El desollamiento
La ya larga lista de suplicios quedaría incompleta si omitiéramos el desollamiento, la sierra y el despedazamiento, que rebajan a todos cuantos los ordenaron al nivel de la más baja animalidad. Fríamente sólo cabe decir que Apolo no fue otra cosa que un verdugo sádico cuando desolló a Marsias. Las artes plásticas han deformado esta visión inmunda, habituándonos a contemplar la técnica y la habilidad utilizadas para representar la musculatura y la risa sardónica de la víctima:
«Al que grita se le ha arrancado la piel de todo su cuerpo y todo él no es sino una sola llaga; por doquier mana la sangre, los nervios quedan al descubierto y las trémulas venas sin (la protección de) la piel se estremecen; se podría contar sus vísceras palpitantes y las fibras que reciben la luz en su pecho», escribe Ovidio en sus Metamorfosis (VI, versos 382 a 400). Los faunos, los sátiros, las ninfas y los pastores acuden a llorar por Marsias y sus lágrimas, al caer sobre la tierra fértil, forman un río que baña Frigia. La poesía aviva el dolor de un suplicio que los asirios veneraban tanto como el empalamiento:
«Hice desollar a los jefes de la rebelión y cubrí este muro con su piel; algunos fueron emparedados vivos; otros, crucificados o empalados; hice desollar a muchos de ellos en mi presencia, y con su piel cubrimos la muralla», proclamaba un parte de guerra de Asurbanipal. Sus soldados-verdugos adoptaban las máximas precauciones para arrancar la piel de los prisioneros, cuyos despojos adornaban los alrededores del campamento. En la Persia aqueménida se desollaba a los jueces que eran parciales o prevaricadores. Su piel, cortada a tiras, se utilizaba para cubrir los sillones donde se sentaban sus sucesores, los cuales podían ser elegidos entre sus hijos. Otanés fue designado por Cambises para reemplazar a su padre, que había sido desollado:
«Su padre, Sisamnés, había sido uno de los jueces reales; pero como realizara un juicio inicuo por dinero, el rey Cambises lo condenó a muerte y a ser totalmente desollado; después de arrancarle la piel, la hizo cortar a tiras, y con ella hizo cubrir el sillón en el que Sisamnés se sentaba para juzgar; una vez cubierto el sillón, Cambises nombró juez, para reemplazar a Sisamnés, cuyo cadáver acababa de hacer desollar, al propio hijo de Sisamnés, advirtiéndole que no olvidara jamás qué sillón ocupaba para juzgar» (Herodoto, V, cap. 25).
El desollamiento siempre ha satisfecho macabras tendencias fetichistas de quien ordenaba el suplicio o se encontraba en situación de disfrutarlo. Este castigo encuentra una prolongación en la manía del coleccionismo. Así, Sapor I conservó los restos rellenos de paja y teñidos de rojo del emperador Valeriano, e Ilse Koch ordenó que le hicieran pantallas de lámpara con la piel curtida de los deportados. Algunos aficionados buscan con pasión pieles humanas para hacer pantalones o para encuadernar libros licenciosos. Las personas totalmente tatuadas casi siempre tienen la seguridad de poseer una renta vitalicia, pero no cuentan con los riesgos del veneno (ya que no los del puñal o el cuchillo, que despreciarían ese capital).
En el siglo XIV, sin que se sepa por qué motivos exactamente, se practicaba el desollamiento a gran escala. Las costumbres eran bárbaras, y los crímenes, inspirados por el propio infierno. Acusados de haber seducido a Margarita y a Blanca, las nueras de Felipe IV, y de haber pecado con ellas incluso en los días más santos, los hermanos D’Aunay fueron desollados vivos, castrados y decapitados, y sus cuerpos colgados por las axilas. El demonio que les había incitado a la lujuria empujó al obispo Geraldi a matar al sobrino de Juan XXII. Condenado a cadena perpetua y, más tarde, acusado de brujería, el obispo fue desollado y quemado vivo en Aviñón. Poco después aparecieron las bandas de desolladores, uno de cuyos jefes, Dammartin, que trabajaba para Luis XI, había desollado a Charles de Melun.
