Ya durante el período esclavista, los misioneros quedaron sorprendidos por la energía que los esclavos eran capaces de desplegar para apoderarse de los ritos mortuorios católicos, a pesar de la voluntad de los administradores de celebrar funerales sumarios a los esclavos muertos. Más tarde, desde la abolición hasta nuestros días, una de las demandas más importantes del seguidor del vudú a la Iglesia católica sigue siendo la misa de difuntos. Más que el bautismo, la comunión y el culto de los santos, aparece no como una ceremonia destinada a hacer agradable a Dios el alma del difunto, sino como un rito integrado en el vudú, que expresa una demanda de reconocimiento social. Sobre todo porque en ella están presentes la mayoría de los medios sociales, la iglesia resulta el lugar de acogida privilegiado.
CUIDAR A LOS MUERTOS POR LA PAZ DE LOS VIVOS
Toda muerte reconocida tiene, pues, efectos beneficiosos para el reconocimiento social de los vivos. El esclavo aferrado al culto de los muertos percibió perfectamente que la relación con los difuntos determina las formas y conductas sociales. En este sentido, no es el miedo a la muerte física lo que justifica lo que parece ser una pasión por los muertos en el culto del vudú, sino que es la voluntad de recobrar y afirmar la dignidad humana lo que empuja al esclavo a utilizar todos los medios a su disposición para rendir homenaje a los muertos. En definitiva la muerte real del individuo, puesto que de otro modo éste seguiría persiguiendo a los vivos y les haría la vida insoportable. La muerte deja de ser una fuente permanente de angustia; sólo cabe hacer frente a su realidad bajo la acción del grupo social o de la comunidad.
Por supuesto, hoy en día los comportamientos tradicionales tienden a desaparecer a medida que se produce el trasvase del campo a la ciudad, así como de las clases populares a la clase media y la gran burguesía, más afectadas por la modernidad.
EVITAR LA CONTAMINACIÓN
Cuando muere un individuo, uno de los familiares presentes lanza un grito (o ré) que anuncia el fallecimiento a todo el vecindario. Amigos v parientes no tardan en reunirse v da entonces inicio una operación de alejamiento de todo cuanto recuerda al muerto, empezando por los vestidos y los bienes. En otras palabras, el acto real del fallecimiento se convertirá poco a poco en una producción de la propia comunidad. Se trata de separar al muerto de la compañía de los vivos, trazar una línea de demarcación entre él y su comunidad, y eso no se logrará en un solo día.
Al ser la muerte la separación del cuerpo de los diferentes elementos espirituales que hacen de él un ser humano, habrá que velar para que cada uno de esos elementos se disperse y encuentre nuevos espacios en los que fijarse. Durante los primeros momentos del fallecimiento, el alma del muerto sigue rondando alrededor del cadáver, circula incluso por la casa. Es capaz de contaminar a los vivos; es fuente de peligro, ya que puede arrastrar a otros a la muerte con ella. Todos los preparativos y cuidados que rodearán los funerales tendrán por objeto organizar la partida definitiva del muerto, tras lo cual se pondrá en marcha un proceso de reintegración del difunto en el seno de la comunidad, en calidad de ‹< protector potencial»
LOS ESPÍRITUS SE DESPEGAN
Antes de los funerales, si el muerto era un iniciado del vudú, debe someterse a un rito llamado dessoimen, una degradación para despegar al espíritu protector (loa uiét-tél) al que había consagrado su vida. Hasta que no se lleve a cabo ese rito, el muerto se considera todavía como vivo. El ott/tr;an (sacerdote vudú) empieza por alejar a parientes y amigos y luego con el assou (sonajero que simboliza el poder sobre los espíritus) llama al twa mél-lét, que se aloja aún en la cabeza del difunto. Según dicen, éste amaga un movimiento con el tronco, y ése es el signo de que el loa ha huido del cadáver Entonces es posible que acuda a poseer a un familiar cualquiera de la casa, que se convertirá de ese modo en heredero de ese loa. En cuanto al alma propiamente dicha del difunto se la puede atrapar en un recipiente: se procede a cortar algunos mechones de cabello o algunas uñas que, colocados un pote, constituyen una garantía contra cualquier utilización con fines maléficos del alma del muerto.
Estas prácticas y creencias explican que, con motivo de la limpieza del cadáver, el encargado o, más a menudo, la encargada de la operación pueda entablar conversaciones con el muerto, como si estuviera vivo.
Así, el difunto partirá hacia el mundo invisible cargado de mensajes que recordará al final de su viaje. La tradición del interrogatorio, muy común en el África negra, se ha conservado en Haití no sólo durante el lavado, sino también durante la vela del muerto.
