ALQUIMIA, DEMONOLOGIA

Alquimia

ALQUIMIA La Alquimia o la Altaquimia y Química por excelencia, que se llama también filosofía hermética, es esta sublime parte de la química que se ocupa del arte de transformar los metales.
El secreto quimérico de hacer el oro ha estado en boga entre los chinos mucho tiempo antes que de ello se tuviesen las primeras nociones en Europa. Ellos hablan en su libros en términos mágicos de la simiente del oro y del polvo de proyección. Ellos prometen sacar de sus crisoles no solamente el oro, sí que también un remedio específico y universal que procura a los que le toman una especie de inmortalidad.
Zózimo, que vivió a principio del siglo v, es uno de los primeros entre nosotros que haya escrito sobre el modo de hacer oro y plata, o el modo de fabricar la piedra filosofal. Esta piedra es un polvo o un licor formado de diversos metales en fusión bajo una constelación favorable.

Sibon repara que los antiguos no conocían la Alquimia; sin embargo, se ve en Plinio que el emperador Calígula emprendió hacer oro con una preparación de arsénico, y que abandonó su proyecto porque los gastos subían a más que el provecho que podía sacar.
Algunos partidarios de esta ciencia suponen que los egipcios conocían todos sus misterios, pero, ¿cómo se habrían dejado perder tamaños secretos? Más probable es que la Alquimia es una invención de los árabes, quienes tuvieron en otro tiempo muchos brazos ocupados en sus hornillos, en los que siempre encontraban sólo ceniza.
Esta preciosa piedra filosofal, que se llama también elixir universal, agua del sol, polvo de proyección, que tanto se ha buscado y jamás encontrado, procuraría al que tuviese la dicha de poseerlo, riquezas incomprensibles, una salud siempre florida, una vida sin enfermedades y aún, según el parecer de más de un cabalista, la inmortalidad; nada encontraría que le pudiese resistir y sería como un dios sobre la tierra.
Para hacer esta grande obra es menester, según algunos, oro, plomo, hierro, antimonio, vitriolo, soliman, arsénico, tártaro, mercurio, agua, tierra y aire, a lo que se debe unir un huevo de gallo, saliva, orines y excremento humano. Un filósofo ha dicho también, y con razón, que la piedra filosofal era una ensalada y que para ella se necesitaba sal, aceite y vinagre.
Otros dan esta receta como el verdadero secreto de hacer la obra hermética: Poner una vasija de vidrio muy fuerte, en baño de arena, elixir de Aristéo con bálsamo de mercurio e igual peso del más puro oro de vida o precipitado de oro, y la calcinación que quedará al fondo de la vasija se multiplicará cien mil veces.
Si no se sabe cómo procurarse el elixir de Aristéo y el bálsamo de mercurio puede pedirse a los espíritus cabalísticos o, si se prefiere, al demonio barbudo del que hablaremos luego.
Como el poseedor de la piedra filosofal sería el más glorioso, el más poderoso, el más rico y el más dichoso de los mortales, que lo convertiría todo en oro a su voluntad y gozaría de todos los bienes de este mundo, no nos debemos admirar de que tanta gente haya pasado su vida en los hornillos para descubrirla. El emperador Rodolfo nada deseaba tanto como encontrarla. El rey de España Felipe II empleó sumas inmensas en hacer trabajar los alquimistas en la conversión de los metales, sin obtener nada. Todos cuantos han seguido sus pasos han tenido la misma suerte, de modo que se ignora aún cuál es el color y la forma de la piedra filosofal.
Los alquimistas suponen allá en sus sueños que muchos sabios la han poseído; que Dios la enseñó a Adán, quien comunicó el secreto a Enoch y de quien fue bajando por grados a Abraham, a Moisés, a Job, que multiplicó sus bienes siete veces por medio de la piedra filosofal; a santo Domingo, a Parecelso y finalmente al famoso Nicolás Flamel. Citan con respeto algunos libros de filosofía hermética que atribuyen a María, hermana de Moisés, a Hermes Trismejisto, a Demócrito, a Aristóteles, a santo Tomás, etc., etc. La caja de Pandora, el vellocino de oro de Jason, la roca de Sisifo, el muslo de oro de Pitágoras, sólo es, según ellos, la obra magna. Añaden aquellos delirantes que encuentran todos sus misterios en el Génesis y en el Apocalipsis principalmente (del que hacen un poema en alabanza de la alquimia), en la Odisea y en las Matamórfosis de Ovidio. Los dragones que velan, los toros que respiran fuego, son emblemas de los trabajos herméticos. Gabino de Montluisan, gentil hombre, ha dado también una extravagante explicación de las figuras extrañas que adornan la fachada de nuestra Señora de París, en las que veía una historia completa de la piedra filosofal. El Padre Eterno,extendiendo los brazos y sosteniendo un ángel en cada una de sus manos, anuncia bastante, según él dice, la perfección de la obra concluida.
Otros aseguran que no puede poseerse el gran secreto sino con el socorro de la magia; llaman demonio barbudo al que se encarga de enseñarla, y quien, según dicen, es un demonio muy viejo. Encuéntranse para apoyo de esta opinión, en muchos libros de conjuraciones mágicas, fórmulas para evocar los demonios herméticos. Cedreno, que creía esto, cuenta que un alquimista presentó al emperador Anastasio, como obra de su arte, un freno de oro y pedrerías para su caballo. El emperador aceptó el regalo e hizo meter al alquimista en una prisión donde murió; después de lo cual, el freno se volvió negro, con lo que se creyó que el oro de los alquimistas sólo es una farsa del diablo; pero muchas anécdotas prueban que no es más que una farsa de los hombres.
Un empírico que pasó por Sedan, dio a Enrique I, príncipe de Bullon, el secreto de hacer oro, que consistía en fundir en un crisol un gramo de polvo rojo que él le dio, con algunas onzas de litargirio. El príncipe hizo la operación en presencia del charlatán y sacó tres onzas de oro de tres granos de aquel polvo, lo que le puso más contento que admirado, y el adepto para acabar de seducirle le regaló todo su polvo transmutable.
Había de él trescientos mil granos, con los que creía él poseer cien mil onzas de oro. El filósofo llevaba prisa en su viaje, pues debía llegar a Venecia para asistir a la gran reunión de filósofos herméticos; nada le había quedado, pero sólo pedía veinte mil escudos; el duque de Bullon le dio cuarenta mil y le despidió con honor.
A su llegada a Sedan, el charlatán había hecho comprar todo el litargirio que tenían los boticarios, a quienes lo volvió a vender, cargado de algunas onzas de oro. Cuando aquel litargirio estuvo concluido, el príncipe no hizo más oro, no vio más al empírico, y quedó chasqueado en sus cuarenta mil escudos.
Jeremías Medero, citado por Delrío, cuenta un chasco casi del todo igual que otro adepto dio al marqués Ernesto de Bade. Todos los soberanos se ocupaban antiguamente de la piedra filosofal, la que buscó por mucho tiempo la famosa Isabel. Juan Gautier, barón de Plumerolles, se alababa de saber hacer oro. Carlos IX, engañado por sus promesas, le mandó dar ciento veinte mil libras y el adepto puso manos a la obra, pero después de haber trabajado ocho días, huyó con el dinero del monarca. Corrióse en su persecución y fue preso y ahorcado.
En 1616 el gobierno francés dio también a Guido de Grusemburgo veinte mil escudos para trabajar en la Bastilla a fin de hacer oro: huyóse pasadas tres semanas, con los veinte mil escudos, y no se le volvio a ver en Francia.
Enrique VI, rey de Inglaterra, se vio reducido a tal grado de necesidad que, según Evelino en su numismática, intentó llenar sus cofres con la ayuda de la alquimia. El encabezamiento de este singular proyecto contiene las protestas más solemnes y más serias, sobre la existencia y virtudes de la piedra filosofal, animando a los que se ocupasen de ella, anulando y condenando todas las anteriores prohibiciones. Créese que el libelo de este encabezamiento fue comunicado por Selden, archivero mayor, a su íntimo amigo Ben Johnson, cuando componía su comedia el Alquimista.
