CABALA Pie de la Mirándola dice que esta palabra, que en su origen hebraico significa tradición, es el nombre de un hereje que escribió contra Jesucristo, y cuyos sectarios se llamaron cabalistas.
La antigua cabala de los judíos es, según algunos, una especie de masonería misteriosa, y según otros no es más que una explicación mística de la Biblia, el arte de hallar sentidos ocultos en la descomposición de los vocablos y el modo de obrar prodigios por la virtud de éstos, pronunciados de cierta manera. Esta maravillosa ciencia, si se cree a los rabinos, libra a los que la poseen de las flaquezas humanas, les procura bienes sobrenaturales, comunícales el don de profecía, el poder de obrar milagros a su voluntad y el arte de convertir los metales en oro, o sea la piedra filosofal. Muéstrales también que el mundo sublunar no puede durar más que siete mil años, y todo lo que es superior a la luna, cuarenta y nueve mil. Los judíos conservan la cabala por tradición oral; creen que Dios la dio a Moisés al pie del monte Sinaí, y que el rey Salomón autor de una figura misteriosa que llaman el árbol de la cabala de los judíos, ha sido muy sabio porque hacía talismanes mejor que otro alguno. Tostat, obispo de Avila, dice también que Moisés no hacía los milagros con la vara, sino porque en ella estaba grabado el gran nombre de Dios. Valderrama cuenta que los apóstoles hacían igualmente maravillas con el nombre de Jesús, y cita muchos santos cuyo nombre era capaz de resuscitar los muertos.
La cabala griega, inventada, según se dice, por Pitágoras y por Platón, renovada por los valentinianos, sacó su fuerza de la combinación de las letras griegas e hizo milagros con el alfabeto, precioso recurso que jamás se hubiera poseído sin la invención de la escritura, y que nos prueba que en este mundo está todo rodeado de maravillas.
La grande cabala, o la cabala propiamente dicha en sentido moderno, es el arte de tratar con los espíritus elementales, y saca también mucha parte de su poder de ciertas palabras misteriosas. Explica las cosas más oscuras por los números, por el cambio de orden en las letras y por razones para las cuales los cabalistas no han formado regla alguna. He aquí cuales son, según éstos, los espíritus elementales.
Los cuatro elementos son habitados cada uno por particulares criaturas mucho más perfectas que el hombre, pero sometidas como él a las leyes de la muerte. El aire, ese espacio inmenso colocado entre el cielo y la tierra, tiene habitantes mucho más nobles que las aves y mosquitos; esos vastos mares encierran otros a más de los delfines y ballenas; las profundidades de 1 atierra so son tan sólo para los topos, y el elemento del fuego, más sublime aún que los otros, no ha sido hecho para permanecer inútil y vacío.
Las salamandras habitan su región; las síl-fidas el vacío del aire; los gnomos el inferior de la tierra, y las ninfas el seno de las aguas. Todos estos seres son compuestos de las más puras partes de los elementos que habitan. Adán, el más perfecto de todos ellos, era su rey natural; pero después de su falta, convertido en impuro y grosero, como dice el abate de Villars en el Conde de Gabalis, no tuvo máh semejanza con aquellas sustancias, perdió todo el imperio que sobre ellas gozaba y arrebató el conocimiento de las mismas a su desdichada posteridad.
Consolémonos no obstante; se han hallado en la naturaleza los medios de poseer este perdido poder. Para recobrar la soberanía sobre las salamandras y tenerlas a sus órdenes, atráigase el fuego del sol por medio de espejos cóncavos, en un globo de vidrio; en él se formará un polvo solar que se purifica con él mismo y con los otros elementos, y si se come es excelentemente propio para enardecer el fuego que está en nosotros y convertirnos, por decirlo así, en materia ígnea. Entonces los habitantes de la esfera del fuego se hacen infe-feriores a nosotros y nos tienen la misma amistad que a sus semejantes, y todo el respeto debido al que es después de su criador. Del mismo modo, para mandar a las sílfidas, a los gnomos y a las ninfas, llénese de aire, de tierra o de agua, un globo de cristal, y déjese bien tapado, expuesto al sol durante un mes. Cada uno de estos elementos, así purificados, es un imán que atrae los espíritus que les son propios.
Si uno toma de ello cada día durante algunos meses, verá bien pronto en los aires la república volante de subidas, las ninfas venir en tropel a las orillas del agua y los gnomos, guardianes de los tesoros y de las minas, ostentar sus riquezas. Nada se arriesga en hacer amistad con ellos; hállaseles muy buenos, sabios, bienhechores y con temor de Dios. Su alma es mortal y no tienen la esperanza de gozar un día del Ser Supremo, a quien conocen y a quien adoran. Viven mucho tiempo y no mueren hasta el fin de muchos siglos. Pero, ¿qué es el tiempo después de la eternidad?… No es imposible hallar un remedio a este mal, pues del mismo modo que el hombre por una alianza que con Dios ha contraído ha sido hecho partícipe de la Divinidad, las sílfidas, los gnomos, las ninfas y las es, que una ninfa o una sílfida es inmortal y capaz de la bienaventuranza a la que todos aspiramos, cuando es bastante dichosa para desposarse con un sabio, y un gnomo, o un sílfido cesa de ser mortal desde el momento en que toma por mujer a una hija de los hombres.
