BIZARRO

LOS FUNERALES

FUNERALES Los antiguos juzgaban tan importantes las ceremonias fúnebres, que inventaron los dioses manes, para velar en las sepulturas. Encuéntrase en la mayor parte de los escritos rasgos chocantes que nos prueban cuán sagrado era entre ellos este último honor que el hombre puede hacer a otro hombre. Pausanias cuenta que ciertos pueblos de la Arcadia, habiendo muerto inhumanamente a algunos jovencitos que no les hacían ningún mal, sin darles otra sepultura que las piedras con que les habían muerto, y sintiéndose a poco atacadas sus mujeres de una enfermedad que las hacía abortar, consultaron a los oráculos, los cuales mandaron enterrar a toda prisa a los niños que tan cruelmente habían privado de funeral. Los egipcios honraban sumamente a los muertos. Uno de sus reyes, viéndose sin heredero por la muerte de su hija única, nada perdonó para tributarla los últimos honores y procuró inmortalizar su nombre depositándola en la más suntuosa sepultura que fue dado imaginar. En vez de mausoleo le hizo construir un palacio y mandó encerrar el cuerpo de la joven princesa en una madera incorruptible que representaba una becerrilla cubierta de planchas de oro y vestida de púrpura. Esta figura estaba de rodillas llevando entre sus cuernos un sol de oro macizo, en mitad de una sala magnífica y rodeado de braserillos en que ardían continuamente los perfumes más suaves. Los egipcios embalsamaban los cuerpos y los depositaban en lugares magníficos, los griegos y los romanos los quemaban, cuya costumbre es muy antigua y debe parecer más natural que todas las otras, puesto que vuelve el cuerpo a los elementos y no produce las epidemias que frecuentemente ha causado la conservación de los cadáveres.
Cuando un romano moría, le cerraban los ojos para que no viese la aflicción de los que le rodeaban; cuando estaba sobre la hoguera se los volvían a abrir para que viese la belleza de los cielos que le deseaban por morada. Por lo común, se mandaba hacer en cera mármol o piedra la efigie del difunto, y esta figura seguía a la comitiva fúnebre rodeada de plañideras pagadas.
En muchos pueblos del Asia y Africa, en los funerales de un hombre rico y de alguna distinción, se degüellan y entierran con él cinco o seis de sus esclavos. Entre los romanos, dice Saint-Foix, se degollaban también algunos vivos en honra de los muertos, haciendo combatir algunos gladiadores ante la hoguera, y a este degüello se daba el nombre de juegos funerarios.
En Egipto y en Méjico, dice el mismo autor, se hacía siempre marchar un perro a la cabeza de la comitiva fúnebre. En Francia también se ven perros al pie de los antiguos sepulcros de los príncipes y caballeros.
Entre los persas cuando alguno moría se exponía su cuerpo en campo libre a la voracidad de las fieras; el que más presto era devorado, era el que más bien colocado estaba allá arriba; y era muy mal agüero para la familia cuando las fieras no querían comer el cadáver, por juzgar que debía de ser por precisión muy malo el difunto. Algunas veces los persas enterraban los muertos, y aun se encuentran en aquel país restos de sepulcros magníficos que lo atestiguan.
Los partos, los medas y los iberos exponían los cuerpos como los persas para que fuesen lo más pronto posible devorados por las fieras, pues creían que no había nada más indigno del hombre que la putrefacción. Los bastrianos alimentaban a este fin enormes rros que cuidaban muy bien, y se gloriaban de mantenerlos gordos, como otros pueblos de construirse soberbios sepulcros.
Los barceanos hacían consistir el mayor honor de la sepultura en ser devorados por los buitres, de modo que todas las personas de mérito y los que morían combatiendo por la patria, eran inmediatamente expuestos en los lugares adonde solían acudir los buitres; los cadáveres de los plebeyos se encerraban en sepulcros, reputándolos por indignos de tener por sepultura el buche de las aves sagradas.
Muchos pueblos del Asia se habrían creído culpables de suma impiedad si hubiesen deja. do pudrir los cuerpos, y así luego que moría uno de ellos, le hacían pedazos y se lo comían con gran devoción con sus parientes y amigos, con lo que le hacían los últimos honores. Pitágoras enseña las metempsicosis de las almas, haciendo pasar el cuerpo de los muertos al de los vivos.
Otros pueblos, tales como los antiguos hibernienses, los bretones y algunas naciones asiáticas, hacían todavía más por los ancianos porque los degollaban al cumplir los setenta años y los servían igualmente en un banquete; aún se practica esto en algunas naciones sal. vajes. Los chinos hacen publicar el convite para que el concurso sea más numeroso. Hacen marchar delante del cuerpo los estandartes y banderas, luego músicos seguidos de baila. rines vestidos con trajes extraños que saltan durante el camino con gestos ridículos. Siguen a éstos algunos hombres armados de escudos, sables y largos palos nudosos, y luego otros con armas de fuego con las que están haciendo continuas descargas. Detrás de éstos van los sacerdotes gritando con toda la fuerza de sus pulmones, acompañados de los parientes, que mezclan a estos gritos lamentos espantosos, y el pueblo cierra la comitiva vociferando también muy a su sabor. Esta música endiablada y esta mezcolanza burlesca de músicos y danzantes, de soldados, de cantores y lloronas dan mucha gravedad a esta ceremonia.
Sepúltase el muerto en un féretro precioso, formado principalmente de oro y plata y se entierran con él, entre muchos objetos, imágenes horribles, para que sirvan de centinela al difunto contra los demonios; después de lo cual se celebra el fúnebre banquete, en el que se invita de cuando en cuando al difunto a comer y beber con los convidados.
Los siameses queman el cuerpo y colocan alrededor de la hoguera muchos papeles en que están pintados jardines, casas, animales, en una palabra, todo cuanto puede ser útil y agradable en la otra vida. Creen que estos papeles quemados se convierten real y verdaderamente en lo que representan durante los funerales del difunto. Creen también que todos los seres de la naturaleza, sean los que fueren, ya un vestido, una flecha, una hacha, un caldero, etc., tienen un alma, y que esta alma sigue en el otro mundo al dueño a quien pertenecía en éste.
La horca, que tanto horror nos inspira, se la tiene en aquellos pueblos por tan honrosa, que sólo se concede a los grandes señores y soberanos. Los tiberianos, los godos, los suecos, colgaban los cuerpos de los árboles, y los dejaban desfigurar así poco a poco sirviendo de juguete a los vientos. Otros se llevaban a sus casas los cuerpos disecados y los colgaban del techo como mueble de adorno. Los groelandeses habitan el país más frío del mundo, y no se toman otro cuidado de los muertos que exponerlos desnudos al aire, donde se hielan y endurecen como piedras; luego, temiendo que dejándolos en el campo se les coman los ojos, sus parientes los encierran en grandes canastos que cuelgan de los árboles.
Los trogloditas exponían los cuerpos de los muertos en una eminencia, vueltos de espaldas los circunstantes, de modo que con su postura excitaban la risa de toda la concurrencia mofándose del muerto en vez de llorarle, tirábanle todos piedras y cuando le habían cubierto de ellas, plantaban encima un cuerno de cabra y se retiraban.
Los baleares dividían los cadáveres en pequeños pedazos y creían honrar al difunto, sepultándole en una gruta.
En ciertas regiones de la India, la mujer se quema en la hoguera del marido. Cuando se ha despedido de su familia, la entregan cartas para el difunto, piezas de lienzo, sombrerillos, zapatos, etc. Cuando acaba de recoger los regalos, pide por tres veces al concurso si le han de traer aún alguna otra cosa, o encargarla algo; en seguida lo envuelve todo en un lío, y los sacerdotes pegan fuego a la hoguera.
En el reino de Tunquin se acostumbra, entre los ricos, a llenar la boca del muerto de monedas de oro u plata, para sus necesidades en el otro mundo. Vístesele con siete de sus mejores trajes, y la mujer con nueve. Los gálatos ponían en la mano del muerto un certificado de buena conducta.
Entre los turcos se alquilan lloronas que siguen la comitiva, y se llevan refrescos junto a la tumba, para regalar a los pasajeros, a quienes se invita a llorar y dar gritos lastimeros. Los galos quemaban con el cadáver sus armas, vestidos, animales, y aun a aquellos esclavos que parecía preferir en vida.
Cuando se descubrió el sepulcro de Chilpe-rico, padre de Clovis, erigido cerca de Tournai, se encontraron monedas de oro y plata, escudos, garfios„ hilachas de ropa, el puño y la contera de una espada, todo de oro; la efigie de una cabeza de buey abierta en oro, la cual según decían era el ídolo que adoraba, los huesos, el freno, un hierro y algunos restos de los jaeces de un caballo; un globo de cristal, una pica, una hacha de armas, un esqueleto entero de hombre, otra cabeza gruesa que parecía ser la de un joven, y según indicios la del escudero que habían muerto siguiendo la costumbre, para que fuera a servir a su dueño al otro mundo.