El arrancamiento de cabelleras, practicado antaño en América del Norte (scalp) constituye una variedad atenuada y localizada del desollamiento. En sus Memorias dedicadas a los usos y costumbres de los indios, Hewit Adair y Le Petit afirman que la víctima, completamente desnuda, era atada a una horca que le mantenía los pies y las manos en forma de cruz de san Andrés. En esta posición, le arrancaban la piel del cráneo hasta las orejas y la dejaban expuesta para que su visión espantara a los adversarios.
La enervación, que consistía en quemar los tendones de las rodillas y las corvas, es otra variedad de desollamiento. Este suplicio, aunque quizá más suave, no resulta menos duradero y convierte a quien lo ha sufrido en una especie de eunuco, pues lo deja en un estado de absoluta debilidad e incapacitado para cualquier acto amoroso. La enervación se practicó, sobre todo, en la época merovingia. Clodoveo II ordenó que les quemaran los nervios a sus dos hijos y los abandonó en una balsa en medio del Sena. Un célebre cuadro de Luminais representa a los dos desdichados abandonados a merced de la corriente;
San Filiberto los acogió en Jumiéges, donde la balsa embarrancó.
PRUFLAS o BUSAS, demonio
Gaab o Tap, demonio
GAAB (llamado por otro nombre Tap) Gran presidente y gran príncipe de los infiernos.
Que se muestra al mediodía cuando toma la forma humana; manda a cuatro de los príncipales reyes del infierno, y es tan poderoso como Byleto. Tuvo en otro tiempo nigrománticos que le ofrecían libaciones y holocaustos, y le evocaban por medio de artificios mágicos que decían ser compuestos por el muy sabio rey Salomón; lo que es falso, porque fue Cam, hijo de Noé, el primero que invocó los malignos espíritus. Hízose servir por Byleto y compuso un arte en su nombre y un libro que es muy apreciado de los matemáticos. Conócese otro libro atribuido a los profetas Elías y Eliseo, por medio del cual se conjura a Gaab, en virtud de los santos nombres de Dios, encerrados en las clavículas de Salomón.
Si algún exorcista conoce el arte de Byleto, Gaab podrá sufrir la presencia del mencionado exorcista, si no emplea artificio o astucia. Gaab excita el amor y el odio, impera sobre todos los demonios sometidos a Amaymon; transporta con suma presteza a los hombres a las varias regiones que quieran recorrer y manda sesenta legiones.
Ambroise Pare, EJEMPLO DE LA CANTIDAD INSUFICIENTE DE SEMEN
Si falla la cantidad de semen, como hemos dicho anteriormente, del mismo modo fallará también algún miembro, en poco o en mucho. De ahí ocurrirá que el niño tenga dos cabezas y un brazo, y que otro no tenga brazos; otro no tendrá ni brazos ni piernas, o le faltarán otras partes, como hemos dicho más arriba; otro tendrá dos cabezas y un solo brazo y el resto del cuerpo bien constituido.
En 1573 vi en París, en la puerta de Saint-André-des-Arts, a un niño de nueve años de edad, oriundo de Parpeville, una aldea a tres leguas de Guise; su padre se llamaba Pierre Renard, y su madre, que lo llevaba, Marquette. Este monstruo no tenía más que dos dedos en la mano derecha, y el brazo estaba bastante bien formado desde el hombro hasta el codo, pero desde el codo hasta los dos dedos era muy deforme. No tenía piernas, aunque le salía de la nalga derecha la forma incompleta de un pie, con cuatro dedos aparentes; de la mitad de la nalga izquierda brotaban dos dedos, y uno de ellos casi se parecía al miembro viril. Esto lo muestra al natural la presente imagen.
