DEMONOLOGIA, TORTURA

Crimenes demoniacos

Crímenes demoníacos
La abominable persecución de brujos Tu debe hacernos perder de vista que también se cometieron verdaderos crímenes en nombre del Diablo. Sin embargo, sólo fueron obra de sádicos o sacerdotes indignos que apenas tenían con qué vivir. El «caso de los venenos» tuvo al me nos la virtud de revelar, entre otras, la actuación del padre Guibourg, que sacrificaba recién naci dos al Maligno para satisfacer la ambición de una amante del rey:
«Guibourg —señala el informe del interroga torio de la hija de la Voisin— ha bautizado a un niño en el seno de su madre, una muchacha a quien Lepére hizo abortar, y ha visto cómo se cocían en el horno tres o cuatro niños. Un bebé al parecer prematuro, fue presentado durante la misa de madame de Montespan, por orden de su madre, y Guibourg lo metió en una palangana lo degolló, vertió su sangre en el cáliz y la consagró junto con la hostia. Acabada la misa, ordenó que se extrajeran las entrañas del pequeño y se las entregó a la madre Voisin, quien las llevó al día siguiente a casa de Dumesnil, para destilar la sangre y la hostia en una vasija de cristal que se entregó a madame de Montespan. En cuanto al cuerpo del niño, la madre Voisin lo coció en el horno. Laporte vio sacrificar al niño, y habla de lo que hizo Guibourg con la Des Oeillets y el mylord inglés, de las inmundicias en el cáliz, de los polvos… Lo metió todo en una caja de metal blanco y se la entregó, junto con un paquete que contenía unos polvos, al mylord inglés…» (F. Ravaison, Archives de la Bastille, t. VI). 1
Cuando el ardor amoroso de Luis XIV disminuía, la Montespan recurría a aquella pandilla de asesinos; les ofrecía su generosa grupa a moda de altar y respondía sin inmutarse al ritual de la misa negra. En una nota mordaz acerca del poder y la pretendida razón de Estado invocada para tapar el escándalo, La Reynie escribe:
«En la Bastilla y Vincenness hay ciento cuarenta y siete presos, de todos ellos, no hay uno solo contra el que no se hayan presentado cargos considerables por envenenamiento o comercio con venenos, y por sacrilegios e impiedad. La mayor parte de estos crímenes quedan impunes.
»La Trianon, una mujer abominable por la índole de sus crímenes, por comerciar con venenos, no puede ser juzgada…
»Tampoco se puede juzgar a la señora Chapelain a causa de la Filastre, con quien tuvo un careo…
»Guibourg, ese hombre que no puede ser comparado con ningún otro en cuanto al número de envenenamientos, al comercio con venenos, los maleficios, sacrilegios y demás actos impíos; ese hombre que conoce a todos los criminales y es conocido por ellos, es culpable de numerosos crímenes horrendos, que ha degollado y sacrificado a varios niños; ese hombre que, además de los sacrilegios de los que es culpable, confiesa abominaciones inconcebibles, como haber atentado con métodos diabólicos contra la vida del rey; ese hombre de quien a diario sabemos cosas nuevas y execrables, que está cargado de acusaciones y crímenes de lesa majestad divina y humana…, ese Guibourg facilitará, además, la impunidad de otros criminales.
»Su concubina, la llamada Chanfrain, culpable con él de la inmolación de algunos niños, que ha participado en algunos de los sacrificios efectuados por Guibourg y que, según las apariencias y tal como se ha desarrollado el proceso, era el infame altar sobre el que él llevaba cabo sus abominaciones, quedará también impune…»
Este informe demuestra que, en determinados casos, los poderes monárquico y religioso podían llegar a establecer un pacto para evitar un escándalo que implicaba a muchas personas influyentes. Individualmente, los sacerdotes culpables de infamias, sacrilegios o asesinatos no tenían ninguna posibilidad de escapar a una ejecución pública cuando eran denunciados por la voz popular o burguesa. Pero no sucedía lo mismo con la corte o con el rey, cuyo trono quedó salpicado por el «proceso de los venenos».
Acusados de haberse entregado a la sodomía divina, Picart y Boullé fueron a la hoguera sin que mediara ningún proceso. Gauffridi sufrió la misma suerte por haber realizado un encantamiento. Y Grandier pereció por haber poseído supuestamente a una penitente en su iglesia. No se bromeaba con los iconoclastas, ni siquiera cuando estaban ebrios. En 1418, un soldado que salía de una taberna donde había perdido todo su dinero jugando, tuvo la lamentable ocurrencia de asestar una puñalada a una imagen de la Virgen situada en la zona de Saint-Martin-des-Champs. Según la leyenda, de la herida manó sangre en abundancia, y el soldado fue quemado vivo por sacrílego y blasfemo. En general, los judíos, ya sospechosos de cometer asesinatos de niños cristianos, eran acusados de este tipo de crímenes. Un judío del Hainaut, por dar cinco lanzadas (¡nos preguntamos por qué razón!) a la estatua de Notre-Dame de Cambron, fue sometido a tortura y, a continuación, liberado. Entonces, un ángel se le apareció en sueños a un anciano herrero enfermo y le pidió que vengara a la Virgen. Tras un duelo judicial —por estar el honor del cielo en juego—, el judío fue apaleado y atado a la cola de un caballo, que lo arrastró hasta el lugar del suplicio; murió quemado cabeza abajo entre dos perros. Una serie de estampas populares de principios del siglo XVII, reproducida en el Museo Criminal de Varennes y Troimaux, representa en ocho cuadros la evolución de este caso, que se remonta al año 1326.
Por la misma época en que aparecían estas estampas, se publicaban numerosas obras ilustradas acerca de supuestas compras de hostias por parte de los judíos, que querían disfrutar del placer de atravesarlas. ¡Imagínese por un momento el horror del delito! ¡El crimen de lesa majestad cometido sobre el cuerpo de Cristo! Se asistió a una especie de renacimiento de la persecución, basada en acontecimientos antiguos —acaecidos en 1290y en la ignorancia de la gente respecto a la coloración que el pan húmedo adquiere por la acción de la monas prodigiosa, un microbio de la harina. Si hemos de creer lo que se narra en la Histoire de l’Hostie Miraculeuse (París, 1664), un tal Jonathas adquirió una hostia pascual por treinta sueldos (no se osaba decir treinta dinares), para cortarla, azotarla con vergajos y atravesarla:

Demonios, salid del infierno, mirad el calvario de Francia: Jesús, atravesado por una lanza, tiene dos heridas en el corazón.
El judío, sin arrepentirse,
ha muerto en el suplicio.
Roguemos por que tal sacrificio pueda convertirnos a todos.

Nadie nos diga, después de esto, que el racismo y la propaganda son fenómenos puramente contemporáneos…