Observábase antiguamente en Francia una costumbre singular en el entierro de los nobles; hacíase acostar en la cama de aparato que se llevaba en los entierros, un hombre armado de todas armas para representar al difunto. Encuéntrase en las cuentas de la casa de Polignac: Cinco sueldos dados a Blasa, por ‘haber  hecho de caballero muerto, en el entierro de Juan, hijo de Raudonnet Armand, vizconde de Polignac.
Algunos pueblos de la América enterraban los cadáveres sentados y rodeados de pan, agua, frutas y armas.
En Panuco, Méjico, eran tenidos los médicos por pequeñas divinidades, porque procuraban la salud, el más precioso de todos los bienes. Cuando morían no se les enterraba como a los otros y se les quemaba con regocijos públicos, bailando mezclados, alrededor de la hoguera, hombres y mujeres. Luego que estaban reducidos a cenizas, todos procuraban llevarse de ellas a su casa, las que bebían inmediatamente con vino, como preservativo contra toda especie de males.
Cuando se quemaba el cuerpo de algún emperador de Méjico, degollábase primeramente sobre su hoguera al esclavo que durante su vida había tenido el encargo de encender las luces, a fin de que pudiese servirle en lo mismo en el otro mundo. En seguida sacrificaban doscientos esclavos, entre hombres y mujeres, y con ellos algunos enanos y bufones para que en el otro mundo pudiesen servir a su dueño y divertirle. Al otro día encerraban las cenizas en una pequeña gruta abovedada, toda pintada por dentro, y ponían encima la imagen del príncipe, a quien de cuando en cuando hacían aún iguales sacrificios; porque al cuarto día de haberle quemado, le enviaban quince esclavas en honor de las cuatro estaciones, a fin de que fuesen para él siempre bellas; al vigésimo día le sacrificaban cinco, a fin de que toda la eternidad tuviera un vigor igual al de veinte años; a lossesenta, tres, a fin de que no sintiese ninguna de las tres principales incomoirdidades de la vejez, que son la languidez, el frío
y la humedad; finalmente, al fin del año, le sacrificaban nueve, que es el número más propio para expresar la eternidad y desearle un eterno placer.
Cuando los indios creen que uno de sus je. fes va a dar la última boqueada, se reúnen los sabios de la nación. El gran sacerdote y el médico llevan y consultan cada uno de por sí la figura de la divinidad, esto es, al espíritu bienhechor del aire y al del fuego. Estas figuras son de madera, primorosamente trabajadas y representan un caballo, un ciervo, un castor, un cisne, un pescado, etc. De sus contornos cuelgan dientes de astor, garras de oso y águila. Sus maestros se colocan junto a ellas en un lugar separado de la cabaña para consultar los, y por lo común existe entre ellos una rivalidad de ciencia, autoridad y crédito. Si no quedan de acuerdo sobre la naturaleza de la enfermedad, hacen chocar los ídolos unos contra otros violentamente, hasta que cae un diente o una garra, cuya pérdida prueba la derrota del ídolo de quien se ha desprendido, y ase- gura por consecuencia una obediencia formal a las órdenes de su competidor.
En los funerales del rey de Mechoacan, Ilevaba el cadáver el príncipe que el difunto había elegido para sucederle y la nobleza y el pueblo seguían al finado con grandes lamen. tos. Unicamente a medianoche y a la luz de las antorchas se ponía en movimiento la comitiva fúnebre, y llegada al templo daba por cuatro veces la vuelta a la hoguera, después de lo cual colocaba en ella al cuerpo llevando allí a los oficiales destinados a servirle en el otro mundo y a más siete de las más hermosas doncellas, una para encerrar sus joyas, otra para presentarle la copa, la tercera para lavarle las manos, la cuarta para darle el servicio, la quinta para guisar, la sexta para trinchar. y la séptima para lavar sus lienzos. Prendíase fuego a la hoguera y todas estas infelices víctimas coronadas de flores eran muertas a golpes de mazas y arrojadas a las llamas.
Entre los salvajes de la Luisiana, después de las ceremonias de los funerales, una persona notable de la nación, pero que no debe ser de la familia del difunto, hace su oración fúnebre. Cuando ha concluido, todos los concurrentes desnudos se presentan al orador, el cual con mano fuerte sacude a cada uno tres latigazos diciendo: “Acordaos de que para ser un buen guerrero como lo era el difunto, es necesario saber padecer”.
Los luteranos no tienen cementerio y entierran indistintamente a los muertos en un campo, en un bosque o en un jardín. “Entre nosotros, dice Simón de Paul, uno de sus más célebres predicadores, es muy indiferente ser enterrado en los cementerios o en los lugares en que se desuellan los asnos”. “¡Ay de mí!, decía un anciano del Palatinado, ¿será, pues, necesario que después de haber vivido honrosamente, tenga que estar después de muerto entre rábanos para ser eternamente su guardián?”
La hermosa Austroligilda obtuvo al morir del rey Goutran su marido, que haría matar y enterrar con ella a los dos médicos que la habían asistido en su enfermedad. Estos son los únicos, según creo, dice Saint-Foix, que se hayan enterrado en el sepulcro de los reyes, pero no dudo que muchos otros habrán merecido el mismo honor.

El mismo escrito refiere que en los tiempos en que los curas negaban sepultura a todo aquel que muriendo no dejaba algo a la parroquia, una mujer de avanzada edad y que no tenía nada para dar, llevó un día un pequeño gato por ofrenda diciendo que era de buena casta y que serviría para coger los ratones de la sacristía.

 

DEMONOLOGIA

MARCHOCIAS, demonio

MARCHOCIAS Gran marqués en los infiernos.

Que se presenta bajo la forma de un lobo, con alas de caballo marino y una cola de serpiente; su boca vomita llamas.

Cuando toma la figura humana créese ver en él a un soldado de alta estatura, dice la verdad, obedece a los exorcistas, es de la orden de las dominaciones y manda, según Wierius, treinta legiones.

MONSTRUOSIDADES, TORTURA

Del Museo de los Suplicios, El despedazamiento

El despedazamiento
En lugar de serrarlos, también se pueden cortar los miembros con un hacha, un cuchillo, un sable o una hoz; es más lento, pero provoca mayor placer en los espectadores. La sección de órganos reviste un carácter erótico cuando se trata, por ejemplo, de la ablación de los pechos. ¡Cuántas miradas ávidas debieron de clavarse en los pechos de las mártires cristianas, de las santas Pelagia, Bárbara, Ágata y Casilda! ¡Qué saña en hacer caer aquellos bellos frutos, aquellos ornamentos de una virginidad consagrada! ¡Cuánta sangre derramada por vientres y muslos, expuestos a las burlas de una masa furiosamente excitada! Al dolor, se añade un sentimiento de degradación, una impresión de ignominia. ¿En qué se convierten una mujer privada de sus pechos o un hombre castrado? La mutilación adquiere un carácter moral, espiritual, cuando la mujer es castigada en sus partes más atractivas. Si ha utilizado sus encantos para pecar o ha hecho de ellos motivo de celos y concupiscencia, ha de ser castigada, como lo fueron Juana de Nápoles o las favoritas de Muley Ismaél, aquel rey de Marruecos que hizo cortar los pechos «a algunas mujeres de su harén ordenándoles que los pusieran en el borde de un cofre, cuya tapa dejaron caer violentamente dos eunucos…» (padre Dominique Busnot, 1714).
Tratada a tiempo, la ablación de los pechos se convierte en un incremento del castigo; en la mayoría de los casos, las cristianas escaparon a la hemorragia para caer en otros dolores. De origen oriental y lejano, el despedazamiento fue practicado en Egipto, en Persia, entre los asirio-babilonios y en China. Sabemos que Nahucodonosor quiso despedazar a los magos caldeos porque eran incapaces de interpretar un sueño que le atormentaba (Daniel, II, 5). La mitología también menciona a Basilisco, que fue cortado a trozos por haberse negado a ofrecer sacrificios a Apolo. Los chinos elevaron el suplicio a la categoría de sublime al ordenar el despedazamiento lento de las mujeres adúlteras y los regicidas. Se desnudaba al condenado, al que según la costumbre debía cortarse «en diez mil trozos», y en primer lugar se le arrancaban los pechos y los músculos pectorales. Después se practicaba la escisión de los músculos de la cara anterior de los muslos y la de la cara exterior de los brazos.