El primero de noviembre de 1562 nació en Villefranche-du-Queyran, en Gascuña, este monstruo sin cabeza 5 que me regaló el señor Hautin, doctor regente de la Facultad de Medicina de París; aquí tienes su imagen, de frente y de espaldas; él me afirmó haberlo visto [Fig. 23].
De algún tiempo a esta parte se ha visto en París un hombre sin brazos, de unos cuarenta años de edad aproximadamente, fuerte y robusto, que realizaba casi todo lo que otro podía hacer con las manos: a saber, con su muñón de hombro y la cabeza, descargaba un hacha contra un pedazo de madera, con tanta firmeza como hubiera sabido hacerlo otro hombre con sus brazos; del mismo modo hacía restallar un látigo de carretero y efectuaba varias otras acciones; con los pies comía, bebía y jugaba a las cartas y a los dados, cosa que te muestra esta imagen; por último, se hizo bandido, ladrón y asesino, y fue ejecutado en Gueldres, es decir, ahorcado y tendido en la rueda [Fig. 25].
Del mismo modo, según se recuerda recientemente, se ha visto en París una mujer sin brazos que cortaba, cosía y realizaba varias otras tareas. Hipócrates, en el libro 2 de las Epidemias, escribe que la mujer de Antígenes parió un niño todo él de carne, sin hueso alguno, y no obstante con todas las partes bien formadas.
Macho Cabrio
MACHO CABRIO El diablo se hace adorar en la reunión bajo la forma de un gran macho cabrío negro con ojos brillantes; frecuentemente toma también esta forma para tener sus entrevistas con los brujos, y el maestro de las reuniones no está demostrado de otro modo en muchos procedimientos, que con el nombre de macho cabrío negro o gran cabrón. El macho cabrío y el mango de escoba, son igualmente la acostumbrada cabalgadura de los brujos que salen por la chimenea para ir a sus reuniones nocturnas.
El macho cabrío entre los egipcios representaba al dios Pan, y varios demonógrafos dicen que Pan es el demonio de la reunión a causa de su lujuria. Entre los griegos se sacrificaba un macho cabrío a Baco, y otros demonómanos aseguran que el demonio de la reunión es el mismo Baco. Finalmente los machos cabríos de los judíos habitaban los bosques y lugares desiertos consagrados a los demonios, y éste será sin duda el motivo porque se coloca el macho cabrío tan honrosamente en la reunión de brujos.
El autor de los admirables secretos de Alberto el grande dice en el capítulo 3, del libro 2, que si se frota la cara con sangre de macho cabrío hervida con cerveza o vinagre, se tendrán inmediatamente visiones horribles y espantosas. Puédese procurar este mismo placer a los extranjeros a quienes se quiera turbar.
Los aldeanos dicen todavía que el diablo se muestra algunas veces en forma de macho cabrío a los que le hacen venir con el libro mágico; bajo esta misma forma se llevó a Guillermo el Rojo, rey de Inglaterra. En el siglo XVI una mujer parió en Bruselas un niño que el diablo transformó en macho cabrío, y Delrio aseguró que Lutero era hijo de una bruja y un macho cabrío, que no era otro que el diablo.
Ved ahí la aventura de un macho cabrío que debe colocarse aquí. Un viajero se acostó en el aposento de un mesón teniendo por vecinos, sin saberlo, un rebaño de cabras y cabrones, de los que sólo le separaba una empalizada de madera muy delgada abierta a trechos. Habíase acostado sin examinar su lecho y dormía pacíficamente cuando recibió la visita de un macho cabrío, su vecino, que se había aprovechado de una grande abertura para venirle a ver. Al ruido de sus pezuñas despertó el pasajero pensando tener un ladrón en el aposento. Entretanto el animal saltó sobre su cama y le hechó sus patas encima. El viajero, indeciso sobre si debía o no moverse en semejante ocasión, tomó el partido de apoderarse del pretendido ratero. Los pies del macho cabrío que estaba al borde de la cama, empujaron fuertemente al hombre, el cual se espantó considerablemente al sentir por sus mejillas el roce de una barba y unos cuernos… Persuadido de que tenía el diablo en su cama, se deslizó de su lecho temblando, y pasó en rogar a Dios lo restante de la noche. Amaneció por fin y la luz se hizo conocer a su pretendido demonio.