Así que se publicó esta real cédula, muchos hicieron tan hermosas promesas de lograr lo que el rey deseaba, que al año siguiente S. M. publicó otro edicto en el que declaró a sus súbditos que la hora tan deseada se acercaba ya, y que por medio de la piedra filosofal que pronto iba a poseer, pagaría las deudas del Estado en oro y plata acuñados…
Carlos II pensaba también en la alquimia, y las personas ocupadas en operar en la obra magna eran tan de nota como ridícula era la cédula, porque la formaban monjes, drogueros, tenderos y atuneros, y la cédula fue concedida; authoritate parlamenti.
Los alquimistas eran llamados antiguamente multiplicadores, como se ve por el estauto de Enrique IV de Inglaterra que no creía en la alquimia. Este estatuto se encuentra en la cédula siguiente de Carlos II.
“Nadie de hoy en adelante se atreverá a multiplicar el oro ni la plata, ni emplear la superchería de la multiplicación bajo la pena de ser tratado y castigado por felonía.”
Léese aún en las curiosidades de la literatura, que una princesa inglesa, muy amiga de la alquimia, encontró un hombre que suponía tener el poder de cambiar el plomo en oro, y este filósofo hermético, pedía únicamente los materiales y el tiempo necesario para ejecutar la conversión que había prometido. Fue llevado a la casa de campo de su protectora, donde se construyó para él un vasto laboratorio, y a fin de que no se le estorbase se prohibió a todos la entrada. Hizo él, de modo que su puerta diese vueltas: así que recibía la comida sin ver y sin ser visto, y sin que nada pudiese distraerle de sus sublimes contemplaciones.
Durante dos años que estuvo en el castillo no consintió en hablar con nadie, ni aún con la princesa, y cuando por primera vez se vio ésta introducida en su laboratorio, vio con grata admiración alambiques, calderas inmensas, largos cañutos, hornos, hornillos y tres o cuatro fuegos infernales, encendidos en diferentes lados de esta especie de volcán; no contempló con menos veneración la ahumada figura del alquimista, pálido, descarnado y debilitado por sus operaciones y vigilias, quien la reveló en una jerga ininteligible los resultados que obtuvo, y ella vio o creyó ver bocas de minas de oro esparramadas por su laboratorio.
Entretanto el alquimista pedía continuamente un nuevo alambique o inmensas cantidades de carbón, y la princesa, a pesar de su celo, que veía ya gastada gran parte de su fortuna para abastecer las demandas del filósofo, empezó a regularizar los vuelos de su imaginación con los consejos de la prudencia. Ya habían transcurrido dos años en que se habían gastado inmensas cantidades de plomo y aún no veía más que plomo: descubrió sus ideas al físico y éste le confesó sinceramente que él mismo estaba sorprendido de la lentitud de sus progresos, pero que iba a redoblar sus esfuerzos y a aventurar una laboriosa operación de la que había creído poderse pasar sin ella hasta entonces. Su protectora se retiró, y las doradas visiones de la esperanza recobraron todo su primer imperio.
Un día que ella estaba comiendo, un horrible grito seguido de una explosión parecida a la de un cañón del mayor calibre, se dejó oír y al momento se dirigió con sus criados al aposento del alquimista en el que encontraron dos largas retortas rotas, una gran parte del laboratorio incendiada y al físico quemado de los pies a la cabeza.
Elías Ashmole en su cotidiana del 13 mayo de 1655, escribe:
“Mi padre Backhousse (astrólogo que le había adoptado por hijo, conforme a la práctica de los adeptos), estando enfermo en Fleetstret, cerca de la iglesia de San Dustan, y encontrándose a las once de la noche a punto de expirar, me reveló el secreto de la piedra filosofal, única herencia que me dejó con su muerte.” Por esto sabemos que un desgraciado que conocía el arte de hacer el oro, vivía sin embargo de limosnas y que Asmhole creía firmemente ser poseedor de la tal receta.
Asmhole, sin embargo, ha elevado un monumento harto curioso de las sabias locuras de su siglo, en su teatro químico británico. Aunque éste sea más bien un historiador de la Alquimia que un adepto en esta frívola ciencia, el curioso pasará ratos divertidos recorriendo el tomo en 4.° en el que ha reunido los tratados de varios alquimistas ingleses. Esta colección presenta diversos lances de los misterios de la secta de los empíricos, y Asmhole cuenta algunas anécdotas mucho más maravillosas que las quiméricas invenciones de los árabes, dice de la piedra filosofal que de ella sabe bastante para callarse y que no sabe bastante para hablar.
La Química moderna no ha perdido sin embargo las esperanzas, por no decir la certeza, de ver un día verificados los dorados sueños de los alquimistas. El doctor Girtanner de Gottingue últimamente ha aventurado la profecía de que en el siglo xIx sería generalmente conocida la transmutación de los metales; que todos los alquimistas sabrán hacer oro; que los instrumentos de cocina serán de oro y de plata, lo que contribuirá mucho a alargar la vida, que en el día se encuentra comprometida por los óxidos del cobre, del plomo, del hierro que tragamos con nuestros alimentos.
Acabaremos con una anécdota que merece colocarse aquí. Había en Pisa un usurero muy rico llamado Grimaldi, que había reunido inmensas sumas a fuerza de tacañerías; vivía solo y muy mezquinamente, no teniendo criado, porque le habría tenido que pagar su salario; ni perro, porque le habría debido alimentar. Una noche en que había cenado en casa de un amigo y que se retiraba solo y muy tarde, a pesar de la lluvia que caía en abundancia, alguno que le esperaba cayó sobre él para asesinarle. Al sentirse Grimaldi herido de una puñalada, entró en la tienda de un platero que por casualidad estaba aún abierta. Este platero, lo mismo que Grimaldi, pretendía hacer fortuna, pero por otro camino que el de la usura, pues buscaba la piedra filosofal, y como aquella noche hacía una gran fundición, había dejado su tienda abierta para templar el calor de sus hornillos.
Tacio (así se llamaba el platero) habiendo reconocido a Grimaldi, le preguntó qué hacia a aquella hora en la calle: “¡ay de mí!, contestó Grimaldi, acabo de ser asesinado”, y al decir esto se sienta y muere. Esta desgracia ponía a Tacio en el más extraño embarazo. Pero pensando pronto que todos los vecinos estaban dormidos o encerrados por causa de la lluvia y que él estaba solo en su tienda, concibió un proyecto atrevido y que sin embargo le parecía fácil. Nadie habia visto entrar en su casa a Grimaldi, y declarando su muerte se podía sospechar de él; así es que cerró su puerta y pensó cambiar en bien esta desgracia, lo mismo que pensaba cambiar el plomo en oro.
Tacio sabía ya o sospechaba las riquezas de GriMaldi; empezó por registrarle y habiéndole encontrado en sus faltriqueras junto con algunos dineros un grueso manojo de llaves, resolvió probar las cerraduras del difunto. Grimaldi no tenía parientes, y el alquimista no encontraba a mal instituirse su heredero, por lo que, provisto de una linterna, emprendió su camino.
Hacía un tiempo horrible, pero no se arredró por ello. Llega en fin, prueba las llaves, entra en el aposento, busca la caja y después de muchos trabajos consigue abrir todas las cerraduras. Encuentra anillos de oro, brazaletes, diamantes y cuatro sacos en cada uno de los cuales leyó con alegría tres mil escudos en oro. Apodérase de ellos y regresa a su casa sin que nadie le hubiese visto.
De vuelta guarda al punto sus riquezas, después de lo cual pensó en enterrar al difunto; le toma en brazos, le lleva a su bodega y habiendo hecho un hoyo de cuatro pies de profundidad le entierra con sus llaves y vestidos; finalmente vuelve a cubrir la hoya con tanta precaución que no se reparaba que en aquel lugar se hubiese siquiera tocado la tierra.