EL FORTALECIMIENTO DE LOS LAZOS COMUNITARIOS
Familiares, amigos y vecinos se reúnen durante toda la noche hasta el alba. Se preparan mesas de juego para los hombres; las mujeres preparan té y café.
La velada está puntuada por los gritos de las plañideras, los reproches y las peticiones dirigidas al muerto, por las plegarias y los cánticos.
Sin embargo, la vela no deja de ser un tiempo de diversión colectiva: se relata la vida del difunto, se narran historias, cuentos y adivinanzas para divertir a la concurrencia. El éxito de la vela constituye, no cabe duda, un signo de la importancia de la categoría social del muerto, pero el objetivo es sobre todo superar la desesperación ante el carácter irremediable de la muerte mediante una reafirmación de la vida.
Todas las precauciones tomadas en torno al lecho mortuorio tienden a mostrar que la retirada del mundo de los vivos tiene que organizarse y representa un proceso largo, complicado y peligroso. El aseo del muerto, la tarea de vestirlo y colocarlo en el ataúd, el traslado desde la casa a la iglesia al cementerio deben respetar unas reglas de orientación muy estrictas destinadas a desorientar al muerto, impedirle que retorne a su punto de salida para que no inquiete a los ivos. En este sentido, la inhumación es otra etapa más en la producción de la partida definitiva.
El duelo tiene como función hacer participar al vivo en la condición del muerto, hasta que éste acabe por corresponderse con su categoría de invisible. Su duración varía entre los seis meses y los dos años, segun el grado de parentesco o alianza con el difunto. Cuando el luto se levanta significa que el muerto ha culminado por fin su retirada de la compañía de los vivos.
«MAME-TEMO»: EL VIÁTICO
Una Vez cumplimentados los ritos de separación, se ofrecen periódicamente a los muertos comidas llamadas nunde-lénzó, en las cuales participan amigos y miembros de la familia. En efecto, cl muerto necesita alimento y bebida durante el viaje por el mundo invisible que está situado bajo las aguas. En un primer momento siente frío y tiene que calentarse. Con este propósito se lleva a cabo el rito del boule-zen, consistente en pasar por el fuego el espíritu presente simbólicamente en los potes, por medio de los mechones de cabello o las uñas cortados antes de introducir el cuerpo en el ataúd. Se untan de aceite los potes o las ollas y luego se enciende un fuego que significa la retirada del alma del difunto de las aguas en las que permanece.
Sin embargo, lo más importante sigue siendo el interrogatorio al que es sometido de nuevo el difunto. A partir de ese momento puede atender las peticiones que se le dirigen. Se dialoga con él, porque ha accedido a una nueva vida en la cual conoce el secreto de la vida y la muerte. Al ser alimentados, los muertos resurgen hacia los vivos. Cercano a los espíritus vudú y pronto espíritu titular él mismo, un muerto bien alimentado puede dar consejos en sueños, transmitir dones o conocimientos sobre plantas y hojas medicinales, a veces incluso predecir el número ganador de la lotería o la borlette (juego de azar popular), o conceder toda clase de favores y riquezas.
Los GEDÉ, UNOS «LWA» DE LA MUERTE FÁLICOS Y BROMISTAS
Una de las ceremonias más importantes del vudú es la ceremonia en honor de los Aya de la muerte, los lwa Gedé, que, en la mayor parte de los oufb, tiene lugar los días 1 y 2 de noviembre. Todos los cementerios, tanto los públicos como los privados creados en las propiedades familiares del campo, se llenan de visitantes. Las tumbas se limpian de malas hierbas, y se aprovecha la ocasión para blanquearlas. Durante las ceremonias, es posible encontrar en mercados y calles a personas poseídas por los Gedé, puesto que esos lira se adueñan durante unos días del espacio, y resulta una imprudencia negarles el saludo. De todos modos su aparición, el día de los muertos, provoca risas con facilidad; en efecto, los Gedé son lira fálicos que cuentan historias
subidas de tono, ejecutan danzas lúbricas y se dedil a star bromas a los participantes, a robarles el dinero o los objetos. Asimismo, les gusta beber ron y comer bien. A veces, sobre el altar del oufo se encuentra expuesto un enorme falo de madera, su principal atributo, que es ofrecido al «poseído» en el momento del trance. En realidad, el comportamiento excentrico de los Gedé es un arte de convertir la muerte en burla. Representar el papel de muerto para eiluivar la muerte, tal es quizá el destino de los Gedé, porque si bien la muerte sigue siendo una necesidad, la reafirmacion de la vida permite afrontar con exito. Su llegada siempre es acogida con alegria por los asistentes. Siempre es posible contar con los para introducir una nota de franca alegría en el desarrollo de las ceremonias más serias. Su voz gangosa basta para producir un efecto comico.
(Alfred Metraux).