* Macho Cabrio demonio del aquelarre segun Eliphas Levi
Ambroise Pare, parto multiple
DE LAS MUJERES QUE TIENEN VARIAS CRIATURAS
EN UN SOLO PARTO
EL parto normal de las mujeres es de un niño; no obstante, como el número de mujeres es elevado, se ven ocasiones en que tienen dos, a los que se llama gemelos o mellizos; las hay que dan a luz tres, cuatro, cinco, seis y más. Empédocles dice que, cuando hay gran cantidad de semen, se produce pluralidad de hijos. Otros, como los estoicos, dicen que se engendran porque en la matriz hay varias celdas, separaciones y cavidades, y cuando el semen se extiende por éstas, se producen varios niños; sin embargo, esto es falso, pues en la matriz de la mujer no se encuentra más que una sola cavidad, mientras que en los animales, como perras, puercos y otros, hay varias celdas, lo que constituye la causa de que conciban varias crías. Aristóteles ha escrito que la mujer no podía tener en un solo parto más de cinco hijos; sin embargo, esto le ocurrió a la sirvienta de César Augusto, que parió de una vez cinco hijos, que no vivieron al igual que la madre sino muy breve tiempo. En el año 1554, en Berna, Suiza, la esposa del doctor Jean Gelinger tuvo igualmente en un solo parto cinco hijos, tres varones y dos hembras. Albucrasis cita como seguro el caso de una mujer que tuvo siete, y de otra que, al accidentarse, abortó de quince bien formados. Plinio, en el capítulo 11 del libro 7, menciona a una que abortó de doce. El mismo autor dice que en él Peloponeso se vio a una mujer dar a luz cuatro veces, y tener en cada parto cinco hijos, de los que vivieron la mayoría. D’Alechamps, en su Cirugía Francesa, capítulo 74, folio 448, dice que un caballero llamado Bonaventura Savelli, de Siena, le afirmó que una esclava suya, con la que convivía, tuvo siete hijos en un parto, de los que cuatro fueron bautizados. Y en nuestra época, entre Sarthe y Maine, en la parroquia de Sceaux, cerca de Chambellay, hay una casa solariega llamada la Maldemeure, cuya señora tuvo dos hijos en el primer año de su matrimonio, tres en el segundo, cuatro en el tercero, cinco en el cuarto y seis en el quinto, de lo que murió; uno de estos seis hijos está vivo, y es hoy señor del mencionado lugar de Maldemeure. En Beaufort-en-Vallée, región de Anjou, una joven, hija del difunto Macé Chauniere, tuvo un hijo, y al cabo de ocho o diez días otro más, que hubo que sacarle del vientre, lo que le produjo la muerte. Martinis Cromerus, en el noveno libro de la Historia de Polonia, escribe que en la provincia de Cracovia, Margarita, una dama muy virtuosa y de casa grande y antigua, esposa de un conde llamado Virboslaüs, dio a luz, el 20 de enero de 1269, una ventregada de 36 hijos vivos.
Francisco Pico de la Mirandola escribe que una mujer, llamada Dorotea, en Italia, parió en dos veces a veinte hijos, a saber, nueve una vez y once otra; al llevar peso tan grande, estaba tan abultada que sostenía su vientre, que le llegaba
hasta las rodillas, con una gran cinta prendida del cuello y de los hombros, como lo ves en esta imagen [Fig. 18].
En París, en el cementerio de Saint-Innocent, en el noveno pilar de la galería principal, junto al Espíritu Santo, está colocado un epitafio de piedra que dice así: «Aquí yace la honorable señora Yolande Bailli, esposa que fue del honorable varón Denys Capel, procurador en el Chátelet de París, que falleció el 17 de abril de 1513, a los ochenta y ocho años de edad y cuarenta y dos de viudedad, y vio, o pudo ver antes de su muerte, a 295 hijos nacidos de su ser.»