Hecho esto, corre a su aposento, abre sus sacos, cuenta su oro y encuentra las sumas perfectamente conformes con los rótulos. En seguida colocólo todo en un armario secreto y fuese a acostar porque el trabajo y la alegría le habían cruelmente fatigado.
Algunos días después, no apareciendo Grimaldi, abriéronse sus puertas por orden de la justicia y quedaron todos sumamente admirados de no encontrar en su casa dinero. Hiciéronse vanas pesquisas por mucho tiempo y solamente cuando ya no se hablaba de él, fue cuando Tacio aventuró algunos dichos acerca de sus descubrimientos químicos. Se le burlaban a la cara, pero él sostenía con tesón los adelantos que iba haciendo, graduando con destreza sus discursos y alegría. Finalmente habló de un viaje a Francia para ir a vender los resultados obtenidos, y a fin de representar mejor su papel, fingió tenía necesidad de dinero para embarcarse. Pidió prestados cien florines sobre un cortijo. Creyósele del todo loco, pero no por eso dejó de marchar, mofándose en su interior de sus conciudadanos, que se burlaban de él a las claras.
En tanto llegó a Marsella, cambió su oro en letras de cambio contra buenos banqueros de Pisa y escribió a su mujer que había ya vendido sus efectos. Su carta infundió tal admiración en todos los ánimos, que duraba aún a su llegada a la ciudad. Tomó un aire triunfante al entrar en su casa, y para añadir pruebas sonantes a las verbales que daba de su fortuna, fue a buscar doce mil escudos de oro en casa de los banqueros. Era casi imposible negarse a tal demostración. Contábase por todas partes su historia, y exaltábase por doquier su ciencia, y pronto fue puesto al nivel de los sabios y obtuvo a la vez la doble consideración de rico y de hombre de genio.
Cuéntase igualmente que un adepto que se decía poseedor de la piedra filosofal pidió una recompensa a León X, y este Pontífice, protector de las artes, encontró justa su pretensión y le dijo volviese al otro día; acudió alegre el charlatán, pero León le mandó dar una gran bolsa vacía, diciéndole que ya que sabía hacer oro, sólo necesitaba una bolsa para meterlo; el conde de Ocseustiern atribuye esta contestación al papa Urbano VIII, a quien un adepto dedicó un tratado de alquimia.
En el día, aunque se hayan disipado un tanto nuestros primeros errores, la lista de los que para encontrar la piedra filosofal alambican aún raíces de coles, uñas de topos, acederas, hongos, el sudor del sol, salivazos de la luna, pelos de gato, ojos de sapo, flor de estaño, etc., en Francia y aun sólo en París, llenaría tomos enteros.
Ved ahí la definición que un autor moderno ha dado de la alquimia: “Es un arte rico en esperanzas, liberal en promesas, ingenioso para las penas y fatigas, cuyo principio es mentir, el medio trabajar y el fin mendigar”. Véase a Paracelso, Flamel, etc.
Tratado de Química filosófica y hermética, enriquecido con las operaciones más curiosas del arte, impreso en París el año 1725, en 12.°, con aprobación firmada por Audry, doctor en medicina y privilegiado del rey.
“Al principio, habiéndolo bien considerado los sabios, han reconocido que el oro engendra oro y la plata plata, y pueden multiplicarse en sus especies.
“Los antiguos filósofos, trabajando por la vía seca, han sacado una parte de su oro volátil y le han reducido a sublimado, blanco como la nieve y reluciente como el cristal, y han convertido la otra parte en una sal fija, y de la conjunción del volátil con el fijo han hecho su elixir.
“Los filósofos modernos han extraído del mercurio un espíritu ígneo, mineral, vegetal y multiplicativo, en cuya concavidad húmeda está oculto el mercurio primitivo o quinta esencia católica; esto es universal. Por medio de este espíritu se atrae el germen espiritual contenido en el oro, y por esta vía, que han llamado vía húmeda, su azufre y su mercurio han sido hechos; el mercurio de los filósofos no es sólido como el metal, ni muelle como el azogue, sino un intermedio.
“Han tenido este secreto oculto por mucho tiempo, porque es el principio, medio y fin de la obra; vamos a descubrirle para el bien de todos.
“Para hacer la obra es pues menester: 1. Purgar el mercurio con sal y vinagre. 2. Sublimarle con vitriolo y salitre. 3. Disolverle en el agua fuerte. 4. Sublimarle de nuevo. 5. Calcinarle y fijarle. 6. Disolver una parte por deliquio en la gruta, donde se resolverá en licor o aceite. 7. Destilar este licor para separar el agua espiritual, el aire y el fuego. 8. Meter este cuerpo mercurial calcinado y fijado en el agua espiritual o espíritu líquido mercurial destilado. 9. Putrificarlos reunidos hasta que se ennegrezcan; después en la superficie se elevará un espíritu, un azufre blanco inodoro que también se llama sal amoníaco. 10. Disolver esta sal amoníaco en el espíritu mercurial líquido, luego destilarle hasta que todo llegue a licor y entonces quedará hecho el vinagre de los sabios. 11. Esto hecho, será menester pasar del oro al antimonio por tres veces y después reducirle a cal. 12. Poner esta cal de oro en vinagre muy agrio, dejarla putrificar y en la superficie del vinagre se elevará una tierra en hojas del color de las perlas orientales; es necesario sublimarle de nuevo hasta que esta tierra sea muy pura, y entonces tendréis hecha la operación de la grande obra.
“Para el segundo trabajo, tomad una parte de esta cal de oro y dos de la agua espiritual cargada de su sal amoníaco; poned esta noble confección en un vaso de cristal de forma de huevo, y tapadle herméticamente; mantened un fuego suave y continuo; el agua ígnea disolverá poco a poco la cal de oro; se formará un licor que es el agua de los sabios, y su verdadero cahos, conteniendo las calidades elementares: cálido, seco, frío y húmedo. Dejad putrificar esta composición hasta que se vuelva negra; y esta negrura, que se llama la cabeza de cuervo y el saturno de los sabios, da a conocer al artista que ya está en buen camino.
“Pero para quitar esta negrura fétida, que se llama también tierra negra, débese hacer hervir de nuevo hasta que el vaso no presente más que una sustancia blanca como la nieve. Este grado de la obra se llama el Cisne. Es necesario en fin fijar con el fuego, este licor blanco que se calcina y se divide en dos partes, la una blanca por la plata, y la otra roja por el oro; entonces quedarán cumplidos los trabajos y poseeréis la piedra filosofal.
“En las varias operaciones se pueden sacar varios productos. Al principio el leon verde que es un líquido espeso que se llama también azoote y que hace salir el oro oculto en los materiales innobles; el león rojo que convierte los metales en oro es un polvo de un rojo vivo; la cabeza de cuervo, llamada también la vela negra del navío de Theseo, depósito negro que precede al leon verde y cuya aparición a los cuarenta días promete el buen resultado de la obra, sirve para la descomposición y putrefacción de los objetos de que se quiere sacar el oro; la pólvora blanca que transmuta los metales blancos en plata fina; el elixir rojo, con el cual se hace el oro y se curan todas las heridas; el elixir blanco, con el cual se hace la plata y se procura una vida sumamente larga. Llámasele también la hija blanca de los filósofos, y todas estas variedades de la piedra filosofal, vegetan y se multiplican?’
El resto del libro está por el mismo estilo, y contiene todos los secretos de la alquimia aldescubierto. Véase Bálsamo universal, Elixir de la vida, Oro potable, Aguila celeste, etc