También estos seres acuden cuando nosotros los llamamos. Por esto san Agustín ha tenido la modestia de no decir nada sobre los espíritus entonces llamados faunos o sátiros, y que perseguían a los africanos de su tiempo, por el deseo de llegar a la inmortalidad aliándose con los hombres. Los cabalistas afirman que las diosas de la antigüedad, las ninfas que elegían amantes entre los hombres, los demonios Íncubos y sucubos, las hadas, que en los tiempos modernos prodigaban sus favores a la luz de la luna a algunos pastores dichosos, no son sino sílfidas, salamandras o ninfas. Añaden que las sobrinas de los curas no son otra cosa que espíritus elementares de la misma naturaleza, que quieren sin escándalo unirse a los hombres. Hay gnomos que prefieren morir antes que arriesgarse, haciéndose inmortales, a ser tan desgraciados como los demonios.
El diablo es quien les inspira estos sentimientos, y nada olvida para impedir a esas pobres criaturas el inmortalizarse por nuestra alianza.
Los cabalistas están obligados a renunciar a todo comercio carnal con las mujeres por no ofender a las sílfidas y a las ninfas, que son sus amantes. Además, ellas no son celosas la una de la otra, y un sabio puede inmortalizar tantas como juzga a propósito, sin temor de hacerles ningún agravio. Sin embar go, como el número de los sabios cabalistas es muy limitado, no es extraño que las sílfidas y las ninfas se muestren algunas veces poco delicadas, y emplean toda suerte de inocentes artificios para inmortalizarse con nosotros.
A veces alguno creerá estar en los brazos de su esposa, y sin pensarlo se halla en los de una ninfa; tal mujer piensa abrazar a su marido e inmortaliza a un salamandra; alguno imaginará ser hijo de un hombre y lo es de un sílfido, y una doncella juzgará al despertarse que es virgen, y ha dado en sueños lo que más quería.
Un joven señor de Baviera no podía de ningún modo consolarse de la muerte de su mujer, a quien amaba apasionadamente. Una síl-fida tomó la figura de la difunta y se presentó al desolado joven, diciendo que Dios la había resucitado para consolar su extrema aflicción. Vivieron juntos muchos años y tuvieron hermosos hijos, pero el joven señor no era bastante hombre de bien para retener a la sílfida: juraba y decía con frecuencia palabras deshonestas; ella le advirtió varias veces, pero al fin, viendo que sus avisos eran inútiles, desapareció un día, no dejándole más que su jubón y el arrepentimiento de no haber seguido sus buenos consejos.
Muchos herejes de los primeros siglos mezclaron la cabala judía con las ideas del cristianismo y admitieron entre Dios y el hombre cuatro especies de seres intermediarios, a saber (según denominación posterior): las salamandras, las ninfas y los gnomos. Los caldeos son sin duda los primeros que han imaginado los seres elementares; decían que éstos espíritus eran las almas de los muertos, que para aparecerse a los vivos iban a tomar un cuerpo sólido en la luna. La cabala de los orientales es aún el arte de comerciar con los genios, a los cuales evocan con palabras bárbaras. Verdad es que todas las cabalas, aunque son diferentes en los pormenores, se parecen mucho en el fondo.
Cuéntanse sobre esta materia una multitud de anécdotas. Algunas rabinos afirman que la hija de Jeremías, entrando en el baño después de este profeta, concibió con el calor que el padre había dejado en él… y parió al cabo de nueve meses al gran cabalista Bensyrach; dicese también que Homero, Virgilio, Orfeo, fueron sabios cabalistas.
Entre los vocablos más poderosos de la cabala, la famosa palabra agía es sobre todo venerada. Para hallar las cosas perdidas, para saber por medio de revelaciones las noticias de lejanos países, para hacer aparecer a los ausentes, vuélvase uno hacia el Oriente y pronuncie en alta voz el nombre agía. Obra tales maravillas, aun cuando es invocado por los ignorantes y pecadores; ¡juzgúese pues cuáles hará en una boca cabalística! (Exclamaciones de un cabalista).
Puédense hallar sobre la cabala instrucciones más extensas en varias obras que tratan especialmente de ella: 1.° El conde de Gabalis o entretenimientos sobre las ciencias secretas,por el abate Villar; la mejor edición es de 1742, en 12.° 2.° Los genios asistentes, continuación del Conde de Gabalis, en 12.°, del mismo año. 3.° El gnomo irreconciliable, continuación de Los genios asistentes. 4.° Nuevos entretenimientos sobre las ciencias secretas,nueva continuación del Conde de Gabalis, del mismo año. 5.° Cartas cabalísticas, por el marqués de Argens. La Haya, 1741, seis tomos en 12.° Es preciso leer las cartas del cabalista Abukibak. Véase Gnomos, Ninfas, Salamandras, Sílfidos, Zcdequias, etc.
(1) “Theophanis chronographia”, anno 408.