VOLAC, demonio
YAN-GANT-Y-TAN, demonio
Del Museo de los Suplicios, La Horca
La horca
A juzgar por lo que se dice, el colgamiento no tiene nada de desagradable en comparación con los suplicios que acamabos de describir. Todos los que, por accidente o por suerte, escaparon a la muerte, han conservado un recuerdo agradable. Provoca la erección y, con frecuencia, la expulsión de semen, que hace las delicias de los libertinos y los pintores de escenas amorosas.
Los judíos colgaban a los idólatras y los blasfemos, y también los cadáveres de los criminales. Dirigiéndose a Moisés, el Eterno exclama: «Reúne a todos los príncipes del pueblo, y cuelga a éstos del patíbulo ante Yavé, cara al sol…». Y Moisés, por su parte, insta a los jueces de Israel: «Matad a cualquiera de los vuestros que haya servido a Baal Fogor» (Números, XXV, 4-5).
En Roma, rara vez colgaban a los ciudadanos por el cuello, sino por los pies, los brazos o los pulgares, y a menudo ponían pesos en las partes del condenado que no estaban en contacto con la cuerda. San Gregorio de Armenia fue atado por un pie y san Antonio de Nicomedia por un brazo En la Galia, cuando colgaban a alguien por lo brazos, le ataban pesos en la parte inferior 4 las piernas y los dejaban caer de golpe. A veces los esclavos eran colgados por el cuello de árbole estériles, como el olmo, el aliso o el álamo, con sagrados a las divinidades infernales. «Erant au tem infelices arbores», escribe Plinio en su Histo ria Natural (Libro XXVI), más preocupado pe el bosque que por la carne viva cubierta por u sombrío velo.
Durante la Edad Media se mantuvo esta cos tumbre con los plebeyos acusados de bigarnil robo, infanticidio y deserción. (El hecho de qu Enguerrand de Marigny y Olivier-le-Daim fu( ran colgados por el cuello hasta morir, constitt ye una excepción.)
Enviar cartas anónimas que contuvieran arru nazas de muerte conducía a la horca. En el Jou, nal de Barbier se lee:
«El 12 de abril de 1726 fue colgado por clec sión del Chátelet, confirmada por sentencia, 1 cocinero del señor de Guerchois, consejero de Estado, que le había escrito cartas anónimas a su señor diciéndole que, si no dejaba un saco de luises en una ventana de la calle, lo asesinaría. El asunto no se llevó en secreto, apostaron gente de vigilancia en la calle y, a continuación, colocaron un saco lleno de monedas. El cocinero, sabedor de los preparativos, escribió tres cartas diferentes al señor de Guerchois, diciéndole que un día en el Pont-Neuf, al regresar de una cena, se había librado porque iba muy bien acompañado, pero que tarde o temprarno caería si no le pagaba. Era difícil descubrir al autor de la carta. No sé qué fatalidad hizo que se les ocurriera despedir al cocinero. La señora de Guerchois, al pagarle, le pido un recibo, y él cometió la torpeza de dárselo. A la señora le sorprendió el parecido de la letra con la de las cartas y se rindió a la evidencia. Hicieron arrestar al cocinero, el cual fue colgado.
»Al pueblo y a muchas otras personas les pareció excesivamente riguroso quitarle la vida a un hombre que no había matado ni robado y que jamás había cometido una acción. El populacho mostró su resentimiento rompiendo los cristales de casa del señor de Guerchois… Pero considerandolo con calma, como el caso era nuevo, se obro correctamente al colgarlo para dar ejemplo, sobre todo teniendo en cuenta que era un sirviente y que no se puede comprar la tranquilidad pública.»