DEMONOLOGIA

Balan, demonio

BALAN Rey grande y terrible de los infiernos.

Que tiene tres cabezas: la una hecha como la de un toro, la segunda como de hombre y la tercera de carnero, y a esto se une la cola de serpiente y unos ojos que arrojan llamas. Muéstrase a caballo de un enorme oso y trae un milano en el puño. Su voz es ronca y violenta y responde muy bien acerca lo pasado, lo presente y lo futuro.

Este demonio, que antiguamente era de la Orden de las dominaciones, y que manda en el día cuarenta legiones infernales, enseña las astucias, la finura y el medio muy cómodo de ver sin ser visto.

DEMONOLOGIA

Amon o Ammon, demonio

AMMON o AAMON Grande y poderoso marqués del imperio infernal..

Acostumbra tener la figura de un lobo con cola de serpiente; vomita llamas y cuando toma la figura humana su cabeza es parecida a la de un grande buho que deja ver sus dientes caninos muy afilados.

Es el más fuerte de los príncipes de los demonios; sabe lo pasado y lo venidero y reconcilia cuando quiere a los amigos que están reñidos. Manda cuarenta legiones.

DEMONOLOGIA

Nigromancia, el arte de evocar a los muertos

NIGROMANCIA Arte de evocar los muertos o adivinar las cosas futuras por la inspección de los cadáveres. Había en Sevilla, Toledo y Salamanca escuelas públicas de Nigromancia en profundas cavernas, cuya entrada mandó tapiarla la reina Isabel I, esposa de Fernando V.
Los griegos usaban mucho esta adivinación y principalmente los tesallenses; rociaban con sangre caliente un cadáver, creyendo tener luego ciertas contestaciones sobre el porvenir. Los que consultaban debían antes haber hecho la exploración aconsejada por el mágico que presidía esta ceremonia, y generalmente, haber apaciguado con algunos sacrificios los manes del difunto, el que sin estos preparativos se mantenía siempre sordo a todas las preguntas.
Los asirios y los judíos se servían también de esta adivinación y ved ahí como obraban estos últimos. Mataban chiquillos torciéndoles el cuello, cortábanles la cabeza la que salaban y embalsamaban: luego gravaban en una plancha de oro el nombre del espíritu maligno para quien habían hecho este sacrificio; colocaban la cabeza encima, la rodeaban de cirios, la adoraban como a un ídolo y les contestaba. Véase Mágicos, Samuel, etc.

DEMONOLOGIA

Alocer, Alocerio, demonio

ALOCERIO Demonio poderoso y gran duque de los infiernos.

Represéntanle vestido de caballero, montado sobre un alazán enorme; tiene la fisonomía de un león con la cara encendida y los ojos ardientes: habla con gravedad.

Enseña los secretos de la astronomía y artes liberales, y gobierna terinta y seis legiones.

DEMONOLOGIA

Cerbern, Cerbere o Cerbero, demonio

CERBERN Cerbero, o Nabero, es entre nosotros un demonio, que Wierus pone en el número de los marqueses del infierno. Es muy poderoso; muéstrase bajo la forma de un cuervo; su voz es ronca, sin embargo, da la elocuencia y la amabilidad; enseña perfectamente las bellas artes, y obtiene para sus amigos los empleos y dignidades. Diez y nueve legiones obedecen sus mandatos. Así dicen los demonógraf os.
Véase pues, que este no es el Cerbero de los antiguos, el terrible perro con tres cabezas; incorruptible portero de los infiernos, llamado también la bestia de las cien cabezas centiceps bellua, a causa de la multitud de culebras de que estaban adornadas las tres. Hesiodo le da cincuenta cabezas de perro; pero generalmente no se les reconocen sino tres. Sus dientes eran negros y afilados, y su mordedura causaba una muerte pronta, Créese que la fábula del Cerbero tiene su origen de los egipcios, que hacían guardar los sepulcros por dogos.
Pero lo que principalmente nos ocupa aquí es el demonio Cerbero, del que añadiremos que en 1586, hizo pacto de alianza, dice la causa criminal, con una mujer de Picardía llamada María Martín, la cual le quería mucho. Véase Martín.

DEMONOLOGIA

Buer

BUER Demonio de segunda clase, presidente de los infiernos.

Naturalmente forma una estrella o rueda de cinco rayos, la cual avanza, rodando sobre sí misma.

Enseña la filosofía, la lógica y las virtudes de las hierbas medicinales; da buenos criados y salud a los enfermos; manda cincuenta legiones.