Cuando podían, los parientes pagaban al verdugo una fuerte suma para que embotara los sentidos del condenado con opio o eligiera, como por azar, entre ocho cuchillos, el más adecuado para alcanzar su corazón lo antes posible. Los prisioneros pobres sufrían la tortura hasta el final, y ni siquiera la muerte ponía fin al espectáculo, ya que desarticulaban los restos del cadáver (cf. Matignon, Dix ans aux pays du Dragon, pp. 263 y siguientes).
Este suplicio aún se aplicaba en Pekín a principios de nuestro siglo y fue infligido a Fu-ChuLi, asesino de un miembro de la familia imperial. Por insigne favor no se llevó a cabo la cremación de los restos del condenado, cuyo fin, descrito por Louis Carpeaux, pone los pelos de punta:


«El Señor de Pekín, impasible, avanza con un cuchillo en la mano.
»El condenado sigue con la mirada el acero que corta su tetilla izquierda. Crispado por el dolor, abre la boca, pero no tiene tiempo de gritar, pues, con un golpe brusco, el verdugo le secciona la tráquea…
»El condenado se crispa en su poste, con un aspecto más espantoso que el de Cristo crucificado, sin poder gritar, tal como exigen los ritos.
»Entonces, la tetilla derecha es cortada en un abrir y cerrar de ojos. Los ayudantes presentan un nuevo cuchillo: el verdugo, con mano firme, corta los bíceps, uno tras otro…
»Mientras el desdichado Fu-Chu-Li se contrae horriblemente, el Señor de Pekín, con gesto rápido y seguro, extrae toda la masa muscular de los muslos, que va a parar a un cesto ensangrentado por la carne ya arrojada en su interior…
»En ese momento la cabeza cae; el coma se refleja en el rostro convulso. En seguida la emprenden con el codo izquierdo: dos ayudantes lo parten mediante torsión del antebrazo, y el inmenso dolor reaviva por un momento al moribundo…
»De repente se produce un incidente trágico… Con un impulso enorme, la multitud parece arrojarse sobre la desgraciada víctima; el verdugo y sus ayudantes son arrinconados junto al poste fatal, que casi es derribado con su tronco mutilado…
»El Señor de Pekín, agarrando enérgicamente un jirón de carne ensangrentada del cesto, azota los rostros de la multitud asustada…» (Pékin quis’en va, 1914).

 