También se colgaba a los adúlteros y a sus cómplices en horcas, patíbulos con varios pilares entre los cuales destaca el de Montfaucon, que se hizo célebre gracias a Villon y Coligny. Victor Hugo dice:
«Aquel monumento proyectaba un horrible perfil en el cielo; sobre todo por la noche, cuando la luz de la luna iluminaba aquellos cráneos blanquecinos, o cuando el viento zarandeaba cadenas y esqueletos en la oscuridad. La presencia de aquel patíbulo bastaba para convertir todos los alrededores en lugares siniestros.»
Hasta finales del siglo XVIII, aproximadamente, el ahorcamiento estuvo muy en boga. Se erigían horcas no sólo en toda Europa, sino también en las tierras recién colonizadas. La visita a los patíbulos constituía un solaz, una distracción. Tanto los reyes como las muchachas ávidas de sensaciones y las brujas, que acudían en busca de mandrágora o a cortar la cuerda benefactora, se entretenían con estos paseos campestres. La obra anónima que hemos aludido a propósito de la hoguera, describe así el colgamiento:
«Al criminal se le cuelga rodeándole el cuello con tres cuerdas: las dos to tous s, que son cuerdas del grosor del dedo eñiqu- . a una de ellas con un nudo corredizo, el jet, que sólo sirve para ayudar a que la v’cti a caiga de la escalera.
»El criminal sube a la carreta del ejecutor y se sienta sobre una tabla, de espaldas al caballo y acompañado de un confesor y del ejecutor, que se sitúa detrás de él. Cuando llegan a la horca, en la que se apoya una escalera, sube primero el verdugo andando hacia atrás y, utilizando las cuerdas, ayuda a subir al criminal. A continuación asciende el confesor y, mientras exhorta a la víctima, el ejecutor ata las tourtouses al brazo de la horca y, cuando el confesor empieza a descender, el verdugo, dando un golpe con la rodilla y ayudado por el jet, le quita la escalera a la víctima, la cual queda suspendida en el aire. Los nudos corredizos de las tourtouses le ciñen el cuello; entonces, el ejecutor, sosteniéndose con las manos a los maderos de la horca, trepa con las manos atadas de la víctima y a fuerza de patadas y golpes en el estómago, termina el suplicio con la muerte.»
El procedimiento es de una mortificante vulgaridad, de modo que parece preferible el de la trampilla. En las ciudades británicas, dice el Gran Diccionario Universal del siglo XIX, «la ejecución se lleva a cabo en un balcón de la prisión que da a una plaza; se sitúa al condenado sobre una trampilla y, cuando llega el momento, ésta se abre por medio de un muelle y el desdichado queda suspendido en el aire». Esta forma de actuar evita a la víctima interminables preparativos y un angustioso paseo hacia el lugar de la ejecución. Pero ¿es éste el efecto buscado en todos los casos? Cabe ponerlo en duda si pensamos en la publicidad que se da a las ejecuciones en Arabia Saudita y el Congo. Los suplicios que se infligían en China eran atroces: colgada por la mandíbula a las paredes de la canga, la víctima sentía cómo el suelo se iba hundiendo poco a poco bajo sus pies. En Turquía se le dejaba la mínima capacidad de movimiento necesaria para prolongar la agonía. El Gran Diccionario Universal del siglo XIX especifica que el instrumento ejecutor está compuesto por dos postes, unidos en la parte superior por un travesaño:
«Se sitúa a la víctima, que lleva una cuerda al cuello, entre los dos postes; se lanza por encima del travesaño uno de los extremos de dicha cuerda, se iza al condenado hasta que se halla a unos pies del suelo y se ata la cuerda. La víctima, que tiene los brazos libres, puede retrasar la muerte sosteniendo la cuerda por encima de su cabeza, pero las fuerzas no tardan en abandonarle y se deja caer para siempre» (tomo XII, p. 539)
Ambroise Pare, hermafroditas o androginos
DE LOS HERMAFRODITAS O ANDRÓGINOS, ES DECIR, QUE TIENEN DOS SEXOS EN UN MISMO CUERPO