DEMONOLOGIA

Demonios

DEMONIOS La existencia de los demonios está probada en los libros de teología. Entre los antiguos, hablábase de los pigmeos, de los esfinjes, del Fenix, etc. y nadie los había visto. Entre nosotros óyese incesantemente contar hechos y dichos del diablo, cribir sus varias formas, cacarear su desti y maña; sin embargo, no se deben todas tas aventuras sino a los sueños y desvar muy frecuentemente insípidos de algunas iginaciones ardientes. Muy limitados son nues tros conocimientos para deducir de ahí no existen demonios; pero sí diremos que mu chas cosas que de ellos se cuentan deben set consideradas como una serie de paradojas de suposiciones y de fábulas.
Los antiguos admitían tres especies de demonios, lso buenos, los malos y los neutra (1). Los primeros cristianos tan sólo recono. cían dos, los buenos y los malos. Los demo. nomanos lo han confundido todo, y para ella todo demonio es un espíritu maligno. Los teólogos de la antiguedad juzgaban de diverso modo: los dioses y aún el mismo Júpiter son llamados demonios en Homero.
El origen de los demonios es muy antiguo, pues todos los pueblos lo hacen remontar más lejos que el del mundo. Aben—Esra pretende que debe fijarse en el segundo día de la crea. ción. Menases—Ben— Israel, que ha seguido la misma opinión, añade que Dios, después de haber criado el infierno y a los demonios, los colocó en las nubes, y les dio el encargo de atormentar a los malvados (2). Sin em. bargo, el hombre no estaba creado el segun. do día; no había malvados que castigar: y los demonios no han salido tan malignos de la mano del Creador, pues son ángeles de luz convertidos en ángeles de las tinieblas por su caída.
Orígenes y algunos filósofos sostienen que los buenos y malos espíritus son más viejos que nuestro mundo, porque no es probable que Dios haya pensado de golpe, tan solo ha seis o siete mil años (3), en crearlo todo por primera vez. La Biblia no habla de la creación de los ángeles ni de los demonios, porque, dice Orígenes, eran inmortales y habían subsistido después de la ruína de los mundos que han precedido al nuestro. Apuleyo piensa que los demonios son eternos como los dioses.
(4) Manés y los que han seguido su sistema, hacen también eterno al diablo y lo miran como al principio del mal, así como a Dios por principio del bien. San Juan dice que el diablo es embustero como su padre (1). Dos medios tan solo hay para ser padre, añade Manés, la vía de la generación y la de la creación. Si Dios es el padre del diablo por la vía de la generación, el diablo será consubstancial a Dios; esta consecuencia es impia; si lo es por la de la creación, Dios es un embustero; he aquí otra infame blasfemia. El diablo no es pues obra de Dios; en este caso nadie le ha hecho, luego es eterno, etc.
Los descubrimientos de los teólogos y de los más hábiles filósofos son también a la verdad poco satisfactorios. Por esto es preciso atenerse al sentimiento general. Dios había criado nueve coros de ángeles, los Serafines, los Querubines, los tronos, las dominaciones, los principados, las virtudes de los cielos, las postestades, los arcángeles y los ángeles propiamente dichos. Almenos así lo han decidido los santos padres más de mil doscientos años ha. Toda esta celeste milicia era pura y jamás inducida al mal. Algunos no obstante se dejaron tentar por el espíritu de la soberbia; (2) atreviéronse a creerse tan grandes corno su Creador, y arrastraron en su crimen a los dos tercios del ejército de los ángeles (3). Satanás, el primero de los serafines y el más grande de los seres creados, se había puesto a la cabeza de los rebeldes. Desde mucho tiempo (4), gozaba en el cielo una gloria inalterable, y no reconocía otro señor que el eterno. Una loca ambición causó su pérdida; quiso reinar en una mitad del cielo y sentarse en un trono tan elevado como el del Creador. Dios envió contra él al arcángel san Miguel, con los ángeles que permanecieron en la obediencia: una terrible batalla dio-se entonces en el cielo. Satanás fue vencido y precipitado al abismo con todos los de su partido (1). Desde este momento, la hermosura de los sediciosos se desvaneció, sus semblantes se oscurecieron y arrugaron, cargáronse sus frentes de cuernos, de su trasero salió una horrible cola, armáronse sus dedos de corvas uñas (2), la deformidad y la tristeza reemplazaron en sus rostros a las gracias y a la impresión de la dicha; en fin como dicen los teólogos, sus alas de puro azul se convirtieron en alas de murciélago; porque todo espíritu bueno o malo, es precisamente alado (3).
Dios desterró a los ángeles rebeldes lejos del cielo, a un mundo que nosotros no conocemos y al que llamamos el infierno, el abismo, o el imperio de las sombras. La opinión común coloca este país en el centro de nuestro pequeño globo. San Atanasio, muchos otros padres y los más famosos rabinos dicen que los demonios habitan y llenan el aire. San Prósrero les coloca en las nieblas del mar. Swinden ha querido demostrar que tenían su morada en el sol; otros los han puesto en la luna; San Patricio les ha visto en una caverna de Irlanda: Jeremías Erejelio conserva el infierno subterráneo, y pretende que es un grande agujero, ancho de dos leguas; Bartolomé Tortoletti dice que hay casi en medio del globo terrestre, una profundidad horrible, donde jamás penetra el sol, y que esto es la boca del abismo infernal (4). Milton, al cual será preciso tal vez referirse, coloca los infiernos muy lejos del sol y de nosotros.
Sea como fuese, para consolar a los ángeles fieles y poblar de nuevo los cielos, según la expresión de san Buenaventura, Dios hizo al hombre, criatura menos perfecta pero que podía obrar bien y conocer a su creador.