ALQUIMIA

Dr Fausto Johann, gran mago

FAUSTO Johann Famoso mágico alemán, nacido en Veimar a principios del siglo xvi. Un talento lleno de fuerza y audacia; una curiosidad invencible; un inmenso deseo de saber, tales eran las principales cualidades de que le había dotado la naturaleza. Apren. dió la Medicina, la Jurisprudencia, la Teolo. gía; profundizó la Astrología, y cuando hubo agotado los conocimientos naturales, se lanzó a la magia, por lo menos así lo refieren todas sus historias. Conrado Durio cree que los re. ligiosos le dieron al diablo para vengarse de haber inventado la imprenta, pues Fausto con ella les había arrebatado los productos que ganaban copiando manuscritos.
Sábese, que cuando aparecieron los primeros impresos, exclamaron: ¡Esto es magia! Sostúvose que eran obra del diablo, y persi guióse a Fausto para quemarle, y a no haber sido por la protección de Luis XI y de la Sor. bona, la imprenta hubiera sido destruida en su misma cuna. Sea lo que quiera, ved ahí los principales rasgos de la historia de Fausto.
Curioso por aliarse con serees de un mundo superior, descubrió finalmente, después de largas pesquisas, la terrible fórmula que evoca los demonios del fondo del infierno; abstúvose al principio de usarla, pero en su combativo corazón el deseo de ver al diablo empezaba a sofocar el resto de temor religioso, hasta que, paseándose un día por el campo con su amigo Wagner, reparó en un perro de aguas, negro, que formaba rápidos círculos corriendo a su alrededor, dejando una leve señal de fuego detrás de sí. Admirado, Fausto se detuvo; los círculos que formaba el perro iban haciéndose más pequeños, pronto se le acercó y acarició. Muy sorprendido el sabio regresó pensativo, y el perro de aguas le siguió a su casa.
Los descubrimientos de Fausto no habían aún tenido muy buenos resultados. Su anciano padre estaba enfermo y la miseria le rodeaba, así es que al encontrarse solo, le asaltaron de nuevo negras ideas, que desvaneció su nuevo compañero el perro, con extraños aullidos. Fausto le mira, se maravilla de verle ir tomando cuerpo, y pronto advierte que ha recibido un demonio; toma un libro mágico, colócase dentro un círculo, anuncia la fórmula de un conjuro y manda al espíritu que se dé a conocer. El perro se conmueve, un denso humo le rodea, y en su lugar ve Fausto aparecer un demonio vestido como un joven caballero a la última moda de la época. Este demonio era Mefistófeles, el segundo de los arcángeles caídos, y después de Satanás, el más temible jefe de las legiones infernales…
Varios historiadores refieren de diversas maneras esta grande época de la vida de Fausto. Widman dice, que estando decidido a evocar un demonio, Fausto se dirigió por la tarde al espeso bosque de Mangeall, cerca de Witemberg; allí trazó un círculo mágico, colocóse en el centro y pronunció la fórmula del conjuro con tanta rapidez y fuerza, que al momento se oyó en derredor suyo un horrible ruido. Toda la naturaleza parecía conmoverse; los árboles se doblaban hasta el suelo, fuertes truenos interrumpían los lejanos sonidos de una solemne música a la que se mezclaban gritos, gemidos y choque de espadas. Violentos rayos rasgaban a cada momento el negro velo que ocultaba el cielo, y al fin apareció una masa inflamada que delineándose poco a poco formó un espectro de fuego, el cual se acercó al círculo sin hablar, y se paseó al rededor con desiguales pasos durante un cuarto de hora. Finalmente el espíritu tomó el traje de un fraile franciscano y entró en relaciones con Fausto.
El doctor se turbó un instante, pero pronto, recobrando su valor, firmó con su sangre sobre un pergamino virgen, por medio de una pluma de hierro que le presentó el demonio, un pacto por el cual Mefistófeles se obligaba a servirle veinticuatro años, pasado cuyo tiempo Fausto pertenecería al infierno. Widman en su historia de Fausto refiere las condiciones de este pacto, cuya copia asegura haberse encontrado entre los papeles de este doctor después de su muerte. Estaba escrito sobre un pergamino en caracteres de un rojo oscuro y decía: I.° Que el espíritu vendría siempre que se lo mandase Fausto, apareciéndosele bajo una forma sensible, y estaba obligado a tomar la que él le mandase. 2.° El espíritu haría cuanto le mandase Fausto, y le llevaría al instante todo lo que quisiese tener de él. 3.° Que el espíritu sería exacto y sumiso como un criado. 4.° Que se presentaría a cualquier hora que se le llamase, ya de noche ya de día. 5.° Que en la casa no sería visto ni reconocido sino de él, y que permanecería invisible a cualquier otro. Por su parte Fausto se abandonaba al diablo sin reserva de ningún derecho para la redención, ni futuro recurso a la misericordia divina. El demonio le dio por arras de este tratado un cofre lleno de oro, y desde entonces Fausto fue el dueño del mundo que recorrió con brillo.
Cuando no viajaba al través de los aires, iba por todas partes con magníficos trenes acompañado de su demonio. En la aldea de Rosenthal vio un día a la hermosa Margarita, doncella ingenua, que Widman representa como superior en atractivos y gracias a todas las bellezas de la tierra. Enamoróse de ella, pero era tan virtuosa como bella, y Mefistófeles para quitarle esa pasión que temía, le proporcionó, según se dice, amorosas citas con Elena, Aspasia, Lucrecia, Cleopatra y todas las demás hermosas mujeres de la historia que reanimó para él. Añádese que Fausto, pudiendo hacer aparecer las más célebres bellezas de todos los siglos con todo el encanto de su hermosura, hizo ver a sus discípulos reunidos a la esposa de Menelao con sus grandes ojos negros, sus largos cabellos blondos y sus mejillas cuyo colorido, como dice Homero, se parecía a una cortina de púrpura reflejada sobre una mesa de mármol blanco, y todos sus discípulos confesaron que jamás habían visto belleza igual. Empero Fausto no podía separar de su corazón la bella imagen de Margarita, visitóla con frecuencia y logró hacerse amar; mas ella padecía al aspecto del demonio que acompañaba a Fausto, pues si bien no le reconoció por un habitante del infierno, sus ardientes miradas asustaban a la doncella.
Mefistófeles, viendo a Fausto llevado de un amor que nada podía disipar, resolvió perder a Margarita. Puso en su arquilla joyas y adornos, introdujo en su corazón un poco de coquetería, y alejó a Fausto para irritar el amor por medio de la ausencia, llevándolo a la corte, donde Carlos V, sabiendo sus talentos mágicos, le rogó que le hiciese ver a Alejandro Magno, y Fausto obligó inmediatamente a comparecer al famoso rey de Macedonia. Apareció éste bajo la figura de un hombre cachigordete, de color encendido, de espesa y roja barba, de ojos penetrantes y de continente fiero. Hizo al emperador una profunda salutación, y aún le dirigió algunas palabras en un lenguaje que Carlos V no entendía; y como a él le estaba prohibido dirigirle la palabra, todo lo más que pudo hacer fue observarle, como también a César y algunos otros que Fausto reanimó para él.
El encantador obró mil maravillas semejantes, y si hemos de dar crédito a los historiadores, usaba sin discreción de su poder sobrenatural. Dícese que un día estando a la mesa en un bodegón con doce o quince bebedores que habían oído hablar de sus prestigios y juegos de manos, le suplicaron que les hiciese ver alguna cosa, y Fausto para contentarlos agujereó la mesa con su cuchillo, haciendo manar de aquel agujero los vinos más delicados; pero como uno de los convid no fuese con bastante prisa a colocar su co en el chorro, el licor se inflamó al llegar suelo, y este prodigio atemorizó a algunos los presentes; sin embargo, el doctor supo vanecer su turbación, y aquellos hombres tenían ya la cabeza caliente, le pidieron nimamente que les hiciese ver una parra gada de uvas maduras, pensando que co estaban entonces en diciembre, no podría ob semejante milagro; con todo Fausto les an ció que al momento, sin levantarse de la m iban a ver la parra tal como la deseaban, con la condición de que todos cuantos est allí no se moverían del lugar y esperarían cortar la uva, que él se lo mandase, asegur doles que al que desobedeciese, le podría tar la vida: todos prometieron obedecerle fomente, el mágico les fascinó los ojos de suerte, que les pareció ver una hermosa p cargada de tantos gruesos racimos cu eran los convidados. Esta vista los arrebató tal modo que sacaron los cuchillos, y se pusieron a cortar las uvas a la primera de Fausto. Complacióse éste en tenerlos algún tiempo en esta postura, y luego hizo repente desaparecer la parra y las uvas, y uno de estos bebedores, pensando tener en mano el pezón del racimo para cortarle, contróse asido de la nariz de su vecino con mano, y con la otra el cuchillo levantado, modo que si hubiesen cortado las uvas sin perar las órdenes de Fausto, se habrían tado recíprocamente las narices.
Fiase dicho que Fausto tenía, como A la destreza de pagar a sus acreedores con neda de cuerno o de madera, que parecía buena cuando salía de su bolsa y a pocos recobraba su primitiva forma; pero el di le daba bastante dinero para que neces usar de estos fraudes que no eran de su rácter. Wecker dice que no le gustaba el y que muchas veces hacía callar con el de su magia a los que le incomodaban, y anade haber un día sido testigo de cómo tapó la boca a una docena de labradores ebrios, impidiéndoles el charlar como hacían.
Volvamos a los amores de Fausto. No había aún renunciado a su favorito proyecto de casarse con Margarita, pero el demonio le disuadía cuanto podía, que, como dice Widman, perteneciendo al infierno por su primer pacto, Fausto no tenía derecho de disponer de él ni formar una nueva alianza. Sin embargo, todo cuanto pudo hacer para obligar a Fausto fue lograr que acabase de seducir a Margarita introduciendo en su pecho todo el fuego del amor y preparar las ocasiones. La joven cedió por fin, y se puso en cinta sin llegar a ser esposa.
Sin embargo, Fausto la dejaba muchas veces para asistir a la reunión de brujos y continuar su carrera infernal. Margarita fue madre, y se desesperó; unos dicen que murió arrepentida en el fondo de un calabozo, y otros que se la tragó la tierra con el hijo que había tenido de Fausto. En cuanto a éste, al expirar el término del pacto, horrorizóse al ver la suerte que le estaba reservada. Quiso fugarse a una iglesia u otro lugar santo para implorar la misericordia divina, pero Mefistófeles se lo impidió y le condujo temblando a la más alta montaña de Sajonia, donde Fausto quiso encomendarse a Dios, pero el demonio dijo: “Desespera y muere; ahora eres ya nuestro”.
A estas palabras el espíritu de las tinieblas se apareció a Fausto bajo la forma de un gigante alto como el firmamento, sus ojos inflamados lanzaban rayos, su boca vomitaba fuego, sus pies de bronce conmovían la tierra, cogió su víctima con una carcajada que resonó como un trueno, destrozó su cuerpo y precipitó su alma a los infiernos. Conoced con esto, hermanos míos, que no todo son ganancias teniendo malas compañías.
Hemos ya dicho que el descubrimiento de la imprenta hizo perseguir a Fausto como a brujo; asegurábase que la tinta colorada de sus biblias era sangre, y como verdaderamente tiene un brillo particular, es posible que en aquellos tiempos de ignorancia, creyesen que aquel secreto se lo había revelado el diablo.
Sea lo que fuere, lo cierto es que a no haber mediado el apoyo de Luis XI, habría sido quemado él y sus prensas. Dícese todavía que había en Alemania almanaques dictados por Mefistófeles, los cuales rara vez fallían y tenían, por consiguiente, más éxito todavía que los de Mateo Laensberg, que algunas veces se engaña; empero no se encuentra ninguno de estos almanaques.
La vida de Fausto y de Cristóbal Wagner, su criado, brujo como él, ha sido escrita por Widman en Francfort en el año de 1587, en 8.°, traducida en muchos idiomas y vertida al francés por Víctor Palma Cayet, en París, año 1603, en 12.°, y al cual Adelung le ha consagrado un largo artículo en su historia de las locuras humanas. Todos los demonógrafos han hablado de él y Goethe ha iuesto sus aventuras en un drama extraño o crónica en diálogo, que es quizá la obra más singular del espíritu humano. Finalmente, M. M. Desaur y De San Genies han publicado a principios del año 1825 las Aventuras de Fausto, su bajada a los infiernos, novela en tres tomo l. en 12.°, en la que se encuentra todo lo maravilloso de las leyendas alemanas.

DEMONOLOGIA

Forcas, Demonio

FORCAS  Gran presidente de los infiernos.

Se presenta bajo la forma de un hombre vigoroso; conoce las virtudes de las hierbas y piedras preciosas; enseña lógica y ética; hace invisible al hombre, ingenioso y bien hablado; da medios para hallar las cosas perdidas, descubre los tesoros.

Tiene a sus órdenes veintinueve legiones de demonios.

ALQUIMIA, DEMONOLOGIA

Garnier Giles, Brujo

GARNIER (Giles) Brujo que tomaba a veces la forma de lobo, condenado bajo el reinado de Luis XIII por haber devorado a muchas criaturas. Quemósele vivo y sus cenizas fueron echadas a merced de los vientos.
Enrique Camús, doctor en derecho y consejero del rey, manifestó al tribunal: que Giles Garnier había ido a una viña, pocos días antes de la fiesta de Todos los Santos, y había arrebatado de allí a una muchacha de diez a doce años, a la cual mató y destrozó con sus dientes y garras, cerca del bosque de la sierra, y que no contento con comer él solo la carne de la muchacha, había llevado un pedazo a su mujer; que a pocos días había cogido otra joven con intención también de comérsela, y que la tenía ya entre sus garras de lobo para ahogarla y despedezarla cuando acudiendo algunos vecinos la pudieron sacar del apuro, aunque ya muy maltratada; que quince días después de Todos Santos, estando aún transformado en lobo, había devorado a un muchacho, a una legua de Dole, entre Gredisan y Monjié, y que había guardado una pierna de este muchacho para desayunarse. Finalmente que, habiendo dejado la forma de lobo y convertido en hombre, había robado un niño de edad de 13 a 14 años y lo había llevado a un bosque con ánimo de comérselo, y que no obstante de ser día de viernes, habría comido la carne del niño si no se lo hubiesen impedido.

ALQUIMIA, DEMONOLOGIA

Gantiere, bruja

GANTIERE Bruja contra quien en el año de 1582 el parlamento de París confirmó la sentencia de muerte que había pronunciado el bayle de La Ferté.
Una doncella que estaba allí declaraba en el exorcismo que la Gantiere le había encajado el diablo en el cuerpo.