LOS hermafroditas o andróginos son criaturas que nacen con doble aparato genital, masculino y femenino, y por ello son llamados en nuestra lengua francesa hombres-mujeres. En cuanto a la causa, es que la mujer aporta tanto semen como el hombre en proporción, y por eso la virtud formadora, que siempre trata de crear su semejante, es decir, un macho a partir de la materia masculina, y una hembra de la femenina, hace que en un mismo cuerpo se reúnan a veces los dos sexos, y se les llama hermafroditas. Existen cuatro variedades, a saber: hermafrodita macho, que es aquel que tiene el sexo del hombre perfecto, puede engendrar, y presenta en el perineo (que es la zona entre el escroto y el trasero) un orificio en forma de vulva, que sin embargo no penetra en el interior del cuerpo, y del que no sale ni orina ni semen. La mujer hermafrodita, además de su vulva que está bien formada y por la que arroja el semen y las reglas, tiene un miembro viril, situado por encima de dicha vulva cerca del pubis, sin prepucio, pero de una piel delicada, que no puede volverse ni replegarse, sin erección alguna; de él no sale orina ni semen, y no hay rastro de escroto ni de testículos. Los hermafroditas que no son de uno ni de otro tipo, son los que están totalmente privados y exentos de generación, y cuyos sexos son totalmente imperfectos, situados uno junto al otro, a veces uno encima y el otro debajo, y no pueden utilizarlos sino para expulsar la orina. Hermafroditas machos y hembras son los que tienen ambos sexos bien formados, y pueden utilizarlos y emplearlos para engendrar; y a éstos, las leyes antiguas y modernas les hicieron —y les hacen aún— elegir qué sexo desean utilizar, con prohibición, so pena de perder la vida, de utilizar aquel que no hubieran escogido, debido a los inconvenientes que de ello pudieran resultar. Pues algunos han abusado de tal manera, que mediante un uso mutuo y recíproco se entregaban a la lascivia con uno y otro sexo, a veces de hombre, a veces de mujer, puesto que tenían naturaleza de hombre y mujer adecuada para tal acto; incluso, como escribe Aristóteles, su seno derecho es como el de un hombre y el izquierdo como el de una mujer.
Los médicos y cirujanos experimentados y entendidos pueden discernir si los hermafroditas son más aptos para ostentar y utilizar un sexo u otro, o los dos, o ninguno en absoluto. Y tal cosa se determinará por las partes genitales, es decir, si el sexo femenino es de dimensiones apropiadas para recibir la verga viril, y si por él manan las reglas; se determinará igualmente por el rostro, y si los cabellos son finos o gruesos; si la voz es varonil o débil; si los pechos son semejantes a los de los hombres o a los de las mujeres; también, si el aspecto todo del cuerpo es robusto o afeminado, si son atrevidos o temerosos, y otras actitudes propias de varones o de hembras. Y, en cuanto a las partes genitales que corresponden al hombre, hay que examinar y ver si existe gran cantidad de vello en el pubis y en torno al ano, pues por regla general, casi siempre, las mujeres carecen de él en el trasero. Del mismo modo, hay que examinar si la verga viril está bien proporcionada en grosor y largura, si se yergue y si de ella mana el semen, lo que se hará en virtud de la confesión del hermafrodita, una vez haya estado en compañía de mujer; y por este examen se podrá en verdad discernir y reconocer al hermadrodita macho o hembra, o si son una y otra cosa, o si no son ninguna de ambas. Y si el sexo del hermafrodita tiende más al del hombre que al de la mujer, ha de llamársele hombre; y lo mismo sucederá con la mujer. Y si el hermafrodita tiene tanto de uno como de otro, será llamado hermafrodita hombre y mujer, como puedes verlo en esa ilustración [Fig. 19].
En el ario 1486 se vio nacer en el Palatinado, bastante cerca de Heidelberg, en una aldea llamada Rorbarchie, a dos niños gemelos enlazados y unidos por la espalda, y que eran hermafroditas, como puede verse en esta imagen [Fig. 20].