Satanás y sus partidarios, enemigos en adelante de Dios y de sus obras, resolvieron perder al hombre si nada se oponía. Adán y Eva, nuestros primeros padres, empezaron a gozar de la vida en un jardín de delicias, en el cual todo les era permitido, excepto el placer de tocar un fruto prohibido. Las Sagradas Escrituras decían que este fruto pendía de un árbol. Muchos sabios, y después de ellos el abate de Villars, sostienen que esta vedada fruta era el gozo de los placeres carnales; que el hombre no debía ver a su mujer ni esta a su esposo. Animado Satanás del poder de tentar al hombre, salió de la mansión en que estaba desterrado: de donde se ha deducido muchas veces que el castigo del ángel soberbio no era tan espantoso como dicen los teólogos exagerados, y que Satanás no estaba contínuamente en el infierno. Tomó la figura de una serpiente, el animal que entre todos tiene mayor sutileza. Transformado de este modo el ángel, ahora demonio, presentose ante la mujer e incitola a desobedecer a Dios. Eva fue seducida en un instante; sucumbió e hizo sucumbir a su compañero. El espíritu maligno volviose enseguida triunfante. Nuestros primeros padres, culpables, fueron arrojados del jardín de deleites, abandonados a los sufrimientos, y condenados a muerte. De aquí proviene pues que debamos al diablo y a su genio envidioso la fatalidad de morir, lo que nos permite diri. girle una buena porción de vituperios. Ade. más, el diablo tuvo el poder de tentar a la primera mujer y al primer hombre, y a toda su desendencia para siempre, cuando él que. rrá; en caso de necesidad puede aun destacar al alcance de los humanos tantos demonios co• mo juzgue conveniente; y el hombre es la presa de los infiernos, todas las veces que cede a las sujestiones del enemigo: sabido es que el infierno, cualquiera que sea el lugar donde esté situado, es un país inflamado.
Tales fueron según los casuístas las conse• cuencias de la falta de nuestros primeros pa. dres, falta que recayó sobre todos nosotros, y que se llama el epcado original. Desde esta época, los demonios llegaron de todas partes a nuestra pobre tierra. Wierus, que las ha contado, dice que se dividen en seis mil seiscientas sesenta y seis legiones, compuesta ea-da una de seis mil seiscientos sesenta y seis ángeles tenebrosos; hace subir su número a cuarenta y cinco millones, o al menos muy cerca, y les da setenta y dos príncipes, duques, prelados, y condes. Jorge Blovek ha demos• trado la falsedad de este cálculo, haciendo ver que sin contar los demonios que no tienen empleo particular, tales como los del aire, y los guardianes de los infiernos, cada mortal tiene en la tierra el suyo. Si los hombres solos y no las hembras, gozan de este privilegio, hay en este mundo más de cuatrocientos millones de rostros humanos … y el número de los demonios sería asombroso. No debemos, siendo así, asustarnos de ver las artimañas, las guerras, el desorden, las abominaciones, esparcidas entre los mortales. Todo mal que en la tierra se obra, es inspirado por los demonios; y la historia de estas está tan ligada con la de todos los pueblos, que imposible sería escribirla aquí toda entera.
Ellos han incitado a Caín al asesinato de Abel; ellos son quien han sugerido a los hombres los crímenes que causaron el diluvio; por ellos se perdieron Sodoma y Gomorra; hiciéronse eregir altares entre todas las naciones, excepto en el pequeño pueblo judío; y aún algunas veces llegaron a recibir el incienso de Israel. Engañaron a los hombres por medio de oráculos y por mil prestigios falsos, hasta el advernimiento del Mesías. Entonces debía su poder humillarse, extinguirse; y sin embargo se les ha hallado después más poderosos que nunca: se han visto y se ven cosas no oídas jamás; las infernales legiones se muestran a los piadosos anacoretas; las tentaciones se hacen más espantosas: multiplícanse las sutilezas y artimañas del diablo; exita este las tempestades; ahoga a los impíos, duerme con las mujeres; predice el porvenir por boca de las brujas y adivinas; triunfa en medio de las hogueras… Y en estos siglos de las luces, envía a Mesmer, Cagliostro, muchos otros charlatanes, y una multitud de saltimbanquis y jugadores de manos, para seducirnos aún con los hechizos del infierno… Esto es al menos lo que dice el abate Fiard; esto es lo que pretenden con el millares de graves pensadores.
Y que decir de todo esto?… Desgraciadamente para sus sistemas, los demonomanos se contradicen a cada momento. Tertuliano dice en cierto lugar, que los demonios han conservado todo su poder; que pueden estar en todas partes en un insttante, porque vuelan de un extremo del mundo al otro en el tiempo en que nosotros damos un paso (1) ; que conocen el porvenir; en fin que predicen la lluvia y el buen tiempo, porque viven en el aire y porque pueden examinar las nubes. La inquisición no andaba pues errada en condenar a los autores de almanaques, como gentes que tienen estrecho comercio con el diablo … Pero el mismo Tertuliano dice después que este ha perdido todos sus medios y seria ridiculez el temerle, etc.
Refiriendo las innumerables contradicciones de los demás teólosgos, no se haría sino repetir los mismos dogmas, y esto sería cansar inutilmente al lector. Bodín, autor bien conocido por la triste obra que ha compuesto contra los brujos y el diablo, Bodín, que en su Demonomanía pinta a Satanás con los colores más negros, dice en este mismo libro, cap 1.°: “Que los demonios pueden hacer bien, así como los ángeles pueden errar: que el demonio de Sócrates le alejaba siempre del mal y le apartaba del peligro: que los espíritus malignos sirven para la gloria del Todo Poderoso, como ejecutores de su recta justicia, y que no obran cosa alguna sin la permisión de Dios”.