El juez mandó llevar esta bruja a su presencia quien confesó que la  Lafarde la había transportado al sábado, que el diablo la había marcado; que este iba vestido con un traje amarillo que le cubría todo el cuerpo, excepto las partes vergonzosas que por cierto eran muy negras; que el diablo le había dado ocho sueldos para pagar su talla, pero que al regresar a su casa no los encontró en el pañuelo.

DEMONOLOGIA

GANGA-GAMMA, Demonio

GANGA-GAMMA Demonio hembra a quien los indios temen mucho y por consecuencia le adoran también. Tiene una sola cabeza y cuatro brazos y lleva en su mano izquierda una hortera y en la derecha una horquilla de tres puntas. Llévanle en procesión sobre un carro con mucha pompa, aun algunas veces hay fanáticos que se dejan hacer tortilla por sus ruedas en señal de devoción. Los machos de cabrío son las víctimas ordinarias que se sacrifican. En una enfermedad o en cualquier otro peligro, hay indios que si logran escapar de él, hacen voto de ejecutar en honor de Ganga-Gamma la ceremonia siguiente. Clávanles en las espaldas unos garfios por medio de los cuales los levantan en el aire, y allí hacen algunas acciones de destreza en presencia de los espectadores. No faltan mujeres sencillas y crédulas a quienes se persuade que esta operación es sumamente grata a Ganga Gamma y que no causa dolor ninguno. Cuando lo sienten ya no pueden desdecirse, porque están ya en el aire, y los gritos de los circunstantes ahogan sus lamentos. Hay todavía otra especie de penitencia también en honor del mismo demonio, que consiste en dejarse pasar una cuerdecita por la carne y danzar en tanto que otras personas tiran de esta cuerda. La noche que sigue al día de esta fiel ta se le sacrifica un búfalo cuya sangre se recoje en un vaso, se coloca delante del ídolo y se asegura que al otro día se encuentra vacío. Algunos autores dicen que antiguamente en vez de un búfalo se sacrificaba una víctima humana.

DEMONOLOGIA, MONSTRUOSIDADES

Brujos y Brujas

BRUJOS Hombres que con el apoyo las potencias infernales pueden obrar cuan quieren en consecuncia de un pacto hecho el diablo.
Los hombres sensatos no ven en los brujos sino unos impostores, charlatanes, bellacos, maniáticos, locos, hipocondríacos o tunos, que, desesperando de darse alguna importancia por su propio mérito, se hacían notables por el terror que inspiraban al estúpido vulgo y a los imbéciles.
En tiempos de Carlos IX, hallándose en París más de treinta mil brujos, que fueron desterrados de la capital. Contábanse más de cien mil en Francia bajo el reinado de Enrique III. Cada ciudad, cada lugar, cada aldea y cada choza tenía los suyos.
En esos tiempos, no cesaban de arder las hogueras para la extinción de los brujos; y cuantos más se hacían morir, tanto más se aumentaba su número. Este es el efecto ordinario de las persecuciones: el hombre se revela contra sus tiranos, y abandona por una inclinación natural lo que le es lícito, para hacer lo que se le quiere prohibir.
Mientras que en Francia se quemaba despiadadamente a todo infeliz acusado de brujería, los ingleses, más prudentes, se contentaban con disputar sobre los brujos. El rey Jaime I ha escrito un grueso volumen para probar que éstos mantienen con el diablo un comercio execrable, y que cuantas hazañas se les atribuían, no eran un mero cuento.

Los brujos son culpables de quince crímenes enormes, dice Bodin: 1.°, reniegan a Dios; 2.°, blasfeman; 3.0, adoran al diablo; 4.°, le dedican sus hijos; 5.°, sacrifícanlos antes de ser bautizados; 6.°, conságranlos a Satanás desde el vientre de su madre; 7.°, prométenle atraer cuantos puedan a su servicio; 8.°, juran en nombre del diablo y lo tienen a honra; 9.°, cometen incestos; 10.°, matan a las personas, las hacen cocer y se las comen; 11.0, mantiénense de carroña y de ahorcados; 12.°, hacen morir a los hombres con el veneno y los sortilegios; 13.°, hacen reventar el ganado; 14.°, marchitan los frutos y causan la esterilidad; 15.°, tienen ayuntamiento carnal con el diablo.
He aquí quince crímenes detestables, que todos los brujos cometen, o al menos en mucha parte, y de los cuales el menor merece una exquisita muerte. De modo que no pasaba mes alguno en que no se quemasen en gran número y de los acusados, citados ante el tribunal, los jueces de aquel tiempo condenaban casi siempre a los nueve décimos como brujos y mágicos convencidos de haber hecho pacto con el diablo.

Don Prudencio Sandoval, obispo de Pamplona en su Historia de Carlos V, refiere que dos jóvenes, una de once años y otra de nueve, se acusaron ellas mismas como brujas, delante los miembros del consejo real de Navarra; confesaron que se habían hecho recibir en la secta de los brujos, y se obligaron a descubrir todas las mujeres que lo eran, si se les concedía el perdón. Habiéndoselo prometido los jueces, ambas niñas declararon que viendo el ojo izquierdo de una persona podían conocer si era bruja o no; e indicaron el paraje donde se debían hallar muchas, pues era donde tenían sus reuniones. El consejo mandó a un juez trasportarse al lugar con las dos niñas, escoltado de cincuenta caballeros. Al llegar a cada población o aldea, debía encerrar a aquéllas en una casa separada, y hacer conducir delante de ellas a todas las mujeres de quienes se sospechase, para probar el medio que ellas habían indicado. De esta experiencia resultó que las mujeres que fueron señaladas por las dos jóvenes, como brujas, lo eran realmente. Cuando se vieron en la cárcel declararon que eran más de ciento cincuenta, que cuando una mujer se presentaba para ser recibida en su sociedad, se la daba, si era doncella, un joven bien formado y robusto con quien tenía comercio carnal, y hacíasele renegar de Jesucristo y de su religión. El día en que se celebraba esta ceremonia, veíase aparecer en medio de un círculo un macho cabrío todo negro; apenas hacía oír su voz ronca, todas las brujas se reunían y se ponían a danzar; después de lo cual iban todas a besarle el salvo-honor y hacían luego una comida de queso, pan y vino. Al acabarse este festín, cada bruja cabalgaba con su vecino, transformado en macho cabrío, y después de haberse untado el cuerpo con los excrementos de un sapo, de un cuervo y de muchos reptiles, volaban por los aires, para trasportarse a los lugares donde querían hacer mal.