Por otra parte, al comienzo del cuello de la matriz se encuentra la entrada y hendidura del sexo de la mujer, que los latinos llaman Pecten [=peine]; y sus bordes, que están cubiertos de vello, se llaman en griego Pterigomata, como si dijéramos alas, o labios de la culminación de la mujer, y entre ellos hay dos excrecencias de carne musculosa, una a cada lado, que cubren la salida de conducto de la orina, y se cierran, una vez que la mujer ha orinado. Los griegos las llaman ninfas, y a algunas mujeres les cuelgan y sobresalen fuera del cuello de la matriz, alargándose y acortándose, como lo hace la cresta de un pavo. En especial, cuando ellas desean el coito y sus maridos se disponen a acercarse, se yerguen como la verga viril, hasta el punto que gozan de ellas con otras mujeres: si se las ve desnudas, las vuelven muy vergonzosas y deformes, y a tales mujeres debe ligárseles y cortárseles lo que es superfluo, pues podrían abusar de ello; el cirujano tendrá cuidado de no hacer una incisión demasiado profunda, para evitar una gran efusión de sangre, y de no cortar el cuello de la vejiga, pues en lo sucesivo no podrían retener su orina, que manaría gota a gota.
Y que haya mujeres que, por medio de estas excrecencias o ninfas, abusen unas de otras, es cosa tan cierta como monstruosa y difícil de creer; está confirmado, sin embargo, por un relato memorable sacado de la Historia de África compuesta por León el Africano. Entre los adivinos que hay en Fez, ciudad importante de Mauritania, en África, existen ciertas mujeres (dice en el libro tercero) que hacen creer al pueblo que tienen trato familiar con los demonios; se aplican ciertos perfumes, fingiendo que el espíritu les entra en el cuerpo, y mediante el cambio de su voz dan a entender que es el espíritu quien habla por su garganta. Entonces, con gran reverencia, la gente les deja un donativo para el demonio. Los sabios africanos llaman a semejantes mujeres Sahacat, que equivale en latín a Fricatrices, ya que se frotan una a otra por placer, y en verdad están aquejadas de ese feo vicio de usar carnalmente unas de otras. Por ello, si va a consultarlas una mujer hermosa, le piden como pago, en nombre del espíritu, relaciones carnales. Y existen algunas que, habiéndole tomado gusto a ese juego, atraídas por el dulce placer que de ellas reciben, aparentan estar enfermas y mandan en busca de esas adivinadoras, y muchas veces hacen que su propio marido lleve este recado; pero, para ocultar mejor su maldad, hacen creer al marido que ha entrado un espíritu en el cuerpo de su mujer, y que, teniendo la salud de ésta a su cargo, es menester que le dé licencia para que pueda ponerse en trato con las adivinadoras: el infeliz marido consiente, y prepara un suntuoso festín para toda esta respetable pandilla; al concluir el festín comienza el baile, y la mujer tiene permiso para irse donde le parezca oportuno. Pero hay algunos que, percatándose astutamente del engaño, hacen salir al espíritu del cuerpo de su mujer a fuerza de palos. Otros también, haciendo creer a las adivinas que están poseídos por los espíritus, las engañan por el mismo medio que han utilizado ellas para con sus mujeres. Esto es lo que escribe al respecto León el Africano, y asegura en otro lugar que hay gentes en África que recorren la ciudad a la manera de nuestros castradores, y han hecho su oficio de cortar tales excrecencias, como hemos mostrado anteriormente al tratar de las operaciones de cirugía.
El día en que se reconciliaron venecianos y genoveses, nació en Italia —según cuenta Boaistuau— un monstruo que tenía cuatro brazos y cuatro piernas, y solamente una cabeza, con el resto del cuerpo bien proporcionado: fue bautizado, y vivió por algún tiempo. Jacques Rueff, cirujano de Zurich, escribe que vio uno semejante, teniendo éste dos sexos de mujer, como puedes comprobarlo en esta imagen [Fig. 21].