En fin, preciso es advertir que según Miguel Psello, los demonios buenos o malos, se dividen en seis grandes secciones. Los primeros son los demonios del fuego, que habitan en lejanas regiones; los segundos son los de aire que vuelan al rededor nuestro, y tienen el poder de excitar las tempestades; los terceros son los de la tierra, que se mezclan con los hombres, y se ocupan en tentarlos (1) ; los cuartos son los de las aguas, que habitan en el mar y en los ríos para levantar en ellos las borrascas y causar los naufragios; los quintos son los demonios subterráneos, que obran los terremotos, y las erupciones de los volcanes, hacen hundirse los pozos, y atormentan a los mineros; los sextos son los demonios tenebrosos, llamados así porque viven muy lejos del sol y jamás se muestran en la tierra. San Agustín comprendía toda la masa de demonios en esta última clase. Ignórase precisamente de donde Miguel Psello ha sacado cosas tan extravagantes; pero tal vez ha sido de su sistema que los cabalistas han imaginado las salamandras, a las cuales colocan en la región del fuego, las sílfidas, que llevan el vacío de los aires, las ninfas, que viven en el agua, y los gnomos, que tienen su morada en el seno de la tierra. Los curiosos instruídos de todo cuanto concierne a las cosas del infierno, afirman que tan sólo pueden llevar el nombre de príncipes y señores los demonios que fueron antes querubines o serafines. Las dignidades, los honores, los cargos, y los gobiernos les pertenecen de derecho. Los que han sido arcángeles llenan los empleos públicos. Nada pueden pretender los que tan solo han sido ángeles. El rabino Elías en su Thisbi, cuenta que Adán se abstuvo del trato carnal con su mujer, por espacio de treinta años, para tenerlo con las diablesas que quedaron embarazadas y parieron diablos, espíritus, fantasmas y espectros; esta última clase es muy despreciable.
Gregorio de Nicea pretende que los demonios se multiplican entre sí como los hombres; de suerte que su número debe crecer considerablemente de día en día, sobretodo si uno considera la duración de su vida, que algunos sabios han qeurido calcular, pues hay muchos que no los hacen inmortales. Una corneja, dice Hesiodo, vive nueve veces más que el hombre; un ciervo cuatro veces más que la corneja; un cuervo tres veces más que el ciervo; el fénix nueve veces más que el cuervo; y los demonios diez veces más que el fénix. Suponiendo de setenta años la vida del hombre, que es la duración ordinaria, los demonios deberían vivir seiscientos ochenta mil y cuatrocientos años. Plutarco, que no acaba de comprender como se haya podido dar a los de. monios tan larga vida, cree que Hesiodo, por la palabra de edad de hombre, no ha entes dido más que un año; y concede a los demo• nios nueve mil seiscientos veinte años de vida.
Atribúyese a los demonios un grande po der, que el de los ángeles no siempre puede contrarrestar. Pueden hasta dar la muerte; un demonio fue el que mató a los siete primeros maridos de Sara, esposa del joven Tobías. Tan supersticiosos como los paganos que se creían gobernados por un buen y un mal genio, ima• gínanse muchos cristianos tener incesantemente a su lado un demonio contra un ángel, y cuan• do hacen algún mal, es porque el primero es más poderoso que el otro. En vez de dejar los infiernos a los espíritus rebeldes, parece que se les da la libertad de correr y trasladar• se donde quieren, y el poder de hacer todo el mal que los plazca. ¿Quién duda, exclama Wecker, que el espíritu malvado no puede ma• tar al hombre y arrebatarle sus más preciados y ocultos tesoros? ¿Quién duda que ve claro en medio de las tinieblas, que es transportado en un momento donde desea, que habla en el vientre de los poseídos, que pasa a través de las más sólidas paredes? Pero no hace todo el mal que él quisiera, su poder es algunas veces reprimido.
Así es, que se complacen en atormentar a los mortales y el hombre débil, obligado a luchar contra seres tan poderosos, es culpa. Me y condenado, si sucumbe…! Pero los que han inventado tan absurdas máximas se han confundido ellos mismos. Si el diablo tiene tanta fuerza y poder. ¿Por qué las legiones de demonios no han podido vencer a San An• tonio, cuyas tentaciones son tan famosas?
Léase en el santoral que san Hilario, no una sino muchas veces, se halló en riñas con los demonios. Una noche que la luna disipaba la oscuridad, pareciole que un carro tirado por cuatro caballos se dirigía a él con una increíble rapidez. ¿Qué es lo que hizo Hilario? Sospechó alguna treta del diablo, recurrió a la oración, y el carro se hundió al instante. Al acostarse Hilario presentábansele mujeres desnudas; cuando oraba a Dios, oía balidos de carneros, rugidos de leones, y suspiros de mujeres. Estando un día rezando muy distraído, sintió que un hombre se le encaramaba en la espalda, que le dañaba el vientre con unas espuelas, y dábale fuertes golpes en la cabeza con un látigo que tenía en las manos diciendo: ¡Pues qué! tropiezas…? Y después riendo a carcajadas le preguntaba si quería cebada, burlándose del santo, que había un día amenazado su cuerpo con no alimentarle con cebada sino con paja.
Los principales negocios están en la imaginación, y las pasiones son los demonios que nos tientan, ha dicho un padre del desierto, resistidles, huirán.
Muchas cosas, podrían aún decirse sobre los demonios, y las diversas opiniones que de ellos se han formado. Los habitantes de las islas Molucas creen que los demonios se introducen en sus casas por el agujero del techo, y conducen a ella un aire infestado que produce las viruelas. Para precaverse de esta desgracia, colocan en el paraje por donde pasan los demonios algunos muñecos de madera para espantar a los espíritus malignos, como ponemos nosotros hombres de paja en los campos para ahuyentar a los pájaros. Cuando estos isleños salen por la noche, tiempo destinado a las excursiones de los espíritus malvados, llevan siempre consigo una cebolla o un diente de ajo con un cuchillo y algunos pedazos de madera, y cuando las madres metes a sus hijos en la casa no se descuidan de colocar este preservativo en sus cabezas.
Los siameses no conocen otros demonios que las almas de los malvados que saliendo de los infiernos donde están detenidas, vagan un tiempo determinado por este mundo y hacen a los hombres todo el daño que pueden. De este número son los criminales ejecutados, los niños muertos después de nacidos, las mujeres muertas de parto, y los que lo han sido en desafío.
Los chingaleses miran las frecuentes tempestades de su isla como una prueba cierta de que está abandonada esta al furor de los demonios. Para impedir que los frutos sean robados, la gente del pueblo los abandona al demonio, y después de estas precauciones, ningún natural de la villa se atreve a tocarlos; el propietario no osa cogerlos, al menos que llevando alguno de ellos a una pagoda, los sacerdotes que lo reciban no destruyan el hechizo.