En  su propia confesion ( cuantas no arrancaba el tormento!) dijeron que habían enviado a tres o cuatro personas para obedecer las órdenes de Satanás, quien las introducía en las casas, abriéndoles las puertas y ventanas, las que tenía cuidado de cerrar luego que el maleficio había tenido efecto. Todas las noches que precedían a las grandes fiestas del año, tenían asambleas generales donde hacían muchas cosas contrarias a la religión y a la honestidad. Cuando asistían a la misa, veían la hostia negra; pero si habían formado el propósito de renunciar a sus prácticas diabólicas, la veían de color natural.
Añade Sandoval que el juez, queriéndose asegurar de la verdad de los hechos por su propia experiencia, hizo prender a una bruja vieja y la prometió el perdón con la condición de que haría delante de él todas las operaciones de brujería. Habiendo aceptado la vieja la proposición, pidió la caja de ungüento que se había hallado sobre ella, y subió a una torre con el juez y un gran número de personas. Colocóse delante de una ventana, se untó la palma de la mano izquierda, la muñeca, el nudillo del codo, debajo del brazo, la ingle y el lado izquierdo; después de lo cual gritó, con una voz fuerte: ¿Eres tú? Todos los expectadores oyeron en los aires otra que respondió: Sí, aquí estoy. La bruja púsose entonces a bajar por lo largo de la torre, con la cabeza hacia abajo, sirviéndose de los pies y de las manos a la manera de los lagartos. Al llegar a mitad de la altura, tomó su vuelo en los aires, delante de los asistentes que no dejaron de verla hasta que desapareció en el horizonte. En el asombro que este prodigio había causado a todos, el juez hizo publicar que daría una considerable cantidad de dinero a cualquiera que cogiese a la bruja. Al cabo de dos días le fue presentada por unos pastores que la cogieron. El juez la preguntó porqué no había volado más lejos que pudiese escapar de los que la buscaban, a lo que respondió que su dueño no había querido trasportarla sino a la distancia de tres leguas, y que la había dejado en el campo donde los pastores la hallaron.
El juez ordinario pronunció sentencia contra ciento cincuenta brujas, y fueron entrega- das a la inquisición de Estella, y ni los ungüentos, ni el diablo pudieron darles alas para huir del castigo de doscientos latigazos y de muchos años de prisión que se les hizo sufrir. En Francia, indefectiblemente, hubieran sido quemadas.
Nuestro siglo no está aún exento de brujos. Los hay en todas las aldeas, y hállanse en París, donde el mágico Moreau hacía maravillas, pocos años atrás.
La señorita Lorimier, a quien las artes deben muchos cuadros preciosos, estando en Saint-Hour con otra señora también artista, tomaba desde una roca, situada en el llano, el plano de la ciudad y dibujaba trazando líneas con un lapicero. Los aldeanos empezaron a arrojar piedras a ambas señoras, las cogieron y las condujeron a casa del alcalde, tomán• dolas por brujas. M. Dulaure cuenta en la des• cripción de la Auvernia, un hecho semejante En 1778 los auvernienses creyeron que eran brujos los ingenieros que levantaban el plano de la provincia, y los arrojaron a pedradas
El tribunal correccional de Marsella ha pro nunciado su fallo últimamente sobre una cau sa bien singular. Una joven tenía un amante que debía ser ratificado por un consiguiente matrimonio: pero el amante, infiel a sus pro mesas, quería a otra mujer. En fin, la aman te abandonada, después de haber usado de poder de sus encantos, había recurrido a los de M. M*** que se reputaba muy hábil en brujería y practicaba la magia a escondidas para favorecer a las jóvenes de Marsella, quejosas de sus buenos amigos.
La nueva Ariana se dirigió al viejo doctor pidiéndole si tenía algún secreto para atraer a un infiel, y torcer el cuello a una rival M. M***, que al parecer no carecía de ellos empezó por hacerse dar dinero, y después una gallina negra, el corazón de un buey y unos clavos. Era preciso que todo esto fuese robado, con el dinero podía adquirise legítimamente, el brujo se encargaba de lo demás. Pero sucedió, que no habiendo podido volver a la joven su amante, embargado por los primeros encantos del himeneo, quería al menos aquélla que le fuese devuelto su dinero; de aquí se originó un proceso cuyo fallo condenó a M. M*** a una multa y a dos años de prisión como estafa. En otros tiempos no se le hubiera hecho al brujo esta injuria; hubiera tenido el honor de ser quemado como ministro de Lucifer (1).

ALQUIMIA, DEMONOLOGIA

Alquimia

ALQUIMIA La Alquimia o la Altaquimia y Química por excelencia, que se llama también filosofía hermética, es esta sublime parte de la química que se ocupa del arte de transformar los metales.
El secreto quimérico de hacer el oro ha estado en boga entre los chinos mucho tiempo antes que de ello se tuviesen las primeras nociones en Europa. Ellos hablan en su libros en términos mágicos de la simiente del oro y del polvo de proyección. Ellos prometen sacar de sus crisoles no solamente el oro, sí que también un remedio específico y universal que procura a los que le toman una especie de inmortalidad.
Zózimo, que vivió a principio del siglo v, es uno de los primeros entre nosotros que haya escrito sobre el modo de hacer oro y plata, o el modo de fabricar la piedra filosofal. Esta piedra es un polvo o un licor formado de diversos metales en fusión bajo una constelación favorable.

