundo. Pronto impuso su ideario a los monarcas del orbe cristiano, sometidos a su voluntad con una suerte de alianza entre los llamados Estados de la Iglesia.
Esto le permitió intervenir en las cuestiones dinásticas en Alemania, con el apoyo y coronación del rey Otón como emperador del Sacro Imperio Romano, al que acto seguido excomulgó por desobediencia a sus órdenes; obligó a los monarcas de Francia —Felipe Augusto— y de España —Alfonso IV— a repudiar a sus respectivas esposas; humilló y excomulgó al rey Juan de Inglaterra por oponerse al nombramiento de un cardenal: amañó el nombramiento de los gobernantes de Polonia, Noruega y Hungría: aceleró la derrota de los moros con la unión de los reyes de Navarra, Casulla y Aragón; erigió un reino latino en la metrópoli griega de Constantinopla y, por último, organizó una auténtica cruzada contra los albigenses del sur de Francia.
En el orden estrictamente religioso, apoyó la obra de franciscanos y dominicos y, ya en 1215, presidió el IV Concilio de Letrán, donde se estableció la obligación de todos los cristianos de confesar y comulgar una vez al año como precepto.
La cruzada emprendida por Inocencio III contra los cataros, cuyo aniquilamiento total se prolongaría hasta el siglo XVI. tuvo como pretexto la condena explícita de la Iglesia al código de creencias de la secta .Ellos creían que la Luz y las Tinieblas formaban dos principios antagónicos, enemigos, y que una catástrofe de características cósmicas había propiciado
que una parte de la substancia luminosa quedara atrapada por los habitantes de las Tinieblas. Este era el reino de Satán, en tanto los seres humanos, encarnación terrestre de aquellos espíritus a los que arrastró Satán a rebelarse, habían sido arrojados del cielo.
Sólo la unión del alma humana con Cristo restauraría la Luz perdida, pero a esto se opondrá con todo su poder el Diablo, cuya tarea consistirá en hacer lo imposible para ocultar las almas al Salvador, atormentándolas en los cuerpos y encamándolas en los animales. Si el individuo, llegada la hora de la muerte, se encuentran en un estado puro, dejara de reencarnarse en tan dolorosas formas y alcanzara la luz y la imortabilidad.
La ceremonia del bautismo cátaro se llevaba a cabo por imposición de manos, después de la cual se colocaba un ejemplar de los Evangelios sobre la cabeza del neófito, que recibía el beso de la paz .
El espíritu protector era el Paráclito, el Consolador, por lo que el rito recibia el nombre de consolamentum. El grupo de sacerdotes actuantes formaba el número de los perfectos y además de la castidad, llevaban una vida austera.
En general, los cataros observaban la abstinencia de la carne en todos los aspectos; de hecho no probaban el queso, la leche y los huevos por considerar estos productos derivados del comercio sexual de los animales. Sólo les estaba permitido el consumo del pescado, al entender que los peces nacían sin copular. No había perdón alguno para el pecado, por lo que muchos cataros dejaban para los últimos instantes de su vida la ceremonia bautismal.
Los creyentes, a los que estaba vedado el Padre nuestro, sólo podían acercarse a Dios por mediación de los perfectos. La secta observaba tres cuaresmas al año y ayunaban tres días a la semana, en los que sólo consumían pan y agua. Recibían la Eucaristía de pie y en forma de pan fraccionado por uno de los perfectos. Lo que sublevó a Inocencio III, en definitiva, fue la herejía de que Satán pasaba por amo del mundo. Las formas externas del culto cátaro sólo le irritaban. La cruzada sentenció el uso de la fuerza contra los herejes y el papa Inocencio III dejó establecida la necesidad de «emplear la espada espiritual de la excomunión; pero si esto no es suficiente, habrá que emplear la espada física .
El conflicto de Letran (1215) fijo la pena de muerte para los herejes , lo que no tardaron en asumir los legisladores adscritros a los llamados estados de la iglesia.
Lilith iglesias