(1) La manía universal es el espectáculo más espantoso y terrible que se puede ver. El maniático tiene los ojos fijos, ensangrentados, hora fuera de su órbita, hora hundidos; el semblante de un rojo muy fuerte, las facciones desencajadas, todo el cuerpo en contracción; no reconoce a sus amigos, ni a sus padres, ni hijos, ni esposa, sombrío, fiero; amenazador, buscando la tierra desnuda y la oscuridad, se irrita del contacto de sus vestidos, los que rasga con las uñas y los dientes, del aire, de la luz, etc.
El hambre, la sed, el calor, el frío, son frecuentemente para el maniático, sensaciones desconocidas, otras veces exaltadas. (El doctor Foderé, Medicina legal.

 

(1) “Eudamon, cacodamon, dnmon”.
(2) “De resurrectione mortuorum”, lib. III , c

(3) La versión de los Setenta da al mundo mil quinientos o mil ochocientos años más que a nosotros. Los griegos modernos han seguido este cálculo, y el P. Pezron lo ha vertido entre nosotros, en la “Antigüedad restablecida”.
(4) Libro de Deo Socratis.
(1) “Evang. sec. Joan”, cap. VIII, vers. 44.
(2) He aquí lo que confundía aún a los maniqueos, pues preguntaban: ¿Cuál era ese espíritu de soberbia y quién le había creado? Como si no debiese entenderse metafóricamente.

 

(3) Cesario de Heisterbach dice que entre los ángeles no hubo rebeldes sino en la proporción de uno por diez y que, sin embargo, era tan grande su número, que llenaron en su caída todo el vacío de los aires. (“De dnmonibus”, cap. I.) Se ha seguido el cálculo de Milton y de los demonómanos que deben conocerse.
(2) “Angeles hic dudum fuerat…”.
(1) “Apocalipsis”, cap. V, vers. 7 y 9.
(2) El diablo habla con alguna diferencia en “El diablo pintado por sí mismo”.
(3) Omnes spiritus ales”, Tertull. apologet, capítulo XXII.

 

(4) “Quest’ é la boca de l’infernal arca”. Giuditta victoriosa, canto 3.

(1) “Totus orbis illis locus unus est, Apologet”, capítulo XXII.

(1) Alberto el Grande, a quien los partidarios de la superstición toman algunas veces para su apoyo, dice formalmente: “Todos esos cuentos de demonios que llenan los aires, que vuelan al rededor de los hombres y que descorren el velo del porvenir, son absurdos que jamás la sana razón admitirá. Lib. VIII, trat. I, cap. VIII

DEMONOLOGIA

zaebos

ZAEBOS Gran conde de los infiernos.

Que tiene la figura de un hermoso soldado, montado en un cocodrilo, su cabeza está adornada de una corona ducal y su genio es placentero.

DEMONOLOGIA

Deumus o Deumo

DEUMUS O DEUMO. Divinidad de los habitantes de Calicut, en Malabar.

Este dios, que no es otra cosa que un diablo adorado bajo el nombre de Deumo.

Lleva una triple corona, cuatro cuernos en la cabeza y cuatro dientes torcidos en la boca, que es muy grande; la nariz puntiaguda y arqueada, los pies como patas de gallo y entre ellos una alma que parece pronto a devorar.