INFIERNOS Los antiguos, la mayor parte de los modernos y sobre todo los cabalistas, colocan el infierno en el centro de la tierra. El doctor Surinden en sus indagaciones sobre el fuego del infierno pretende que éste se halla en el sol, porque el sol es el fuego eterno. Algunos han añadido que los condenados mantienen este fuego en una continua actividad, y que las manchas que se ven en el disco de aquel planeta después de las grandes revoluciones y catástrofes, las producen el gran mero de gentes que allá se envían…
Según Milton, el abismo donde fue preci talo Satanás está a tanta distancia del ci como tres veces el centro del globo de la tremidad del polo. Puédese calcular esta tancia: el sol, que está en el centro del m do, dista de Saturno, el planeta conocido r lejano en tiempo de Milton, 330.000.000 leguas ; de suerte que el infierno dista del cs
lo 990.000.000 de leguas (1).
El infierso de Milton es un enorme globo, rodeado de una triple bóveda de fuego devorador, y está colocado en el seno del antiguo caos y de la noche informe. En él se ven cin• co ríos : el Estigio, execrable manantial consagrado al odio; el Aqueronte, río negro y profundo habitado por el dolor; el Cocito, llamado así por los penetrantes y lastimeros gemidos que en sus fúnebres orillas resuenan; el ardiente Flegeton, cuyas corrientes preci. pitadas en torrentes de fuego conducen a los corazones la rabia y la cólera, y, en fin el tranquilo y apacible Leteo, que pasea sus silenciosas aguas en cauce serpentino y tortuoso.
Extiéndese más allá de este río una zona desierta, oscura y helada, incesantemente ata• cada por las tempestades y por un diluvio de enorme granizo, que en *vez de derretirse al caer, ,se levanta en montones, semejante a los ruinosos restos de antigua pirámide. El frío produce allí los efectos del fuego, y el aire helado que se respira quema y abrasa. Horribles pozos y abismos de perpetua nieve helada rodean este lugar de padecimientos e infortu• nios. Allí es a donde los réprobos son arras•’ trados en determinado tiempo por las furias en sus alas de arpías. Sienten sucesivamente los malvados los tormentos de las dos extre• midades de temperatura, tormentos que por su rápida sucesión son aún mucho más espantosos. Arrancados de su lecho de fuego devorador, son arrojados encima de montones de hielo; inmóviles, casi sin sentido, son lívidos y cárdenos sus miembros, su frío es como el de una fiebre consumidora, que hiela y abrasa a la par, y de este lugar tan horrible son de nuevo arrojados en medio del brasero infernal. Así pasan continuamente de uno a otro, ambos a cuál más horroroso, y para colmarto cada vez atraviesan el Leteo ; bien se esfuerzan, al pasarlo esperan la onda encantadora; sólo una gota desean de ella, pues bastaría una sola para hacerles perder el dulce olvido el sentimiento de todos sus males. ¡Ay de mí, cercanos están a este momento de eterna felicidad!, pero vanos son sus esfuerzos, el destino lo prohibe. Medusa, con sus terribles y penetrantes miradas y con su cabeza herizada de culebras, se opone, y así, bien como aquella que tan en vano perseguía Tantalo, el agua fugitiva huye de los labios que con tanto afán desean.
A la entrada de los infiernos se ven dos figuras horrorosas: una que representa a una mujer hermosa hasta la cintura y termina por una larga cola de serpiente, retortijada en grandes anillos cubiertos de dura escama, y armada en su extremo de un venenoso y mortal aguijón. Alrededor de sus riñones tiene atado, con una gruesa cadena, un enorme perro con siete cabezas, que abriendo continuamente sus anchas gargantas de cerberos, hiere los aires con los más espantosos ahullidos. Este monstruo es el Pecado, hijo sin madre, salido de la mente de Satanás; en su poder están las llaves del infierno. La otra figura (si así se puede llamar a un espectro informe, a un fantasma que carece de substancia y de miembros), negra como la noche, fiera como las furias, terrible como el infierno, agita en sus manos un terrible dardo, y al parecer su cabeza tiene la apariencia de una corona real. Este monstruo es la Muerte, hija de Satanás y del Pecado. Tal es el infierno de Milton,
Luego que el hombre se hizo culpable, la Muerte y el Pecado construyeron un sólido y largo camino sobre el abismo. Su inflamada boca recibió pacientemente un puente, cuya extraordinaria longitud se extendió desde la orilla de los infiernos hasta el más lejano punto de este frágil mundo. Con auxilio de esta comunicación los espíritus malignos pasan y recorren la tierra para corromper a los hombres.
Y si la morada de los réprobos es tan horrorosa, sus habitantes no lo son menos. Cuando con ronco y lúgubre sonido la infernal trompeta llama a los moradores de las eternas sombras, el Tártaro se estremece en sus negros y profundos abismos; el aire tenebroso responde con prolongados gemidos (1) . Al momento los poderes del abismo corren con precipitados pasos; ¡ cielos, cuán espantosos y horribles son estos espectros!, el terror y la muerte habitan en sus ojos; algunos con figura humana tienen los pies de animales feroces, y sus cabellos están entrelazados con culebras.
Se ven inmundas arpías, centauros, esfinges, gorgonas, que ahullan y devoran ; hidras, pitones y quimeras que vomitan torrentes de llamas y humo ; mil monstruos, los más extraordinarios y horribles que jamás haya podido soñar humana imaginación, están unos con otros confundidos y colocados a derecha e izquierda de su sombrío monarca. Sentado en medio de ellos, tiene en la mano un cetro tosco y pesado ; su soberbia frente, armada de largos cuernos, es mayor que la roca más inmensa. Calpe y el desmesurado Atlas serían, al lado del jefe de las inflamadas regiones, unas pequeñas colinas (2).
Una horrible majestad retratada en su feroz semblante, acrecienta el terror y redobla su orgullo. Su mirada, tal como un funesto corneta, brilla con el fuego de los venenos de que están henchidos sus ojos. Una barba larga, espesa y encrespada, le cae sobre su, velludo pecho; su boca, de la que se despren- den gotas de sangre impura, se abre como un vasto abismo y exhala un aliento corrompido y venenoso envuelto en torbellinos de llamas y humo, que se precipitan como del cráter del Etna los torrentes de llamas y betunes. Al eco de su voz terrible el abismo tiembla, Cerbero calla aterrado, la hidra enmudece, el Cocito detiene el curso de sus aguas.
Todas estas pinturas son hijas tan sólo de la imaginación de los poetas. Difícil, sino imposible, sería el referir las opiniones que del infierno se han formado los diferentes pueblos ; basta sólo decir que son muy diversas y a cuál más extravagante.
Dante coloca la boca del infierno debajo de Jerusalén y la forma de éste es semejante, dice, a un coro puesto al revés. El espacio que se encuentra entre la puerta del infierno hasta el río Aqueronte se divide en dos partes; en la primera están las almas de todos los que vivieron sin reputación; en la segunda los niños muertos antes del bautismo, cuyas sombras arrojan continuos gritos. Bien podríamos transcribir aquí todas las descripciones que este poeta nos ha hecho del infierno, pero no lo hacemos porque bastan ya las que acabamos de trasladar.
(1) El Tamo.
(2) Milton da a Satanás 40.000 pies de altura.