Sibon repara que los antiguos no conocían la Alquimia; sin embargo, se ve en Plinio que el emperador Calígula emprendió hacer oro con una preparación de arsénico, y que abandonó su proyecto porque los gastos subían a más que el provecho que podía sacar.
Algunos partidarios de esta ciencia suponen que los egipcios conocían todos sus misterios, pero, ¿cómo se habrían dejado perder tamaños secretos? Más probable es que la Alquimia es una invención de los árabes, quienes tuvieron en otro tiempo muchos brazos ocupados en sus hornillos, en los que siempre encontraban sólo ceniza.
Esta preciosa piedra filosofal, que se llama también elixir universal, agua del sol, polvo de proyección, que tanto se ha buscado y jamás encontrado, procuraría al que tuviese la dicha de poseerlo, riquezas incomprensibles, una salud siempre florida, una vida sin enfermedades y aún, según el parecer de más de un cabalista, la inmortalidad; nada encontraría que le pudiese resistir y sería como un dios sobre la tierra.
Para hacer esta grande obra es menester, según algunos, oro, plomo, hierro, antimonio, vitriolo, soliman, arsénico, tártaro, mercurio, agua, tierra y aire, a lo que se debe unir un huevo de gallo, saliva, orines y excremento humano. Un filósofo ha dicho también, y con razón, que la piedra filosofal era una ensalada y que para ella se necesitaba sal, aceite y vinagre.
Otros dan esta receta como el verdadero secreto de hacer la obra hermética: Poner una vasija de vidrio muy fuerte, en baño de arena, elixir de Aristéo con bálsamo de mercurio e igual peso del más puro oro de vida o precipitado de oro, y la calcinación que quedará al fondo de la vasija se multiplicará cien mil veces.
Si no se sabe cómo procurarse el elixir de Aristéo y el bálsamo de mercurio puede pedirse a los espíritus cabalísticos o, si se prefiere, al demonio barbudo del que hablaremos luego.
Como el poseedor de la piedra filosofal sería el más glorioso, el más poderoso, el más rico y el más dichoso de los mortales, que lo convertiría todo en oro a su voluntad y gozaría de todos los bienes de este mundo, no nos debemos admirar de que tanta gente haya pasado su vida en los hornillos para descubrirla. El emperador Rodolfo nada deseaba tanto como encontrarla. El rey de España Felipe II empleó sumas inmensas en hacer trabajar los alquimistas en la conversión de los metales, sin obtener nada. Todos cuantos han seguido sus pasos han tenido la misma suerte, de modo que se ignora aún cuál es el color y la forma de la piedra filosofal.
Los alquimistas suponen allá en sus sueños que muchos sabios la han poseído; que Dios la enseñó a Adán, quien comunicó el secreto a Enoch y de quien fue bajando por grados a Abraham, a Moisés, a Job, que multiplicó sus bienes siete veces por medio de la piedra filosofal; a santo Domingo, a Parecelso y finalmente al famoso Nicolás Flamel. Citan con respeto algunos libros de filosofía hermética que atribuyen a María, hermana de Moisés, a Hermes Trismejisto, a Demócrito, a Aristóteles, a santo Tomás, etc., etc. La caja de Pandora, el vellocino de oro de Jason, la roca de Sisifo, el muslo de oro de Pitágoras, sólo es, según ellos, la obra magna. Añaden aquellos delirantes que encuentran todos sus misterios en el Génesis y en el Apocalipsis principalmente (del que hacen un poema en alabanza de la alquimia), en la Odisea y en las Matamórfosis de Ovidio. Los dragones que velan, los toros que respiran fuego, son emblemas de los trabajos herméticos. Gabino de Montluisan, gentil hombre, ha dado también una extravagante explicación de las figuras extrañas que adornan la fachada de nuestra Señora de París, en las que veía una historia completa de la piedra filosofal. El Padre Eterno,extendiendo los brazos y sosteniendo un ángel en cada una de sus manos, anuncia bastante, según él dice, la perfección de la obra concluida.
Otros aseguran que no puede poseerse el gran secreto sino con el socorro de la magia; llaman demonio barbudo al que se encarga de enseñarla, y quien, según dicen, es un demonio muy viejo. Encuéntranse para apoyo de esta opinión, en muchos libros de conjuraciones mágicas, fórmulas para evocar los demonios herméticos. Cedreno, que creía esto, cuenta que un alquimista presentó al emperador Anastasio, como obra de su arte, un freno de oro y pedrerías para su caballo. El emperador aceptó el regalo e hizo meter al alquimista en una prisión donde murió; después de lo cual, el freno se volvió negro, con lo que se creyó que el oro de los alquimistas sólo es una farsa del diablo; pero muchas anécdotas prueban que no es más que una farsa de los hombres.
Un empírico que pasó por Sedan, dio a Enrique I, príncipe de Bullon, el secreto de hacer oro, que consistía en fundir en un crisol un gramo de polvo rojo que él le dio, con algunas onzas de litargirio. El príncipe hizo la operación en presencia del charlatán y sacó tres onzas de oro de tres granos de aquel polvo, lo que le puso más contento que admirado, y el adepto para acabar de seducirle le regaló todo su polvo transmutable.
Había de él trescientos mil granos, con los que creía él poseer cien mil onzas de oro. El filósofo llevaba prisa en su viaje, pues debía llegar a Venecia para asistir a la gran reunión de filósofos herméticos; nada le había quedado, pero sólo pedía veinte mil escudos; el duque de Bullon le dio cuarenta mil y le despidió con honor.
A su llegada a Sedan, el charlatán había hecho comprar todo el litargirio que tenían los boticarios, a quienes lo volvió a vender, cargado de algunas onzas de oro. Cuando aquel litargirio estuvo concluido, el príncipe no hizo más oro, no vio más al empírico, y quedó chasqueado en sus cuarenta mil escudos.
Jeremías Medero, citado por Delrío, cuenta un chasco casi del todo igual que otro adepto dio al marqués Ernesto de Bade. Todos los soberanos se ocupaban antiguamente de la piedra filosofal, la que buscó por mucho tiempo la famosa Isabel. Juan Gautier, barón de Plumerolles, se alababa de saber hacer oro. Carlos IX, engañado por sus promesas, le mandó dar ciento veinte mil libras y el adepto puso manos a la obra, pero después de haber trabajado ocho días, huyó con el dinero del monarca. Corrióse en su persecución y fue preso y ahorcado.
En 1616 el gobierno francés dio también a Guido de Grusemburgo veinte mil escudos para trabajar en la Bastilla a fin de hacer oro: huyóse pasadas tres semanas, con los veinte mil escudos, y no se le volvio a ver en Francia.
Enrique VI, rey de Inglaterra, se vio reducido a tal grado de necesidad que, según Evelino en su numismática, intentó llenar sus cofres con la ayuda de la alquimia. El encabezamiento de este singular proyecto contiene las protestas más solemnes y más serias, sobre la existencia y virtudes de la piedra filosofal, animando a los que se ocupasen de ella, anulando y condenando todas las anteriores prohibiciones. Créese que el libelo de este encabezamiento fue comunicado por Selden, archivero mayor, a su íntimo amigo Ben Johnson, cuando componía su comedia el Alquimista.
Así que se publicó esta real cédula, muchos hicieron tan hermosas promesas de lograr lo que el rey deseaba, que al año siguiente S. M. publicó otro edicto en el que declaró a sus súbditos que la hora tan deseada se acercaba ya, y que por medio de la piedra filosofal que pronto iba a poseer, pagaría las deudas del Estado en oro y plata acuñados…
Carlos II pensaba también en la alquimia, y las personas ocupadas en operar en la obra magna eran tan de nota como ridícula era la cédula, porque la formaban monjes, drogueros, tenderos y atuneros, y la cédula fue concedida; authoritate parlamenti.
Los alquimistas eran llamados antiguamente multiplicadores, como se ve por el estauto de Enrique IV de Inglaterra que no creía en la alquimia. Este estatuto se encuentra en la cédula siguiente de Carlos II.
“Nadie de hoy en adelante se atreverá a multiplicar el oro ni la plata, ni emplear la superchería de la multiplicación bajo la pena de ser tratado y castigado por felonía.”
Léese aún en las curiosidades de la literatura, que una princesa inglesa, muy amiga de la alquimia, encontró un hombre que suponía tener el poder de cambiar el plomo en oro, y este filósofo hermético, pedía únicamente los materiales y el tiempo necesario para ejecutar la conversión que había prometido. Fue llevado a la casa de campo de su protectora, donde se construyó para él un vasto laboratorio, y a fin de que no se le estorbase se prohibió a todos la entrada. Hizo él, de modo que su puerta diese vueltas: así que recibía la comida sin ver y sin ser visto, y sin que nada pudiese distraerle de sus sublimes contemplaciones.
Durante dos años que estuvo en el castillo no consintió en hablar con nadie, ni aún con la princesa, y cuando por primera vez se vio ésta introducida en su laboratorio, vio con grata admiración alambiques, calderas inmensas, largos cañutos, hornos, hornillos y tres o cuatro fuegos infernales, encendidos en diferentes lados de esta especie de volcán; no contempló con menos veneración la ahumada figura del alquimista, pálido, descarnado y debilitado por sus operaciones y vigilias, quien la reveló en una jerga ininteligible los resultados que obtuvo, y ella vio o creyó ver bocas de minas de oro esparramadas por su laboratorio.
Entretanto el alquimista pedía continuamente un nuevo alambique o inmensas cantidades de carbón, y la princesa, a pesar de su celo, que veía ya gastada gran parte de su fortuna para abastecer las demandas del filósofo, empezó a regularizar los vuelos de su imaginación con los consejos de la prudencia. Ya habían transcurrido dos años en que se habían gastado inmensas cantidades de plomo y aún no veía más que plomo: descubrió sus ideas al físico y éste le confesó sinceramente que él mismo estaba sorprendido de la lentitud de sus progresos, pero que iba a redoblar sus esfuerzos y a aventurar una laboriosa operación de la que había creído poderse pasar sin ella hasta entonces. Su protectora se retiró, y las doradas visiones de la esperanza recobraron todo su primer imperio.
Un día que ella estaba comiendo, un horrible grito seguido de una explosión parecida a la de un cañón del mayor calibre, se dejó oír y al momento se dirigió con sus criados al aposento del alquimista en el que encontraron dos largas retortas rotas, una gran parte del laboratorio incendiada y al físico quemado de los pies a la cabeza.
Elías Ashmole en su cotidiana del 13 mayo de 1655, escribe:
“Mi padre Backhousse (astrólogo que le había adoptado por hijo, conforme a la práctica de los adeptos), estando enfermo en Fleetstret, cerca de la iglesia de San Dustan, y encontrándose a las once de la noche a punto de expirar, me reveló el secreto de la piedra filosofal, única herencia que me dejó con su muerte.” Por esto sabemos que un desgraciado que conocía el arte de hacer el oro, vivía sin embargo de limosnas y que Asmhole creía firmemente ser poseedor de la tal receta.
Asmhole, sin embargo, ha elevado un monumento harto curioso de las sabias locuras de su siglo, en su teatro químico británico. Aunque éste sea más bien un historiador de la Alquimia que un adepto en esta frívola ciencia, el curioso pasará ratos divertidos recorriendo el tomo en 4.° en el que ha reunido los tratados de varios alquimistas ingleses. Esta colección presenta diversos lances de los misterios de la secta de los empíricos, y Asmhole cuenta algunas anécdotas mucho más maravillosas que las quiméricas invenciones de los árabes, dice de la piedra filosofal que de ella sabe bastante para callarse y que no sabe bastante para hablar.
La Química moderna no ha perdido sin embargo las esperanzas, por no decir la certeza, de ver un día verificados los dorados sueños de los alquimistas. El doctor Girtanner de Gottingue últimamente ha aventurado la profecía de que en el siglo xIx sería generalmente conocida la transmutación de los metales; que todos los alquimistas sabrán hacer oro; que los instrumentos de cocina serán de oro y de plata, lo que contribuirá mucho a alargar la vida, que en el día se encuentra comprometida por los óxidos del cobre, del plomo, del hierro que tragamos con nuestros alimentos.
Acabaremos con una anécdota que merece colocarse aquí. Había en Pisa un usurero muy rico llamado Grimaldi, que había reunido inmensas sumas a fuerza de tacañerías; vivía solo y muy mezquinamente, no teniendo criado, porque le habría tenido que pagar su salario; ni perro, porque le habría debido alimentar. Una noche en que había cenado en casa de un amigo y que se retiraba solo y muy tarde, a pesar de la lluvia que caía en abundancia, alguno que le esperaba cayó sobre él para asesinarle. Al sentirse Grimaldi herido de una puñalada, entró en la tienda de un platero que por casualidad estaba aún abierta. Este platero, lo mismo que Grimaldi, pretendía hacer fortuna, pero por otro camino que el de la usura, pues buscaba la piedra filosofal, y como aquella noche hacía una gran fundición, había dejado su tienda abierta para templar el calor de sus hornillos.
Tacio (así se llamaba el platero) habiendo reconocido a Grimaldi, le preguntó qué hacia a aquella hora en la calle: “¡ay de mí!, contestó Grimaldi, acabo de ser asesinado”, y al decir esto se sienta y muere. Esta desgracia ponía a Tacio en el más extraño embarazo. Pero pensando pronto que todos los vecinos estaban dormidos o encerrados por causa de la lluvia y que él estaba solo en su tienda, concibió un proyecto atrevido y que sin embargo le parecía fácil. Nadie habia visto entrar en su casa a Grimaldi, y declarando su muerte se podía sospechar de él; así es que cerró su puerta y pensó cambiar en bien esta desgracia, lo mismo que pensaba cambiar el plomo en oro.
Tacio sabía ya o sospechaba las riquezas de GriMaldi; empezó por registrarle y habiéndole encontrado en sus faltriqueras junto con algunos dineros un grueso manojo de llaves, resolvió probar las cerraduras del difunto. Grimaldi no tenía parientes, y el alquimista no encontraba a mal instituirse su heredero, por lo que, provisto de una linterna, emprendió su camino.
Hacía un tiempo horrible, pero no se arredró por ello. Llega en fin, prueba las llaves, entra en el aposento, busca la caja y después de muchos trabajos consigue abrir todas las cerraduras. Encuentra anillos de oro, brazaletes, diamantes y cuatro sacos en cada uno de los cuales leyó con alegría tres mil escudos en oro. Apodérase de ellos y regresa a su casa sin que nadie le hubiese visto.
De vuelta guarda al punto sus riquezas, después de lo cual pensó en enterrar al difunto; le toma en brazos, le lleva a su bodega y habiendo hecho un hoyo de cuatro pies de profundidad le entierra con sus llaves y vestidos; finalmente vuelve a cubrir la hoya con tanta precaución que no se reparaba que en aquel lugar se hubiese siquiera tocado la tierra.

Hecho esto, corre a su aposento, abre sus sacos, cuenta su oro y encuentra las sumas perfectamente conformes con los rótulos. En seguida colocólo todo en un armario secreto y fuese a acostar porque el trabajo y la alegría le habían cruelmente fatigado.
Algunos días después, no apareciendo Grimaldi, abriéronse sus puertas por orden de la justicia y quedaron todos sumamente admirados de no encontrar en su casa dinero. Hiciéronse vanas pesquisas por mucho tiempo y solamente cuando ya no se hablaba de él, fue cuando Tacio aventuró algunos dichos acerca de sus descubrimientos químicos. Se le burlaban a la cara, pero él sostenía con tesón los adelantos que iba haciendo, graduando con destreza sus discursos y alegría. Finalmente habló de un viaje a Francia para ir a vender los resultados obtenidos, y a fin de representar mejor su papel, fingió tenía necesidad de dinero para embarcarse. Pidió prestados cien florines sobre un cortijo. Creyósele del todo loco, pero no por eso dejó de marchar, mofándose en su interior de sus conciudadanos, que se burlaban de él a las claras.
En tanto llegó a Marsella, cambió su oro en letras de cambio contra buenos banqueros de Pisa y escribió a su mujer que había ya vendido sus efectos. Su carta infundió tal admiración en todos los ánimos, que duraba aún a su llegada a la ciudad. Tomó un aire triunfante al entrar en su casa, y para añadir pruebas sonantes a las verbales que daba de su fortuna, fue a buscar doce mil escudos de oro en casa de los banqueros. Era casi imposible negarse a tal demostración. Contábase por todas partes su historia, y exaltábase por doquier su ciencia, y pronto fue puesto al nivel de los sabios y obtuvo a la vez la doble consideración de rico y de hombre de genio.
Cuéntase igualmente que un adepto que se decía poseedor de la piedra filosofal pidió una recompensa a León X, y este Pontífice, protector de las artes, encontró justa su pretensión y le dijo volviese al otro día; acudió alegre el charlatán, pero León le mandó dar una gran bolsa vacía, diciéndole que ya que sabía hacer oro, sólo necesitaba una bolsa para meterlo; el conde de Ocseustiern atribuye esta contestación al papa Urbano VIII, a quien un adepto dedicó un tratado de alquimia.
En el día, aunque se hayan disipado un tanto nuestros primeros errores, la lista de los que para encontrar la piedra filosofal alambican aún raíces de coles, uñas de topos, acederas, hongos, el sudor del sol, salivazos de la luna, pelos de gato, ojos de sapo, flor de estaño, etc., en Francia y aun sólo en París, llenaría tomos enteros.
Ved ahí la definición que un autor moderno ha dado de la alquimia: “Es un arte rico en esperanzas, liberal en promesas, ingenioso para las penas y fatigas, cuyo principio es mentir, el medio trabajar y el fin mendigar”. Véase a Paracelso, Flamel, etc.
Tratado de Química filosófica y hermética, enriquecido con las operaciones más curiosas del arte, impreso en París el año 1725, en 12.°, con aprobación firmada por Audry, doctor en medicina y privilegiado del rey.
“Al principio, habiéndolo bien considerado los sabios, han reconocido que el oro engendra oro y la plata plata, y pueden multiplicarse en sus especies.
“Los antiguos filósofos, trabajando por la vía seca, han sacado una parte de su oro volátil y le han reducido a sublimado, blanco como la nieve y reluciente como el cristal, y han convertido la otra parte en una sal fija, y de la conjunción del volátil con el fijo han hecho su elixir.
“Los filósofos modernos han extraído del mercurio un espíritu ígneo, mineral, vegetal y multiplicativo, en cuya concavidad húmeda está oculto el mercurio primitivo o quinta esencia católica; esto es universal. Por medio de este espíritu se atrae el germen espiritual contenido en el oro, y por esta vía, que han llamado vía húmeda, su azufre y su mercurio han sido hechos; el mercurio de los filósofos no es sólido como el metal, ni muelle como el azogue, sino un intermedio.
“Han tenido este secreto oculto por mucho tiempo, porque es el principio, medio y fin de la obra; vamos a descubrirle para el bien de todos.
“Para hacer la obra es pues menester: 1. Purgar el mercurio con sal y vinagre. 2. Sublimarle con vitriolo y salitre. 3. Disolverle en el agua fuerte. 4. Sublimarle de nuevo. 5. Calcinarle y fijarle. 6. Disolver una parte por deliquio en la gruta, donde se resolverá en licor o aceite. 7. Destilar este licor para separar el agua espiritual, el aire y el fuego. 8. Meter este cuerpo mercurial calcinado y fijado en el agua espiritual o espíritu líquido mercurial destilado. 9. Putrificarlos reunidos hasta que se ennegrezcan; después en la superficie se elevará un espíritu, un azufre blanco inodoro que también se llama sal amoníaco. 10. Disolver esta sal amoníaco en el espíritu mercurial líquido, luego destilarle hasta que todo llegue a licor y entonces quedará hecho el vinagre de los sabios. 11. Esto hecho, será menester pasar del oro al antimonio por tres veces y después reducirle a cal. 12. Poner esta cal de oro en vinagre muy agrio, dejarla putrificar y en la superficie del vinagre se elevará una tierra en hojas del color de las perlas orientales; es necesario sublimarle de nuevo hasta que esta tierra sea muy pura, y entonces tendréis hecha la operación de la grande obra.
“Para el segundo trabajo, tomad una parte de esta cal de oro y dos de la agua espiritual cargada de su sal amoníaco; poned esta noble confección en un vaso de cristal de forma de huevo, y tapadle herméticamente; mantened un fuego suave y continuo; el agua ígnea disolverá poco a poco la cal de oro; se formará un licor que es el agua de los sabios, y su verdadero cahos, conteniendo las calidades elementares: cálido, seco, frío y húmedo. Dejad putrificar esta composición hasta que se vuelva negra; y esta negrura, que se llama la cabeza de cuervo y el saturno de los sabios, da a conocer al artista que ya está en buen camino.
“Pero para quitar esta negrura fétida, que se llama también tierra negra, débese hacer hervir de nuevo hasta que el vaso no presente más que una sustancia blanca como la nieve. Este grado de la obra se llama el Cisne. Es necesario en fin fijar con el fuego, este licor blanco que se calcina y se divide en dos partes, la una blanca por la plata, y la otra roja por el oro; entonces quedarán cumplidos los trabajos y poseeréis la piedra filosofal.
“En las varias operaciones se pueden sacar varios productos. Al principio el leon verde que es un líquido espeso que se llama también azoote y que hace salir el oro oculto en los materiales innobles; el león rojo que convierte los metales en oro es un polvo de un rojo vivo; la cabeza de cuervo, llamada también la vela negra del navío de Theseo, depósito negro que precede al leon verde y cuya aparición a los cuarenta días promete el buen resultado de la obra, sirve para la descomposición y putrefacción de los objetos de que se quiere sacar el oro; la pólvora blanca que transmuta los metales blancos en plata fina; el elixir rojo, con el cual se hace el oro y se curan todas las heridas; el elixir blanco, con el cual se hace la plata y se procura una vida sumamente larga. Llámasele también la hija blanca de los filósofos, y todas estas variedades de la piedra filosofal, vegetan y se multiplican?’
El resto del libro está por el mismo estilo, y contiene todos los secretos de la alquimia aldescubierto. Véase Bálsamo universal, Elixir de la vida, Oro potable, Aguila celeste, etc